martes, 6 de octubre de 2009

Belfast (I)



Tras el paréntesis atlético, voy a continuar con mi crónica del viaje de vuelta. Quede claro pues, que no vine a España a correr la media maratón de Castiello y luego me volví a Escocia. La inspiración literaria viene cuando viene.
En mi última entrada estaba pernoctando en un lujoso (para mí) hotel en Perth. El desayuno que me ofreció fue casi legendario: 5 tipos de cereales, yogurt, frutos secos, miel, bacon, salchichas, huevos revueltos y fritos, triángulos de patata de dos estilos, frutas en almíbar, “baked beans”, tostadas y un largo etcétera. Me puse como el quico haciendo acopio de la energía que me iba a hacer falta para el largo viaje al que me iba a enfrentar.
Cogí un tren que me dejó en Glasgow. Vuelta a los orígenes, ya que en esa ciudad empezó mi viaje allá por el mes de abril. Sin tiempo para nostalgias me dirigí a la estación de autobuses.
Allí cogí un autobús que me llevó a Stranraer, localidad costera en la que debía coger el ferry para Belfast. Suaves y verdes colinas, junto con un tramo costero espectacular significaron mi despedida de Escocia. El perder de vista semejantes paisajes se hace menos cuesta arriba si el siguiente destino es Irlanda. Tras una espera de algo más de una hora en el puerto, me embarqué en el ferry. Si el transbordador que me condujo a Lewis y Harris me pareció espectacular, éste me dejó boquiabierto. El parking parecía un garaje de un centro comercial. Contaba con varios restaurantes, tienda, sala de juegos… No pude parar quieto un momento del viaje, dando vueltas y descubriendo nuevos servicios y rincones. Hasta que, unas dos horas y media después, los astilleros de Belfast aparecieron en el horizonte. En el puerto esperaba un autobús que nos condujo a la estación central de autobuses. Por sólo 25 libras había hecho dos viajes en autobús y uno en ferry para ir de Glasgow a Belfast. En general, el Reino Unido es más caro que España. Pero hay auténticos chollos si se busca un poco.
Nada más llegar a la estación, y siguiendo con la tradición, me dirigí a la oficina de turismo. Tras averiguar dónde estaba mi hostel, pregunté sobre la posibilidad de ir a la Calzada de los Gigantes, maravilla geológica en la costa norte de Irlanda. Allí me propusieron un viaje que bordeaba la costa visitando varios puntos de interés. Lo reservé sin pensar mucho. Aunque mi coco siguió dándole vueltas. Ya en la calle me percaté de que había cometido un pequeño aunque craso error. La excursión duraba unas 10 horas, con lo que prácticamente se me comía todo el sábado. Aparte de que en esos viajes organizados suele haber paradas estratégicas con poco que ver y mucho para gastar. A un viajero amante de la libertad como yo, eso no le cubica nada. Así que pensé que sería mejor coger un coche de linea público y dejarme de circuitos. Volví a la oficina de turismo para anular la reserva (ya pagada). La señorita me dijo que no se podía anular. Pero ante la cara de buenecito que lucía (se me da muy bien, supongo que será porque algo de eso tengo) me preguntó cuándo lo había reservado. Como sólo hacía 15 minutos, decidió devolverme el dinero. Me dirigí al hostel aprovechando para hacer mis primeras observaciones sobre la capital norirlandesa. Es curiosa la mezcla que se da en Irlanda del Norte. Por un lado, se respira ambiente irlandés. Pero gran parte de la arquitectura y mobiliario urbano (aparte de la moneda), nos recuerdan que estamos en el Reino Unido. También destaca la amabilidad de la gente. Las dos veces en las que desplegué mi plano para situarme, dos personas se ofrecieron gentilmente a ayudarme.
Mi hostel estaba cerca de la universidad, en una zona repleta de pubs y restaurantes. La recepción en el albergue fue de lo más cálido. Nada más llegar, la propietaria hizo de guía turística explicándome con todo lujo de detalles todo lo que había que ver y lo que no en la ciudad. Tanta amabilidad, sumada a mi debilidad por las “Irish”, y más si son pelirrojas como ésta, me cautivaron. Menos mal que ese efecto no duró mucho y no cai en la trampa de reservar las dos excursiones que me propuso. La Calzada de los Gigantes (versión 11 horas) y visita a los murales de los barrios católicos y protestantes en taxi con guía. Tampoco me gustó mucho lo de “tienes que ver esto, y no vayas a ver esto”. Pero en todo caso se agradece llegar solo a un sitio nuevo y recibir tanta atención. Dejé el maletón en la habitación y fui a dar un voltio. Cené humildemente en un “Kentucky fried chicken” y me acerqué al centro. Era viernes y tenía la idea de palpar el pototeo de la capital. Me apetecía escuchar un poco de música irlandesa, así que entré en un pub donde había un grupo tocando. Lo escuché un rato bebiendo la clásica pinta de Guinness , pero me fui rápido. La clientela frisaba la cincuentena, y ya había tenido bastante de eso en mi hotel escocés. Hice un escaneo por todos los baretos hasta que me decidí por uno que me había recomendado la dueña del hostel. Se tratada de una discoteca pequeña con música disco. Justo lo que necesitaba. Sólo cobraban 2 libras por entrar, y por tan módico precio se podía también beber botellines de sidra de pera. Lo malo es que cuando llegué, el bar estaba un poco vacío. Le pregunté al guardia si me podía poner sello y volver más tarde, pero me dijo que sólo se podía salir para fumar. Así que me quedé y, poco a poco se fue llenando. Se hace un poco incómodo estar sólo en un sitio semivacío. Pero poco a poco me sumergí en la magia del local. No difería mucho de las discos escocesas. Los modelitos seguían los cánones anglosajones: taconazos, minifaldas y escotes generosos. Eso sí, no observé vestigios de frotamiento. A eso de la una me cansé y salí de la discoteca. Aún eché un ojo a los pubs de la zona. Era el momento de la “salida de los toros”. Allí cierra todo a la una y media. Evidentemente a esas horas tan tempranas la gente no tiene muchas ganas de volver a casa. Así que se producen grandes concentraciones de gente apurando sus posibilidades de pototeo. Cuando vi que se empezaban a disolver los grupillos di por finiquitada la noche y volví al hostel a dormir.

