lunes, 23 de junio de 2025

TOUR DE 7 ISLAS: ATARDECER DESLUCIDO Y NOCHE BRILLANTE

 A la hora de reservar mi lugar de pernoctación en la zona, tenía dos posibilidades: Krabi  y Ao Nang Beach. La primera era una ciudad más "auténtica" y tranquila, mientras que la segunda era un centro de ocio playero. Cualquier turista medio normal hubiera elegido esta última. Pero yo, aparte de ser un poco rarito, venía de estar 3 días meditando tan a gusto. Probablemente por eso escogí Krabi. Al fin y al cabo, en el mapa aparecía como ciudad costera y pensaba que no habría tanta diferencia. Como dejé claro en mi anterior entrada, la ciudad tenía un encanto más que discutible. No me quería quedar con las ganas de ver lo que me había perdido. Así que, aprovechando que tenía la mañana libre, decidí visitar Ao Nang.

Ao Nang Beach

Para realizar el recorrido contaba con transporte público en furgoneta con bancos corridos. No es cómodo ni glamuroso, pero hace bien su función a un módico precio. Aunque al montarme en el vehículo no las tenía todas conmigo. Vi que el hombre tenía licencia de taxista y al estar yo solo, temía que me fuera a cobrar precio de taxi. Un rato después se empezó a subir más gente y mis temores se disiparon. Tras una media hora de agradable paseo, el vehículo se acercó a la costa y apareció ante mí el maravilloso espectáculo que proporcionan las formaciones kársticas en forma de islas que jalonan esta parte de la costa tailandesa. Si a eso le sumamos que la localidad de Ao Nang, además de estar en primera línea de playa (¡y vaya playa!) está bastante animada, el resultado es que me di cuenta de que había cometido un pequeño, pero craso error, al elegir Krabi como base de operaciones. Aproveché que la turistada todavía estaba durmiendo para darme un paseo por la playa y visitar un poco la localidad, en la que abundaban los garitos de fiesta. También había gran cantidad de comercios, lo que aproveché para agenciarme una mochila estanca que me iba a ser muy útil para la excursión vespertina. Esta transacción comercial fue lo más cercano que estuve al regateo, práctica muy habitual en el país, pero que intento evitar a toda costa. Pregunté el precio en dos lugares y me pidieron 300 baths. Ante mi indefinición, la segunda vendedora me dijo que me lo dejaba en 250 baths (6,5 €). Trato hecho.

Transporte de lujo

 Tan contento con mi mochila volví a la anodina Krabi y busqué un lugar donde comer. Probé el pescado por primera vez en mi viaje, que para eso estábamos en la costa y descansé un poco en el hostal hasta que me pasaron a buscar para la excursión. Una furgoneta de bancos corridos similar a la de por la mañana me recogió y fue dando vueltas por el pueblo hasta que se llenó y se dirigió a un humilde embarcadero desde donde partió nuestra aventura.

 Siete islas en una tarde me parecían muchas. Pero pronto le empecé a ver el truco al asunto. Nuestra primera parada fue en las islas Tup y Mo, dos pequeños islotes unidos por un banco de arena. Con este astucioso 2x1 comenzaba una ruta en la que nos deteníamos en islas con zona de playa llenas de turistas de otras excursiones, donde nos dejaban estar un rato y pasábamos a la siguiente. Ciertamente es toda una experiencia poder visitar esas islas en un entorno tan privilegiado como el mar de Andamán. Pero también es cierto que, una vez visitadas dos o tres, el interés empezó a decaer, por lo menos por mi parte. 

