Museo de(L) Abba |
Llegué a Barcelona a última hora de la tarde. Ya no había conexión con Huesca, así que hice de la necesidad una virtud y decidí ampliar mi viaje un día más, haciendo noche en la ciudad condal.
Para ello había reservado un albergue en la zona de Sants. Ya me hacía la idea de que mi viaje internacional había concluido y esperaba un ambiente español. Nada más lejos de la realidad, y no porque la atmósfera fuera independentista. El albergue estaba lleno de extranjeros. En mi cuarto coincidí con un mexicano, un británico y una pareja finlandesa. Hice buenas migas con esta última y me comentaron que, como muchos de los alberguistas, se alojaban allí para ir a ver la final de la supercopa de fútbol entre el F.C.Barcelona y el Atlético de Madrid.
Me invitaron a acompañarlos al estadio y lo hice para ver el ambientillo, ya que ni tenía entrada ni estaba dispuesto a pagar en la reventa por ver ese partido (al fútbol sólo voy cuando me sale gratis, no solamente por niunclavelismo, sino porque no me motiva mucho).
Durante el paseo hacia el estadio, la marea humana se hacía mayor por momentos, hasta llegar al tumulto en las proximidades del Nou Camp. La chica me comentó que le habían robado la mochila el día anterior mientras hacía acrobacias con su monopatín cerca de las Ramblas. Se sorprendía del hecho de que en unos instantes en que dejó de prestar atención a su mochila, ésta había "volado". Ya pueden hacer esfuerzos Ana Botella con divertidas ocurrencias o Artur Mas mandando cartas por el mundo para vender la moto, que el recuerdo que se llevará esta pareja (no sin cierta razón) es que España (o Cataluña, para el caso será lo mismo) es una tierra de chorizos.
Al llegar a la puerta de entrada me despedí de mis amigos fineses y volví al hostel. Allí copaban la sala de estar y la cocina un enorme grupo de franceses. Le pregunté a la que parecía la monitora y me comentó que se trataba de un grupo que estudiaba arte dramático y habían venido a Barcelona a hacer un espectáculo callejero.
Esa noche dormí bastante bien. Definitivamente me había habituado a las habitaciones compartidas.
El desayuno del albergue fue de auténtica enjundia, en calidad, cantidad y variedad. Y eso que iba incluido en los módicos 13 euros de la reserva.
Seguí apurando mis vacaciones y decidí pasar casi todo el día en Barcelona. Dejé la maleta en la consigna del albergue y fui a ver mundo. Cogí dirección norte y vi al fondo la imponente silueta de la iglesia del Tibidabo y allí me dirigí.
Vista desde el Tibidabo |
Había estado de niño y quería evocar recuerdos. De hecho me planteé pagar la entrada y visitarlo. Pero eran 28 €, y pude visitar una parte de libre acceso. Ahí me di cuenta de que muchos recuerdos infantiles están muy mitificados. Y que cosas que parecen enormes cuando eres pequeño, no son tan espectaculares cuando se es adulto ( fisiológicamente,al menos).
Ya no me quedaban ganas de subir las escaleras hacia el templo del Tibidabo, así que volví por otra senda y tras un buen rato montaña abajo, regresé a la "civilización". Aún apuré mis últimas horas para callejear por Barcelona antes de coger el autobús de vuelta a casa. A diferencia de otras ciudades, con un centro monumental y un extrarradio anodino, Barcelona me parece una ciudad en la que no hay desperdicio, toda ella es interesante. Ya lo dice el refrán: "Barcelona es bona si la bolsa sona". Y en mi caso, incluso si la bolsa no sona.
Con esta entrada cierro el ciclo dedicado a mis viajes estivales. A partir de ahora volveré a hablar de la actualidad. Aunque tal y como andan las cosas actualmente no sé si será buena idea.