miércoles, 14 de octubre de 2009

Belfast (y II)



Amanecí mi segundo día en Belfast con la sana intención de visitar la Calzada de los Gigantes. En la estación de autobuses vi que había una ruta regular, pero volvía un poco tarde a la capital. En la oficina de turismo, además de la ruta larga que había reservado y desreservado el día anterior, había otra que iba directa. No creo que me hubieran mirado con muy buena cara en la oficina de turismo si hubiera vuelto a comprar el mismo viaje. Así que fui al lugar donde salía el autobús (la puerta de un hostel). Allí todavía no me conocían, así que pude reservar sin problemas. No se andaba con tonterías el viaje. Ida y vuelta por la ruta más directa, sin ningún tipo de comentario por parte del conductor. Por 5 libras más hubiera tenido ruta por la costa con varias visitas. Pero en este caso valoré más el disponer de la tarde libre, decisión de la que no me arrepentiría. Tras una hora y media de viaje, el autobús nos dejó junto a un centro de visitantes. Allí se podía coger otro autobús que bajaba hasta la costa o ir andando un kilómetro. A una persona como yo, casi le parece un insulto la primera opción. Como teníamos 2 horas, emplée una y media en recorrer una ruta que discurría por unos acantilados. Estar 5 meses en una isla no me habían vacunado para asombrarme con las maravillas que pueden formar las rocas y el mar. Impresionantes paisajes aún más hermosos en un día soleado, de los que tanto eché a faltar en Skye. Podía haber seguido allí horas y horas, pero me faltaba el plato fuerte. ASí que bajé a la costa por un angosto sendero hasta llegar a una auténtica maravilla: La Calzada de los Gigantes. Se trata de unas 40.000 columnas hexagonales de basalto que forman un conjunto sorprendente. De hecho cuesta creer que sea algo natural. Sin mucho tiempo para disfrutar del espectáculo, volví al autobús. En el viaje de vuelta a Belfast pude observar cómo algunas casas de campo lucían orgullosamente la "Union Jack", en un aperitivo de lo que me esperaba esa misma tarde. Apenas llegué a Belfast, desembuché mi plano y partí rumbo a los barrios más "animados" de la ciudad, y no precisamente por el pototeo. Tras un rato de caminata empezaron a aparecer los primeros murales que me indicaron que estaba en territorio protestante. Por si no lo tenía muy claro, muchas casas lucían banderas británicas y del Ulster. La zona alternaba zonas muy cuidadas con otras bastante escojonadas. Y me sorprendió ver muchos niños sueltos jugando por las calles. Solían vestir camisetas de equipos de fútbol de la Premier League (liga inglesa). Tras una pateada de casi dos horas, empapándome del espíritu unionista, decidí pasar al otro barrio (en sentido literal). Y lo que en el plano eran dos calles, en las 3 dimensiones de la realidad se conviertieron en un rodeo de más de una hora y media. ¿La razón? Un muro que ríete tú del de Berlín. Bueno, no tenía fosos ni guardias, pero calculo que levantaba más de 4 metros del suelo. Mis intentos por encontrar una calle que lo atravesaran fueron infructuosos. Así que tuve que llegar casi al centro y rodearlo. Si a mí me resultó una experiencia bastante claustrofóbica, no hace falta imaginar lo que puede suponer a un residente tener semejante "monumento" en su ciudad. Un mural me dio la bienvenida a la zona católica. La presencia de una catedral me lo confirmó. Decidí internarme en el corazón del barrio. También abundaban los grupos de niños. Esta vez ataviados mayoritariamente con los colores verdes y blancos del Celtic de Glasgow. Había algunas calles realmente degradadas. Incluso había algunas hordas de tiernos infantes haciendo hogueras por las calles. Eso parecía la ciudad sin ley. No me quise quedar con esa imagen y me interné más en el barrio. Pude ver zonas más agradables y más murales, entre ellos uno que aprovechaba la tesitura para, mezclando churras con merinas, defender la autodeterminación del País Vasco. Mi paseo por estos dos barrios me resultó fascinante. No obstante acabé muy cargado. Se respira un ambiente tenso, y eso se termina notando. Al observar los grupos de niños de ambas zonas, tan rubitos y aprentemente inocentes, poca diferencia vi entre ellos, aparte de las camisetas. Ciertamente los nacionalismos y las religiones han generado muchos más problemas de los que, supuestamente, han solucionado. Un muro de más de 4 metros de alto y una mala leche en el ambiente que casi se pueden cortar son prueba de ello.
Decidí hacer una visita más lúdica y opté por el castillo de Belfast. No es que aún tuviera ganas de batalla, sino porque las vistas desde la colina en la que se asienta son de enjundia. Cogí un autobús urbano que dejaba cerca del castillo. El vehículo estaba lleno de tinajeros que volvían de comprar en el centro. Yo iba de pie y mi visibilidad era limitada. Como no sabía exactamente dónde tenía que bajarme iba mirando como podía a ver si divisaba la fortaleza. El autobús se alejaba y se alejaba del centro mientras la noche caía sobre Belfast. Pasamos un desvío al zoo que me hizo sospechar. Miré mi plano y se confirmaron mis sospechas. Me había pasado bastante. Bajé echando virutas. Descarté la opción de visitar el castillo y volví al centro en otro autobús. Se me estaba haciendo tarde y me estaba jugando el pototeo del sábado. Fui al hostel a adecentarme un poco y salí, como en el día anterior en plan "me llamaban Trinidad". Todavía estaban los garitos con mucho cemento, así que volví al hostel. Tenía la esperanza de encontrar algún "alma perdida" como yo para compartir andanzas. Se había formado un grupillo en la entrada. Parecían todos muy amiguetes. Pero cuando los vi marcharse vi que entre ellos estaba la dueña del hostel. Así que deduje que ésta había formado una especie de quedada informal entre los huéspedes. Les seguí un rato y me hice el encontradizo con dos chicas que se habían descolgado. Como había previsto, recibieron de buen grado mi incorporación. Se trataba de dos irlandesas, que junto a 2 canadienses, 2 yanquis, un belga y algún que otro elemento sin bandera conocida, amén de los dos dueños del hostel formaban un grupo más que interesante. Pero ya se sabe que cuando hay grupos grandes se suele buscar el mínimo común múltiplo, es decir, contentar a todos. Así que fuimos al típico pub para turistas. Allí pude entablar conversaciones varias con las canadienses, las estadounidenses y el belga. Eso cuando no lo impedía el ensordecedor ruido que generaba un grupillo que no paraba de berrear versiones pop. Hartos de tamaño despliegue de decibelios salimos del local. El dueño del hostel, aprovechó el manejar la manada para conducirnos a un taxi que nos conduciría al garito más chic de la ciudad. Aunque hubo gente que picó, algunos nos sentimos un poco como ovejas en un rebaño y declinamos la quizá sí o quizá no, interesada oferta. Las canadienses se había dispersado. Lástima porque una de ellas era una pívot de categoría. Así que volvimos al hostel las yanquis y el belga. Estuve hablando con una de ellas todo el camino. Iba a pasarse el año en una universidad galesa estudiando teatro y quería hacer antes algo de turismo. Resultó un placer hablar con una persona que mostró tener dos dedos de frente. Es decir, hablaba lo suficientemente despacio para que la entendiera. Algo tan sencillo fue más bien escaso en Skye. Al llegar al hostel, los cánones cinematográficos lo dejan bien claro. Dos americanas y dos europeos=bacanal. La vida real es otra cosa. Se fueron a dormir y yo le propuse al valón volver a los baretos. Rechazó mi oferta, por lo que tuve que volver sólo. No dio para mucho más la noche. Los bares cerraban de nuevo a la una y media. Asistí a mi última salida de los toros en Belfast y me retiré definitivamente a mis aposentos. El grupillo que se había formado al principio de la noche prometía bastante. Lástima que las circunstancias hicieron que no pudiese dar mucho juego.

