martes, 3 de septiembre de 2013

Braga

La tentación de visitar una ciudad con un nombre que, por razones obvias, siempre me ha llamado la atención, era demasiado fuerte. Además siempre podía escudarme en la certeza de que Braga es una hermosa ciudad, digna de ser visitada mas allá de su curiosa denominación.
En el trayecto en autobús desde Coimbra, se empezaron a aparecer los primeros hórreos, que tanto me recuerdan a mi amada Galicia. Mientras viajaba de sur a norte, iba viendo cómo cambiaba el paisaje, recordándome en cada momento a las zonas españolas limítrofes con las portuguesas. Así, los pueblos blancos del Algarve como Lagos o Albufeira me evocaban a los andaluces. Los bosques de alcornoques del Alentejo guardan gran semejanza con los paisajes extremeños, siguiendo una zona de transición que bien pudiera ser una comarca del antiguo Reino de León. Hasta llegar al norte, que tiene muchos elementos comunes con Galicia.
El tradicional drama de encontrar el albergue no fue tal esta vez. Al lado de la estación pudimos consultar un mapa de una marquesina que nos indicaba que sólo distábamos unos 5 minutos de nuestro hogar por un día. Por ello no nos importó en absoluto tener que subir a pie 3 pisos con las maletas. Una simpática empleada, que además hablaba español, nos dio una cálida bienvenida. El albergue era ciertamente acogedor y estaba dotado de un estilo propio que se dejaba ver en todo tipo de detalles. No nos hizo tanta gracia que nuestra habitación, al igual que nos sucedió en Lisboa, contara con una sola cama, a pesar de que al reservar nos habíamos asegurado de leer la palabra "twin"(literalmente gemelos,es decir:dos camas). Se lo comenté a la empleada, pero me comentó que sólo disponían de camas dobles en las habitaciones privadas. Nos resignamos y salimos a conocer la ciudad. Con su amplio centro histórico perfectamente conservado, Braga nos demostró que es algo más que una ciudad con un nombre curioso.
Al volver al hostel, la empleada nos recibió con una agradable sorpresa. Una habitación de 4 literas iba a quedar libre, por lo que nos permitió dormir allí,en lugar de en la cama de matrimonio. Buen detalle que hace que un establecimiento marque la diferencia. Además nos ofreció una excursión al parque nacional Peneda-Gerês, situado unos kilómetros al norte de la ciudad, que alcanza hasta el límite de la provincia de Orense. No niego que me tentara, pero la actividad finalizaba a las 7 de la tarde, lo cual arruinaba nuestro apretado "timing". Otra vez será.
Tras cenar en el albergue, salimos a dar un voltio. Empezamos visitando un centro cultural donde se celebraba un concierto de rock. La gran mayoría del público lo presenciaba sentado en una especie de anfiteatro natural, excepto un personaje que bailaba dando llamativas cabriolas. Me quedó la duda de si era un "faltao" o un bailarín de enjundia.
Las calles de Braga también lucían de noche, pero me había dejado el plato fuerte para la mañana siguiente. Se trataba del santuario de Bom Jesus, situado en una colina a unos 5 kilómetros de la ciudad.
En el albergue nos habían comentado que para acceder había que coger un autobús. Pero no sabían con quién estaban hablando. Me calcé mis zapatillas de correr y enfilé la carretera, justo cuando empezaba a llover. Eso no frenó mi motivación. Más al contrario le dio un toque épico a la excursión. Llegado al pie del santuario me di cuenta que aún quedaba lo más duro. Cientos de escalones me separaban del objetivo. Había un tranvía que los eludía, pero a estas alturas no me iba a rendir, por muy mojado y exhausto que estuviera. Por fin coroné la empinada subida y pude visitar la iglesia. No me dijo mucho, quizá porque estaba pensando en la vuelta y en que me iba a tener que dar prisa para llegar antes del "check-out". Aproveché mi poderosa zancada para lanzarme a tumba abierta en el descenso, pudiendo llegar al albergue antes de las 12. Una ducha, cambio de ropa y como nuevo para afrontar la última etapa de mi viaje por tierras lusas.

No hay comentarios: