martes, 16 de septiembre de 2014

Budapest

 El autobús que nos llevó de Bratislava a Budapest fue una auténtica delicia. Aparte de tener asientos anchos y confortables, contaba con azafata, pantalla interactiva con música y películas, además de invitarnos a una bebida caliente. Sin olvidar mi favorito: el mensaje de bienvenida apenas arranca el autobús. Es algo que echo mucho de menos en mis viajes a Zaragoza.
 Nada más salir de Bratislava, nos adentramos en tierras magiares. No en vano, la capital eslovaca es fronteriza con Austria y Hungría, lo cual hace que sus habitantes lo tengan "chupao" para hacer viajes internacionales cuando les apetece.
 Tras un recorrido de algo más de dos horas por las verdes llanuras húngaras, una gran cantidad de enormes "colmenones" nos indicaron que habíamos entrado en Budapest.
 El autobús nos dejó un poco a las afueras (nadie es perfecto), así que tomamos el metro y aparecimos en una plaza octogonal (no por casualidad llamada Oktogon) donde nos costó orientarnos. Recurrimos a un panel con un plano de la zona donde nos encontramos a la pívot australiana que habíamos conocido en la estación de Bratislava. Se dirigía al mismo albergue que nosotros (y en Budapest hay unos cuantos...). Una vez instalados en el mismo, salimos a inspeccionar la ciudad, acompañados de nuestra "vieja" conocida aussie.  Nuestra idea era ir hasta el Danubio, cruzarlo y echarle un vistazo al castillo y al parlamento.
Vista desde el castillo de Buda
 Consulté en un plano la calle que había que tomar y nos adentramos en la noche de Budapest. Tras un rato de pateada amenizada por una agradable conversación, llegamos a una espectacular plaza flanqueada por estatuas de reyes húngaros. Junto a ella había un puente que cruzaba sobre el Danubio. Bueno, eso me creía yo. Tras el puente llegamos a un parque que contaba con un majestuoso palacio.
 Ya era tarde, así que decidimos volver, planeando visitar el parlamento a la vuelta. Tras mucho patear y no verlo, lo dejamos estar y nos planteamos volver al hostel. A la hora de buscar la ruta más corta nos encontramos con el problema de que no sabíamos dónde estábamos exactamente, por más que mirábamos el plano. Hasta que nuestra amiga australiana se dio cuenta de que estábamos en la otra punta del mapa. Efectivamente, al empezar nuestra excursión, habíamos cogido la calle correcta, pero en sentido contrario. Nos lo tomamos con humor y nos fuimos a dormir, eso sí, sin dejar de mirar el plano cada vez que cambiábamos de calle.
 Nuestro compañero de pieza no era ni mucho menos un "idem". Se trataba de un discreto asiático que no supuso ningún problema a la hora de dormir.
 A la mañana siguiente, mi amigo y yo analizamos exhaustivamente el plano, y esta vez sí, tomamos el rumbo correcto. El Danubio apareció ante nosotros mucho más imponente que el canal que habíamos visto la noche anterior. Lo cruzamos y nos encontramos una cola que esperaba a un teleférico que subía al castillo de Buda. Como no teníamos tiempo (ni florines) que perder, subimos la cuesta andando. El castillo es en realidad un conjunto arquitectónico formado por palacios, museos y estrechas callejuelas con mucho encanto. Además, al estar sobre una colina, se tiene una panorámica excepcional sobre el resto de la ciudad.
El mítico Nepstadium
Bajamos del castillo, y visitamos las inmediaciones del parlamento, al otro lado del Danubio. Se trata de un impresionante edificio que muestra el poderío que tuvo antaño la ciudad.
 Tocaba ruta no turística, así que dejé a mi amigo por la zona y cogí el metro para dirigirme al Nepstadium, o estadio Ferenc Puskas, lugar de míticos y emotivos acontecimientos.
