viernes, 16 de agosto de 2013

Lagos

Cumplidos los objetivos planteados en nuestra visita a Lisboa, tocaba cambiar de aires. En este caso, nos dirigimos al Algarve, región situada en el extremo sur de Portugal, famosa como destino turístico por sus bellas playas. Para llegar allí cogimos un autobús que nos iba a dejar en la localidad costera de Lagos.
Los primeros kilómetros del viaje fueron espectaculares. Para salir de Lisboa atravesamos un puente de 16 kilómetros(el más largo de Europa) sobre el estuario del Tajo. Lamentablemente, el resto del trayecto se desarrolló a través de una monótona autopista, que no pasó cerca de ningún núcleo de población.
A pesar de que Lagos es una ciudad bastante pequeña, también nos tocó patear un buen rato hasta llegar al albergue, bajo un sol aún más intenso que el lisboeta. No tardó mi compañero de fatigas en empezar a quejarse. Pero las únicas alternativas eran haber reservado un alojamiento mejor situado o coger un taxi. Nada de ello tiene cabida en un viaje de bajo coste que se precie. Al final, el hostel tampoco estaba tan mal situado. Cerca de una playa y a unos 10 minutos andando del centro (si se sabía el camino). El encargado nos recibió con gran amabilidad. Había vivido unos años en España, lo que no sólo ayudó en la comunicación, sino que no hubo que darle ninguna explicación cuando le dijimos que veníamos de Huesca, como suele ser habitual. Dejamos nuestra huella en forma de alfiler clavado en un mapamundi en el que se reflejaba la procedencia de los huéspedes allí alojados.
Esta vez la habitación doble contaba con dos camas. Dejamos nuestros enseres y nos acercamos al centro. Realizamos el clásico escaneo para escoger garito donde llenar la panza y tras rechazar uno donde se nos ofrecía una hambuguesa de "galhina frita", nos decantamos por el siempre resultón kebab. Despreocupados del trámite del llantar, pudimos centrarnos en apreciar la belleza intrínseca del lugar. Lagos es un pueblo encantador, con casas de fachadas blancas que combinan muy bien con el clásico empredrado portugués. Un lugar apacible, si no fuera porque está repleto de turistas. De todas formas, Lagos está lejos de la masificación tan frecuente en nuestras costas. En definitiva, un buen lugar para estar un tiempo y tomárse las cosas con relativa tranquilidad (justo lo que no hemos hecho en este viaje).
Volvimos al hostel, no sin antes parar en un supermercado para comprar viandas para la cena, y nos fuimos a dar un voltio por la costa. Visitamos un faro cercano y nos deleitamos con las playas. La clásica imagen de las playas del Algarve con las formaciones rocosas erosionadas cerca de la orilla se hacía por fin realidad. Pero no nos conformamos con el placer estético, así que nos pusimos el traje de faena y bajamos a la arena. Ya estaba atardeciendo y los acantilados ocultaban la luz del sol. Así que, aparte de que la temperatura no era ya muy agradable, no se veía ni torta a través de mis gafas recientemente adquiridas en Benidorm. Habría que esperar a la mañana siguiente para darse un baño en condiciones.
Era hora de cenar, así que aprovechamos otra de las ventajas de los albergues, que es el poder disponer de una cocina. Los raviolis de sobre con salsa de tomate de caja nos quedaron estupendos. Además hacían muy buen maridaje con las cervezas "Sagres" que nos habíamos agenciado. Aprovechamos para conversar con un par de canadienses de Montreal y esperamos a las 11 de la noche, hora a la que se supone que la gente del hostel se juntaba para salir a echar unos tragos. Por lo que contaban, la noche anterior había sido de órdago, así que la mayoría de gente se rajó. Nos quedamos hablando con una belga que tampoco iba a salir, así que mi amigo y yo nos fuimos los elegidos para defender el honor del albergue. No lo hicimos muy bien, ya que a la una se me acabaron las pilas y nos retiramos. Eso sí, se veía bastante ambientillo por los baretos.
A la mañana siguiente pude por fin darme un baño en condiciones y sacarle partido a mi humilde equipo de buceo. La estampa de la playa era totalmente mediterránea, aunque la temperatura de las aguas, nos recordaba que estábamos en el Atlántico. Ya habíamos cumplido nuestro deber, así que recogimos nuestras cosas, nos despedimos del dueño del albergue y nos dirigimos a la estación de autobuses donde sacamos un billete para nuestro siguiente destino: Albufeira. Aprovechamos el tiempo de espera para ir a un bar donde degusté un "cachorro", que es como llaman los lusos a los "perritos calientes".

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