martes, 13 de agosto de 2013

Lisboa

Ya había visitado una vez Lisboa hace unos años, y me había dejado un buen sabor de boca. Me había quedado pendiente escuchar unos fados en vivo, así que ese era el objetivo para el día que íbamos a pasar en la capital lusa.
Llegamos de buena mañana, tras un vuelo de apenas una hora. Cogimos el metro hasta una estación de autobuses donde aprovechamos para comprar el billete a Lagos, nuestro destino para el día siguiente. La estación estaba un poco a desmano, así que tocó una buena pateada de unos 45 minutos hasta el hotel bajo el fuerte sol lisboeta. Mi compañero de fatigas empezó a desmoralizarse y mormotear debido al complicado paisaje urbano de extrarradio al que nos enfrentábamos. Por suerte, al rato entramos en las zonas nobles de la ciudad, y el paseo se hizo más soportable.
Nuestro hotel (más bien una pensión) estaba muy céntrico, junto a la Plaza Rossio. Se ubicaba en un edifico con mucha solera(dicho así suena mejor que antiguo), pero las habitaciones (por lo menos la nuestra) estaban reformadas. Otra vez habíamos encontrado un chollo reservando la pieza por 25 euros. Además contaba con aire acondicionado y ducha propia. Aunque esta vez tenía gato encerrado: Se trataba de una cama grande en vez de dos. Bajé a recepción a ver qué se podía hacer, pero me dijeron que el hotel estaba completo y que todas las habitaciones dobles contaban con el mismo equipamiento. Dicen que la política hace extraños compañeros de cama. Lo mismo pasa con los viajes. Eso sí, esta situación me sirvió para doblegar la resistencia de mi colega a reservar habitaciones en albergues, donde por mucha gente que haya en cada cuarto, cada uno tiene su propia cama.
Era ya hora de comer, así que salimos en busca de la cuadratura del círculo: bueno, típico, barato y abundante. La búsqueda resultó infructuosa. Se estaba haciendo tarde y perdimos nuestra sangre fría entrando a comer en un garito de bocadillos súper-sanos, que ni era barato, ni bueno, ni abundante y ni mucho menos típico. Había que rehacerse de esta decepción, así que empezamos a comportarnos como auténticos turistas y fuimos a coger el tranvía típico que recorre el casco viejo de la ciudad (línea 28). Es una línea regular, pero la mayoría de los que nos montamos éramos turistas. Nada más empezar el recorrido, empezó a subir una empinadísima cuesta y se internó por barrios durísmos, que asustaban pese a ser todavía media tarde. En algunos momentos, los turistas que encontrábamos a nuestro paso nos fotografiaban, con lo cual, por primera vez en mi vida, me sentí una atracción turística.
Tras un paseo de algo más de media hora, el tranvía se detuvo y nos vimos obligados a desalojarlo. Hicimos de la necesidad una virtud y aprovechamos para patear hasta un teatro del centro, donde íbamos a asistir a un concierto de fado. Normalmente, este tipo de música se toca en restaurantes y se escucha mientras se cena, pero en ese caso se ofrecía solamente la actuación. El teatro estaba en una mezcla de edificio comercial y de oficinas, y el espectáculo era un poco "ad-hoc" para turistas, no se veía muy genuino. Pese a todo pude disfrutar de la sesión, ya que los músicos y cantantes parecían bastante competentes. No sé por qué, pero siempre me ha atraído la música tradicional lusa. Y sobre todo el sonido tan evocador de la Guitarra Portuguesa.
Aún quedaban horas de luz, así que proseguimos el pateo por la ciudad. El casco viejo lisboeta es enorme, con calles estrechas e innumerables cuestas. Algunas zonas están un poco "descojonadas", pero eso le da un aire genuino que a mí me atrae bastante (si viviera allí quizá no pensara lo mismo). El paseo por el barrio de Alfama nos regaló estampas inolvidables, con sorpresas a cada rincón. Numerosos restaurantes ofrecían cenas amenizadas con fados, lo cual, seguramente hubiera sido una mejor opción que el correcto, pero algo aséptico espectáculo que acabábamos de presenciar.
Tocaba cenar, y necesitábamos resarcirnos del craso error cometido en la comida. Mucho escaneo hasta que nos encontramos con un local que tenía muy buena pinta y ofrecía un menú por 9 euros. Además, el local estaba casi vacío, lo cual yo valoro muy positivamente (al contrario que la mayoría de la gente). Temblamos cuando nada más sentarnos, el dueño dejó sobre nuestra mesa unos canapés. Un amigo me había avisado del peligro que hay en Portugal de que te ofrezcan aperitivos y pan con mantequilla sin pedirlos y te los cobren al final. Esta vez no sólo no nos los cobraron, sino que el "bacalao a Bras" que nos pusieron fue una auténtica delicia. Con el estómago lleno y, sobre todo, nuestra moral reforzada pateamos en busca de algún sitio donde echar una cerveza. Nos costó, pero al final encontramos la zona de garitos. No sin ser abordados unas cuantas veces por individuos inquietantes ofreciéndonos marihuana y sus variantes. Nos conformamos con drogas más socialmente aceptadas y le hice mi particular homenaje a las Fiestas de San Lorenzo, pidiéndome una cerveza de marca "Laurentina".
Habíamos caminado con maletones por el arcén de una autovía, nos habíamos montado en un tranvía de madera que casi raspaba las paredes, nos habíamos internado por barrios durísimos y habíamos sido abordados por traficantes de drogas en plena calle. Pero aún quedaba lo más temible. Compartir cama con mi amigo. Como decían en la película "Amanece que no es poco", "un hombre en la cama es un hombre en la cama". Bromas aparte, tampoco fue tan terrible. De hecho, pude dormir bastante bien. Había que recuperar fuerzas después de un día tan movido, porque el día siguiente no nos lo íbamos a tomar a título de inventario. Tocaba poner rumbo al Algarve.

4 comentarios:

Beltenebros dijo...

En Lisboa se celebra una cronoescalada a la Calçada da Gloria, una de esas empinadas vías de la ciudad que cuentan con una línea de tranvía. No se si sería exactamente la misma por la que transitaste, pero es también bastante empinada, un detalle que alguien como tú nunca deja pasar desapercibido ;-)

http://www.pedaleo.com/es/noticias/noticias-internacionales/noche-de-gloria-en-lisboa/id/1859

Rufus dijo...

Me da la impresión de que la Calçada da Gloria es una cuesta en la que un tranvía sube y baja, no forma parte de ninguna línea. Creo que tomé ese tranvía en mi anterior visita. Lo que no me imaginé es que hicieran una cronoescalada. Eso sí, recuerdo que las rampas eran de enjundia.

Tyrannosaurus dijo...

Me congratula ver que no has perdido tu afición por los viajes. Yo por desgracia, este año me veo haciendo un cursillo acelerado e intensivo sobre bebes pero desde luego espero recuperar mi afición por viajar en cuanto me sea posible. A veces las ciudades "descojonadas" tambien tienen su encanto, me acuerdo por ejemplo, de Roma que estaba hecha una "ruina", en sentido metaforico y literal a veces. Esperamos tu cronica sobre el Algarve como agua de mayo.

Rufus dijo...

Bebés y viajes:Me temo que no son muy compatibles.
A algún concejal de ciudad turística se le va mucho la mano con las reformas y adecentados. A veces, el no ir sobrado de dinero puede tener resultados positivos.