miércoles, 7 de diciembre de 2011

Éramos jovenes e inconscientes


Una de mis tradiciones estivales favoritas es ir a ver el Tour de Francia en vivo a los Pirineos. Suelen ser viajes largos e incómodos. El clima puede ir desde el calor extremo al frío y la lluvia, que se soportan durmiendo poco y mal en una tienda de campaña. A pesar de ello, el ambiente es excepcional y es algo que merece la pena. Eso a pesar de algunos fracasos en mis pinitos como reportero gráfico. Un año se nos veló el carrete y no salió nada. Y en el Tour 91, en Val Louron, allá donde Miguel Indurain empezó a escribir su leyenda, el panorama que ofrecían mis instantáneas una vez reveladas no podía ser más desolador. Cuando la foto no estaba borrosa, apenas aparecía un brazo o un cuarto de cabeza del ciclista. Sólo una foto me salió centrada y nítida. Se trataba de un ciclista francés que apuraba sus últimos años como profesional. En esa maratoniana y durísima etapa, fuera de los focos que apuntaban a Chiapucci e Indurain, el aguerrido corredor galo se marcó una etapa soberbia, yendo de menos a más y acabando pletórico en el último puerto. Y esa expresión en su cara, dejando claro que está dando el 100 %, aunque ya no pueda ganar es lo que más me gusta y hace que guarde esa foto como un tesoro (tan guardada que no he podido acceder a ella para escanearla e ilustrar la entrada como hubiera sido mi deseo).
Este verano, atrapado en la isla, no pude ir a Francia. Para matar el gusanillo me compré un pack oficial del Tour que incluía una revista con el recorrido y entrevistas, un DVD resumen del Tour 2010, un mapa de carreteras de Francia con el recorrido (el objeto más preciado para mí de los que se pueden conseguir de la caravana publicitaria) y un pequeño libro que incluía tres relatos de ciclismo. Uno de ellos estaba extraido del libro "Éramos jóvenes e inconscientes", biografía del ex-ciclista francés Laurent Fignon. En él contaba cómo perdió el Tour '89 ante Greg Lemond por sólo 8 segundos. Este relato era "canela fina". Por eso, cuando unos meses después vi el libro en una tienda con un brutal descuento (de 13 a 3 libras), tiempo me faltó para comprármelo. Y para leérmelo, porque me enganchó totalmente.
El bueno de Fignon empieza por lo más doloroso. Cómo vivió el Tour 89 y cómo lo perdió en la última contrarreloj. En los siguientes capítulos cuenta su vida desde de que era un tierno infante en una pequeña ciudad del extrarradio de París, hasta sus pinitos como organizador de carreras ciclistas tras su retirada. Entre estos dos hitos, Laurent Fignon aparte de contar su vida, intenta darnos su visión del mundo. Y fiel al estilo que marcó su trayectoria no lo hace de forma nada complaciente. Fignon nunca se caracterizó por decir lo que la gente esperaba oír ni actuar de cara a la galería. Por eso fue una figura muy criticada. Sin ir más lejos, cuando estaba en activo, nunca fue santo de mi devoción. Claro que mis criterios entonces para valorar a un deportista, era, por este orden, la nacionalidad y la simpatía personal. Como buen francés y antipático, el ciclista parisino tenía todos los papeles para generar mi rechazo. Por eso me alegré enormente cuando el simpático Greg Lemond le birló el Tour por 8 segundos. Y tampoco lo echaba de menos cuando las lesiones y percances le impedían ser el ciclista dominador que fue en sus comienzos.
Sin embargo, pasados los años, he aprendido a valorar su figura en la medida que merece. Porque Laurent Fignon era un ciclista rebelde y valiente, que daba la cara de principio a fin de la temporada. Y fuera de las carreteras siempre fue una persona íntegra y poco manejable.
Por eso me hubiera gustado que hubiera ganado el Tour 89, ya que hizo muchos más méritos (aparte de manillares de triatlon y molestos forúnculos) que Greg Lemond, siempre a remolque y exponiendo lo justo.
Y también me hubiera gustado que las lesiones y la mala suerte le hubieran dado algo de tregua. Nunca me lo había planteado qué pasa por la cabeza de una persona que, habiendo ganado dos tours (el segundo de calle) en sus primeros años, deja de repente de estar en primera linea. La respuesta es un sufrimiento enorme, que se transmite muy bien en el libro, y nos permite ver al Fignon persona, más allá del personaje.
Además de esto, se cuentan sus relaciones no siempre fáciles con su mentor Guimard, su maestro al que pronto superó, Bernard Hinault, su visión nada idílica de España a principios de los 80, sus coqueteos con el doping o los amaños de Torriani que le impidieron ganar su primer Giro de Italia. En definitiva, un documento imprescindible para todo amante del ciclismo en general, y de los 80 en particular.
Laurent Fignon murió el año pasado con sólo 50 años aquejado de un cáncer de páncreas. Se le echa de menos fuera de las carreteras tanto o más que en ellas.
Hace poco leí un comentario en un foro de internet que resume mis sentimientos hacia el corredor parisino. "Un ciclista al que amé tanto como odié. Y lo odié mucho."
Descanse en paz.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Un gran atacador Fignon en todos los dos sentidos ¿no? Supongo que darías lo que fuera por haber estado con él en una de esas noches de pototeo en las concentracions del Renault de Guimard

Muy curioso también su recuerdo de los hoteles españoles de los años 80; algunos no tenían ni agua caliente para ducharse

JULOT

Rufus dijo...

No entra mucho en detalles, pero conociéndole, seguro que no dejaba títere con cabeza.
También habla de la comida en dichos hoteles, a la que califica con el poco diplomático calificativo de "basura".

Tyrannosaurus dijo...

Grande Fignon, a mi tambien me resultaba un personaje odioso cuando corría. Supongo que su nacionalidad y sus modales influían lo suyo, aunque, paradojicamente, también me entristecio su fallecimiento.

Ahora pienso que quizas en el fondo solo fuera un hombre lucido harto de tanta hipocresía, de los que no se callan a la hora de hablar verdades.

Rufus dijo...

Es que aunque nos cieguen los colores, al final lo que queda es la calidad. En este caso, no solo como corredor sino como persona.