Un trayecto de unas dos horas en autobús hacia el norte me dejó en la ciudad portuaria de Rostock. Una asumible caminata de unos 20 minutos me condujo al albergue, que en este caso disfrutaba de una céntrica posición. Mi cuarto contaba con 8 camas, pero era espacioso y bien iluminado. Esta vez, la empleada fue todo amabilidad y cortesía.
La visita a la ciudad mostró las mismas lineas arquitéctónicas que el resto de ciudades germanoorientales (excepto Berlín, que es un mundo aparte dentro de Alemania): casco histórico reconstruido tras la guerra con edificios interesantes aislados y barrios residenciales formados por imponentes bloques de vivendas. Aunque en este caso muchas de las casas del centro tenían un aire nórdico. Sin duda se deja notar la huella hanseática.
Warnemunde: una pequeña delicia |
Casi concluida mi visita, me di cuenta de un detalle importante. Estábamos cerca del ocaso y el Astro Rey iba a ocultarse por el mar. Dicha estampa me fue negada en mi vista a Oporto tras una caminata de dos horas hecha ex profeso para verla. Esta vez la vida me había reservado la revancha sin buscarla, que tomé tan fría como la cerveza local que adquirí para acompañar tal acontecimiento.
Maravilloso ocaso |
A la vuelta, mientras me preparaba la cena en el albergue, escuché a dos personas que estaban en la terraza hablando en alemán. El acento de uno de ellos denotaba su origen latino, aunque no supe precisar de dónde. Luego me lo encontré en mi cuarto y me confirmó mis sospechas: era de Aranjuez. Celebramos nuestro encuentro tomándonos una cerveza en la zona de esparcimiento del albergue. Como era viernes y aún me quedaban algunas fuerzas, salí de expedición nocturna. No sé si porque no supe buscar bien o porque Rostock debe ser una ciudad un poco "paradita", a la media hora ya estaba en mi camastro.
Esa noche dormí como un bendito gracias a la ausencia de ronquidos en el cuarto.
A la mañana siguiente pude conocer a dos de mis compañeras de cuarto que habían venido a un congreso musical, pues eran voilinistas. Una venía de Colombia y otra de Portugal. Con esta última pude intercambiar impresiones sobre mi vista a su país ese mismo mes. Le gustó mucho el detalle de que llevara una funda de móvil con los colores y el escudo de la bandera portuguesa, cosa que si hubiera hecho en España con nuestra bandera hubiera, probablemente despertado alguna que otra antipatía.
Compañeros de viaje |
En un alarde de turismo alternativo, visitamos el museo de la Stasi, situado en una antigua comisaría de la temible policía política. No llegaba al nivel del campo de concentración de Sachenhausen, pero tampoco era un sitio para alegrarte el día. Dimos un paseo por el puerto y por el centro y nos despedimos. Su siguiente destino era Berlín. Por razones de fuerza mayor, tenía que hacerlo en su bici y no tenía intención de reservar alojamiento en el trayecto. Luego me enteré de que pudo llegar sano y salvo.
Mi periplo germano llegaba a su fin. Un gigantesco ferry me esperaba en el puerto para llevarme a la ciudad sueca de Trelleborg.
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