4 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Buena cronica Rufus, como ya nos tienes acostumbrados. Supongo que ya conoceras la leyenda de la calzada del gigante, cuyo origen esta en 2 gigantes de Irlanda y Escocia, que se llevaban tan mal que no dejaban de tirarse piedras. Me has puesto los dientes largos con esa visita, no tanto con Belfast donde supongo que con ese muro que riete tu del que levanto Ariel Sharon, y esa tensión en el ambiente, no debe ser el mejor lugar para comprarse un apartamento. Por lo que cuentas en tu quedada vespertina te falto hablar con las irlandesas del hostel.

Rufus dijo...

Sí, ya me instruyeron en la leyenda. Ahora parece que los irlandeses y escoceses se llevan un poco mejor.
La verdad es que Belfast es una ciudad bastante acogedora. Fuera de esos dos barrios, claro.
Los propietarios del hostel eran una pareja, así que allí no había mucho que rascar.

Anónimo dijo...

tu txutxo.
a comer ten cuidado los churros con... que se te pueden atragantar. Que pena que no te diesen de ostias en west belfast.

kelly´s cellar

Rufus dijo...

Claro, eso es lo que hay que hacer con todo el mundo que no piense como tú. Darle de ostias. Y así se acabarían todos los problemas.Estos de West Belfast es que no enteran...