Dos islas por el precio de una

Isla de Poda

 Pero tanto ir de isla en isla, da hambre, por lo que nuestra siguiente visita era esperada con muchas ganas. Se trataba de la playa de Railay, famosa por sus bellos atardeceres. Aunque a mí lo que me motivaba es que era el lugar donde nos daban de cenar. Railay es un enclave al que, debido a la complicada orografía que lo circunda, solo es posible acceder por vía marítima. Ello no implica que sea un lugar solitario. Decenas de barquitos habían tenido la misma idea que nosotros, por lo que la playa estaba tan concurrida o más que la de Benidorm o Salou en agosto. Y para colmo, el cielo estaba nublado, por lo que el atardecer no fue tan lucido como esperamos. Por fortuna, la comida tipo buffet en un restaurante de la playa sí estuvo a la altura de mis expectativas, haciendo bueno el refrán que dice "las penas con pan, son menos".

Esperando al atardecer en Railay

Malditas nubes...

 Una buena colación no está completa si no le añadimos un buen postre. En este caso fue uno muy brillante. Ya de noche, nos alejamos un poco de la playa de Railay y el patrón detuvo el barco en medio del mar. Nos dio una pequeña charla donde nos explicó el fenómeno de la bioluminiscencia. Ciertos microorganismos que habitan en el agua emiten una luz fosforescente. Para apreciarlo basta con mover un poco las aguas. Primero nos sacó un pozal de agua del mar de Andamán y lo volcó sobre la cubierta. Allí pudimos observar estas particulares luciérnagas marinas con cientos de pequeños destellos. Pero aun mejor fue poder sumergirme en el agua y ver cómo al mover el brazo se activaban estos curiosos seres luminiscentes. No se puede decir que fuera una sorpresa, porque estaba anunciado en la actividad, pero sí me llamó la atención el detalle y el grado de luminosidad de los bichitos.

 Con este final tan espectacular concluyó la actividad. Si bien es verdad que el número de islas estaba algo inflado (aparte del 2x1, alguna isla solo se veía a la distancia), es una buena opción para darse un garbeo por el mar de Andamán y descubrir rincones de gran belleza. Eso sí, quien busque parajes recónditos o solitarios que busque en otra parte.

 Como es habitual en estos tours, y se agradece mucho, el transporte me dejó a la puerta de mi hotel. La noche en Krabi no ofrecía muchos alicientes, así que tras una visita a un par de supermercados para cenar, me retiré a mi habitación. Contrariamente a lo que me sucedió la noche anterior, el aire acondicionado que forzosamente tuve que soportar, estaba esta vez apagado, sin opción a manipularlo. O todo o nada. Como soy friolero, agradecí el calor tropical que me indujo a un sueño más que necesario. Al día siguiente tocaba otra excursión, en la que iba tener la oportunidad de tener un curioso encuentro y volver a hacer algo que es complicado en Tailandia: turismo nominal.

miércoles, 11 de junio de 2025

CITA A CIEGAS Y VUELO SIN SALIR DEL AEROPUERTO

 Antes de abandonar la ciudad de Chiang Mai, y siguiendo mi política de niunclavelismo habitual, quise hacerme el segundo masaje tailandés de mi viaje. En el albergue, una compañera china me había hablado de un local cuyos empleados eran personas invidentes. No tengo nada a favor de este tipo de personas (ni en contra). Simplemente me llamaron la atención las tarifas, muy económicas incluso para los estándares tailandeses. 

 Me costó un rato llegar al local, que no estaba muy a la vista (¿humor?). Lejos de los oropeles y las señoritas de buen ver que acostumbran a poblar estos establecimientos, éste era muy austero y espartano. También se notaba la ausencia de aire acondicionado. Apenas llegué, me mostraron una camilla para que me tumbase y vino mi masajista, un varón bastante más joven que el que me había tocado en suerte el primer día. Esta bisoñez se reflejó en su maestría a la hora de dar el masaje, sensiblemente inferior a la del anterior. Si a eso le sumamos el calor y que, en lugar de darme un traje apropiado para el masaje, lo tuviese que recibir en vaqueros, dio un resultado no muy convincente. Eso sí, me cobraron menos de 5 € la hora. En un lado de la balanza, me sentía bien por dar trabajo a personas que lo tienen más complicado y habiendo gastado muy poco. Por el otro, pensaba que por un poco más, me podía haber dado un masaje más profesional. En todo caso, fue una experiencia no exenta de interés. Y no me pude recrear mucho en ella, porque tenía que coger un vuelo ese mismo día. Siguiendo mis políticas habituales, y viendo que era un reto asumible, decidí acudir andando al aeropuerto. Que fuese asumible no quiere decir que fuese agradable. Aparte de la monotonía de las largas avenidas con su correspondiente tráfico, el calor apretaba bastante.

