domingo, 10 de noviembre de 2013

Barra libre en Berlín y cercanías

 En la primera noche en el albergue de Berlín, mi sueño no pudo ser tan plácido como hubiera deseado. Una vez más se manifestó el gran talón de Aquiles de estos lugares: los roncadores. Aunque mi sorpresa al despertarme fue mayúscula, al comprobar que el roncador era, en este caso, una roncadora, y además bastante competente.
 Aún me quedaban unos flecos pendientes de mi viaje que quise dejar zanjados visitando un cíber cercano. La dueña hablaba tanto inglés como yo alemán, lo cual hizo ardua la comunicación. Pero la buena voluntad por ambas partes posibilitó que mi empresa fuera exitosa. Ya tenía reservados todos los viajes y alojamientos hasta el final de mi peripecia. Y eso ya era un alivio.
 El día anterior había visto que las máquinas del metro vendían billetes-día por 7 euros. Por poco más de 1000 pesetas tenía Berlín y su zona de influencia a mi alcance. Demasiado tentador como para resistirlo.
 Mi primer destino fue Wannsee, una zona lacustre que, según había leído, era la zoña de baño y recreo más popular de Berlín. La verdad es que era bastante agradable, con sus barquitos y todo. Pero tampoco había mucho que hacer por allí, así que proseguí viaje.
"Mini" Puerta de Brandemburgo
 La ciudad de Postdam fue residencia de la familia real prusiana, que se encargó de dotarla de  una arquitectura majestuosa. Me llamó la atención una Puerta de Brandemburgo a semejanza de la berlinesa, más pequeña, pero construida con anterioridad a aquélla. Es una delicia pasear por esta ciudad, que en un reducido tamaño alberga gran cantidad de palacios y edificios monumentales. Aunque lo más destacado fue para mí el Palacio Sanssouci, rodeado de bellos jardines, y al que se le considera el "Versalles alemán".
 En esta ciudad se celebró la célebre y decisiva Conferencia de Postdam, donde se decidió la división de Alemania en 4 zonas de ocupación tras la Segunda Guerra Mundial. La ciudad quedó encuadrada en la zona soviética, lo cual se nota en las zonas residenciales, con los imponentes "colmenones", que desentonan bastante junto a los palacios prusianos.
Esplendor prusiano
 Así pues, gran acierto haber visitado Postdam, parada recomendable en todo viajero que pase unos días en Berlín. Y por si fuera poco atractivo el arquitectónico, el gastronómico niunclavelista no se quedó atras, permitiéndome saciar mi hambre con un fantástico bocadillo de auténtica salchicha germana al imbatible y redondo precio de 1 euro.
 Mi siguiente destino no iba a ser tan monumental, pero me iba a producir una impresión mucho mayor. Tras un largo trayecto en metro, llegué a la pequeña ciudad de Oranienburg, unos 35 km al norte de Berlín. A pesar de contar con ciertos encantos turísticos, esta población es tristemente famosa porque a sus afueras se instaló el campo de concentración de Sachsenhausen.  Aunque muchas partes no se han podido conservar la sensación de tristeza y compasión que despierta un paseo por sus instalaciones es enorme. Y se hace casi insoportable al visitar el antiguo horno crematorio. No es una visita recomendada a todo el mundo, pero mi investigación de la vida incluye lo agradable y lo desagradable, así que no me arrepiento de haber ido a Sachsenhausen. La visita es gratuita y las instalaciones no están cerradas, pudiendo acudir a cualquier hora. En mi caso ya estaba anocheciendo cuando abandoné el campo. No estaba para irme de fiesta, pero sí para seguir exprimiendo mi billete-día.
  En una arriesgada jugada elegí la estación de Pankow como mi siguiente parada. Me resultaba sugerente ese nombre y pensé que podría encontrarme con un paisjae urbano singular. Mi talento natural no funcionó esta vez y sólo perdí unos 15 minutos en los anodinos alrededores de la estación.
¿Os da tan "mal rollo" como a mí?
 El día anterior había visto un cartel que anunciaba un ciclo de cine al aire libre, junto al Checkpoint Charlie. Ese día le tocaba nada menos que a "Goodbye Lenin", una de mis películas favoritas. Tuve un pequeño problema para llegar. La parada del metro estaba en la misma calle, aunque un poco lejos. Tenía que bajar unos 100 números, pero a los 15 minutos me di cuenta que estaba subiendo. ¿La razón? En Berlín (desconozco si en el resto de Alemania sucede lo mismo), los números de los portales suben en un sentido de la calle y bajan en el opuesto. Me parece más lógico nuestro sistema, pero estos germanos no dan puntada sin hilo, así que su sentido tendrá. El caso es que llegué con la película empezada. Pero no me importó, ya que era en alemán, la he visto 3 ó 4 veces y aún se podía sacar más jugo a mi inversión de 7 euros, ergo me marché enseguida a la boca de metro más cercana.
 Ahora me apetecía un poco de arquitectura típicamente comunista. Apliqué las matemáticas pensando que cuanto más al este me fuera, más impresionantes serían los "colmenones democráticos" que me iba a encontrar. Pero las matemáticas no se pueden aplicar al urbanismo con esas alegrías. Así que lo que me encontré fue una zona residencial de viviendas unifamiliares con unas calles poco iluminadas y que carecían de aceras en algunos tramos.  Alguien con un mínimo de sentido común se habría dado la vuelta nada más
Berín de noche
llegar, pero eso hubiera sido demasiado fácil. Así que con la única compañía de la luna anduve estuve casi media hora vagando por tan desolados parajes hasta que, no sin haber pasado momentos de incertidumbre, arribé a una estación de metro salvadora. Tanto ajetreo emocional y físico debía ser repuesto, y nada mejor que un enorme kebab que devoré en los andenes mientras esperaba el metro de vuelta.
 A pesar de mi cansancio, y lo tardío de la hora, no me volví al albergue. Al fin y al cabo era mi último día en Berlín. Así que me bajé en Alexanderplatz y me di un paseo por el centro, llegando hasta Oranienburger Strasse, calle conocida por su animada vida nocturna.  Evidentemente, con todo lo que había vivido ese día, no tenía muchas ganas de marcha , así que cogí el metro y ya, por fin, volví a "casa".  Como colofón a mi ajetreada jornada, ayudé a un grupo de "tinajeros" locales cuando me di cuenta de que no dejaban de nombrar una estación que habíamos pasado hacía un buen rato. Después de tanto trajín, el metro de Berlín ya no tiene secretos para mí.


 

2 comentarios:

Gus dijo...

Enhorabuena por la entrada de hoy, desde los comentarios del Blog Heterodoso echamos en falta una foto de los colmenones soviéticos.

También se agradecería una crónica gastronómica con entidad propia, habida cuenta de los competitivos precios y de lo bien que suenan tus colaciones.

Rufus dijo...

Me alegro de que mis lectores muestren interés por el tema urbanístico. En Postdam y Dresde inmortalizé algunos colmenones que te haré llegar con sumo gusto.
Para hacer una crítica gastronómica que se precie, lo suyo es acudir a un establecimiento, sentarse a la mesa y comer varios platos, además de postre y bebida. Dichas condiones han sid una "rara avis" en mi viaje, habiendome alimentado más de cultura que de viandas.