9 comentarios:

Dina dijo...

Ves... ya sabía yo que eso de meter presión funcionaba... lue me lo leo, lo prometo... no pongas esa cara, que es mu largo y estoy discutiendo con la cisterna (de momento ella lleva las de ganar)

Rufus dijo...

Oye, no me digas que le haces más caso a una cisterna que a mí...

Dina dijo...

Comprendeme, Rufus, la batalla que tenía que librar era importante y... siento comunicarte que la he perdido pero para mañana la he vuelto a retar y espero salir victoriosa en esta ocasión.

Anda, que menos en lo de fregar platos y cazuelas me das una enviiiiiiiiiiidia, desde luego es una aventura para poder contar a tus nietos... o a tus biznietos... e incluso a tus tataranietos.

Rufus dijo...

Vencida por una humilde cisterna..Quién te ha visto y quién te ve.
Respecto a mi aventura, es bastante asequible. Vuelos de bajo coste, albergues y no hace falta convencer a nadie para que te acompañe. Al alcance de todos...

Dina dijo...

Rufus, la guerra aún no ha terminado... será ella la que tenga que sacar la bandera blanca de la paz

Tyrannosaurus dijo...

Bueno Rufus ya veo que eres un hombre de convicciones y estabas decidido a visitar Belfast, esta claro que sabes hacer un optimo aprovechamiento de los viajes.
Lo de la sidra de pera, promete, lastima que no tuvieras frotamiento en la discoteca.

Rufus dijo...

Sí,Belfast ya me tentó cuando estábamos en Dublín, pero no caía muy a mano.
Habiendo sidra de pera, ¿quién necesita frotamiento?

Fuen Murcianica dijo...

sidra de pera!!!uhmmmmm..(Dina,si necesitas un fontanero para la cisterna,yo le doy clase a 15)

Dina dijo...

Muchas gracias, Fuen Murcianica, pero creo que, ¡¡por fin!!, he conseguido ganar la guerra... si luego resulta que no es así te lo cuento.