miércoles, 16 de octubre de 2013

El verano de Praga

 Tras el fiasco de las fiestas patronales, aún me quedaban un par de semanas de vacaciones en las que tenía que montar algo.  En esta ocasión ninguno de mis amigos podía o quería sumarse, así que me tocó hacerlo en solitario. Nada que no haya hecho anteriormente. Viajar solo es un poco triste en ocasiones, pero permite un grado de libertad enorme.
 Entre las muchas ideas que se me ocurrieron fui descartando y me quedé con dos: Alemania del Este y Suecia. Ya había estado unos días en Berlín y había visitado fugazmente dos ciudades suecas. Pero eso para mí había sido solo un aperitivo.
 Ante la disyuntiva de elegir entre estos dos destinos, busqué si había una forma de conjugarlos. Y la encontré: Un ferry unía Rostock con la ciudad sueca de Trelleborg. Ahora sólo tenía que planear la ruta a seguir. Básicamente se trataba se subir por el este de Alemania, pasar a Suecia y subir al norte, viendo la mayor cantidad de lugares posible. Aunque iba a aprovechar que tenía bastante tiempo para pasar más de una noche en algunas ciudades, a diferencia de lo que había hecho en Portugal.
 Pensaba empezar por Dresde, pero me di cuenta de que podía añadir una etapa más al itinerario. Y no una cualquiera: Praga. Eso me permitía no solo conocer una de las ciudades más turísticas de Europa, sino completar la mítica trilogía de haber visitado Fraga, Braga y Praga, un logro que todo viajero que se precie aspira a conseguir.
 Decidido ya el esqueleto de mi viaje, reservé los primeros días de alojamiento, además de algunos trayectos y partí rumbo a Barcelona para coger el avión a Praga. Esta vez decidí darme un capricho y no volé con Ryanair, sino con Vueling, que es de bajo coste, pero no tan bajo como la compañía irlandesa.
 Llegué a la capital checa de noche, lo cual no ayuda mucho para orientarse. Tuve que coger un autobús desde el aeropuerto y un metro, que me dejaba relativamente cerca del albergue. Fiándome de mi talento natural, sólo contaba con unas anotaciones básicas en mi libreta y un plano gratuito que me había agenciado en el aeropuerto. Lamentablemente mi destino estaba fuera del mapa, y mis anotaciones se mostraron claramente insuficientes. Así que elegí intuitivamente una dirección y presté atención a los nombres de las calles, a ver si encontraba alguna pista. Veía el panorama algo oscuro hasta que vi un cartel publicitario en la carretera que indicaba la ruta a una tienda de informática. Felizmente dicha tienda se encontraba en la calle de mi albergue, así que ya sabía por donde tirar. Aun así tuve algún problema que otro, derivado de que muchas calles contaban con dos nombres y dos numeraciones distintas, lo cual no ayuda mucho a la hora de orientarse.
La Plaza de la Ciudad Vieja.
 Conseguí llegar al hostel pasadas las 11 de la noche. Dejé mis cosas y me dirigí rumbo al centro, que se encontraba a unos 25 minutos a pie. Me llamó la atención lo pobremente iluminado que estaba. Aún así me impresionó la Plaza de la Ciudad Vieja por su grandiosidad y la gran cantidad de edificios históricos situados en ella. El conocido Puente Carlos estaba un poco desangelado a esas horas, y seguí andando por calles semidesiertas hasta el Castillo de Praga.
 Esa noche ya me había pulido los sitios más típicos de la ciudad, pero quería echarles un vistazo a plena luz del día. Antes de ir a dormir degusté un bocadillo de queso empanado, una "delicatessen" propia del lugar.
 Me temía que iba a ser una noche difícil en el albergue al estar alojado en una habitación para 16. Nada más lejos de la realidad. Las habitaciones grandes son más espaciosas, por lo que los elementos disturbadores se diluyen.
 Un desayuno correcto (muy bueno si se tiene en cuenta que sólo había pagado 10 euros por noche) en el albergue me dio las energías que necesitaba para mi actividad favorita en cualquier ciudad: patear sin descanso. Vi algunos hitos interesantes, como una torre de televisión, que, según me enteré después, había sido elegida como el segundo monumento más feo del mundo.
Los he visto peores.
 El centro histórico lucía mucho más a la luz del día, y se encontraba totalmente masificado de turistas. Llevaba toda la mañana pateando en solitario sin más información que mi mapa gratuito. Era hora de recibir alguna ayuda externa. En la oficina de turismo encontré un panfleto que ofertaba paseos guiados por los lugares más emblemáticos de la historia comunista de la ciudad. Empezaba media hora más tarde y había que inscribirse previamente. Utilicé un ordenador de la oficina y me inscribí. Media hora más tarde busqué al guía del paraguas azul (así se anunciaban) por la plaza. Encontré a un chaval bastante joven y le pregunté. Me dijo que era de la misma compañía, pero él no hacía el tour comunista, sino uno convencional. Llamó a su compañera que se encargaba del otro circuito y ésta me dijo que tenía que haber reservado el día de antes pero que lo podía hacer al día siguiente. No había mañana para mí en Praga, así que acepté la sugerencia del guía "convencional" y me uní al "Free Tour" que ofertaba. Iba a ser casi privado, ya que la expedición la  componíamos solamente un servidor de ustedes y un joven chileno. A pesar de ello, nuestro guía puso todo el empeño y durante más de tres horas nos llevó por los lugares más interesantes del centro de la ciudad a la vez que nos ilustraba sobre la densa historia de Praga. Aunque estaba fuera de guión, nos respondió gustosamente a las numerosas preguntas que le hicimos sobre la época comunista, con lo cual pude paliar mi desilusión por haberme perdido el tour específico.
Venca, un guía profesional.
 Lo del "Free Tour" tenía truco. Hay muchas visitas guiadas que se anuncian como "gratis", pero en realidad se basan en la propina que se da al final. Teoricamente no es obligatorio. Pero hay que ser muy "malaje" y llevar el "niunclavelismo" a extremos que hasta yo desconozco para no dar nada. Y más si el colega se había enrollado tan bien a pesar de que sólo íbamos con él  dos clientes. Esa muestra de profesionalidad debía ser recompensada, y así lo hicimos desembolsando 200 coronas por barba.
 Aún quedaba algo de tarde, así que mi compañero chileno y yo, seguimos nuestra particular ruta turística sin guía. Gabriel resultó ser un gran conversador e hicimos buenas migas dialogando sobre los grandes temas. Aprovechamos la situación para cenar juntos (una de las cosas más tristes del viajero solitario es comer solo) y nos despedimos en pos de nuevas aventuras.
 No voy a descubrir Praga a estas alturas. No es un destino turístico de primer orden por casualidad. A una rica historia y un legado monumental enorme se le suman unas dimensiones humanas y unos precios competitivos. Creo que no será la última vez que visite esta hermosa ciudad.

2 comentarios:

Gus dijo...

Ese tridente Fraga, Braga y Praga bien merece una entrada heterodosa en exclusiva. Debe haber poca gente que lo haya completado como tú.

Por otro lado, la foto de la ciudad vieja tiene un detalle muy bueno, verdad? hay que fijarse bien para verlo...

Rufus dijo...

Las sensaciones que deja haber completado dicho tridente son demasiado intensas para plasmarlas en una entrada. Eso hay que vivirlo.
Muy bien Gus. Mis fotos no están puestas sólo para hacer bonito. Me gusta que mis lectores sean detallistas y curiosos.