Abandonando Chiang Mai

 Ya en el aeropuerto, me tocó hacer una cola considerable, en las que nos juntábamos pasajeros con un mismo destino, pero en dos vuelos casi consecutivos. Estaban dando la última llamada para el anterior al mío, cuando me fijé que la persona que iba delante de mí tenía un billete para ese vuelo. Le avisé de esa circunstancia y se cambió de cola. En ese momento, nuestra fila empezó a avanzar sin freno y la suya, a pesar de ser, supuestamente, de emergencia, se atascó. Tal fue así que yo facturé antes que él, no sin sentirme bastante culpable por "ayudar" de tan mala manera a quien no me lo había pedido. Mientras estaba en la puerta de embarque, con el vuelo anterior en "ultimísima llamada", apareció el hombre tan tranquilo. No solo no acudió corriendo al embarque, sino con toda la calma del mundo, se metió al baño y con la misma parsimonia pasó la puerta de embarque en el último momento.

 En lo que concierne a nuestro vuelo, la hora de embarque se fue dilatando y salimos con un considerable retraso. No es que yo tuviera prisa por abandonar Chiang Mai, pero tenía que hacer una escala en Bangkok, y se estaba viendo seriamente comprometida. Apenas puse el pie en el aeropuerto de la capital tailandesa, me lancé a correr por los pasillos como alma que lleva el diablo. Y no fui el único, ya que algunos jóvenes que venían en mi avión hicieron lo propio. Por suerte, la salida del segundo vuelo también se retrasó un poco. Lo justo para que nos diera tiempo a embarcar. No sé lo que fue de aquellos que, en nuestra misma circunstancia, no hubieran tenido la capacidad o las ganas de correr por el aeropuerto.

 Apenas me había recuperado del sofoco, cuando nuestro avión aterrizó en Krabi, ciudad costera del sur de país, estratégicamente situada como base de operaciones para recorrer las islas del mar de Andamán. En el aeropuerto estaba disponible un servicio de transporte colectivo  mediante furgoneta. Por un módico precio me dejó directamente en mi alojamiento. Así da gusto. 

 No menos competitivo que el precio de transporte lo era el del alojamiento. Por eso, tiré la casa por la ventana y reservé una habitación individual. Era muy espartana y tenía baño compartido, pero aun así superaba mis habituales estándares.

Estampa Krabiense

 Mi paseo nocturno por Krabi me sirvió para comprobar el escaso atractivo de la localidad. La zona donde me alojaba ni siquiera tenía acceso a mar abierto, sino a una ría. Pero las penas con pan son menos. Junto al albergue había un mercado nocturno con muchos puestos de comida donde pude continuar mis probatinas culinarias a precios de risa. 

 Antes de irme a dormir, reservé un tour para el día siguiente que incluía nada menos que 7 islas. De hecho, en la entrada del alojamiento había un tablón con todas las excursiones y viajes disponibles. Me tentó visitar Kuala Lumpur, la capital de Indonesia. Pero es algo que dejaré para mejor ocasión.

El sudeste asiático a mis pies

 Al entrar en mi habitación noté un frío glacial. No es que me hubiera visitado un espectro. El aire acondicionado estaba a tope y no se podía regular desde la habitación. Genial. Me tuve que poner toda mi ropa para conseguir conciliar el sueño.

 La calma y la calidez humana del retiro habían dado paso al ajetreo viajero y la frialdad de mi habitación. ¿Serían suficientes los espectaculares paisajes costeros y el clima tropical para calmar mi espíritu y calentar mi cuerpo?