 En ese momento me vinieron a la memoria tres: el ascenso a primera división de la selección española de atletismo en la Copa de Europa en 1985, el concierto de Queen en su gira del 86 (único en un país comunista) y los Europeos de Atletismo de 1998. A pesar de tan poderosas razones, el estadio no es centro de peregrinaje. De hecho, me costó bastante dar con la entrada al complejo deportivo. Luego intenté entrar al estadio pero un funcionario me lo impidió sin dar muchas explicaciones.
 Volví al centro a tiempo para sumarme a un "free tour". Se trata de un tour por la ciudad en el que se paga la voluntad al final del mismo. Suelen estar muy bien y es algo que recomiendo a todo turista con un mínimo de curiosidad por el lugar que se visita. En este caso elegí el tour comunista, que nos hizo un recorrido por los puntos más representativos de la ciudad durante el periodo en el que Hungría fue un país satélite de la URSS. Los dos guías hicieron muy bien su trabajo, no sólo porque se les escuchaba muy bien, poderosos gritos mediante, a pesar de que éramos un grupo numeroso,
Tour comunista
sino porque contaron numerosas anécdotas de cómo era el día a día en esa época, añorada por unos y vilipendiada por otros.
 Mi siguiente evento me condujo a un tiempo aún más pretérito. Se trataba de un concierto de música tradicional húngara, que alternaba bailes folclóricos con composiciones de música clásica. La interpretación de todas ellas rayó a gran altura, aunque mi favorita fue "Czardas de Monti", la pieza que más me evoca al país magiar, aunque curiosamente esté compuesta por un napolitano.
 De vuelta al albergue, me encontré de nuevo con la australiana, que estaba reclutando un grupo para salir esa noche de fiesta. Era mi última noche, así que podía echar el resto sin temor.Nos dirigimos a un garito que nos recomendaron en el albergue y en el camino intenté hablar con una rusa. Lo de "intenté" no quiere decir que no me hiciera ni caso, sino que su inglés era muy primario. Aun así pudimos entendernos. Está claro que la buena voluntad es clave para la comunicación. A veces estamos con gente cercana y parece que hablamos un idioma distinto.
 El bar se trataba de un "ruin pub". Así se llaman unos locales muy característicos de la ciudad, con bastantes años a sus espaldas, que no sólo no ocultan sus desconchones y mobiliario anticuado, sino que lo exponen como parte de su decoración. Además, éste en concreto contaba con un gran patio interior al aire libre, además de múltiples pasillos y escaleras, que hacían que estar allí fuera una experiencia cuando menos curiosa.
Budapest "la nuit"
  Al final de la noche se fueron perdiendo unidades y sólo quedaba la australiana, que estaba siendo pototeada por un par de húngaros que, astuciosamente, estaban situados junto a la puerta del baño femenino. Pensaba que eran los clásicos depredadores, especie extendida por todo el mundo, hasta
que me los presentó mi amiga y se ofrecieron a invitarnos a un trago. Hablando con uno de ellos  me pareció que mi primera impresión no había sido muy atinada. Apreciaban el ambiente internacional del bar ya que les gusta conocer gente de todo el mundo. Según me comentaron, en los bares de locales, los grupos son más cerrados. Y acabé de descartar su inclusión en el grupo de depredadores nocturnos cuando uno nos enseñó una foto de su novia. La verdad es que me cuesta imaginar una situación así en España, el la que dos chicos se pongan a hablar contigo simplemente por la curiosidad de conocer a otra persona.
 A la salida, la pareja de húngaros nos acompañó un trecho hasta las cercanías del albergue y nos despedimos. Ya en el albergue hice lo propio con la australiana y me fui a dormir las 3 ó 4 horas que tenía de tiempo antes de hacer el "chek-out". Poco más quedaba por hacer en Budapest, ya que el vuelo de vuelta a España nos salía por la mañana.
 A pesar de que fue intenso, un día y medio no es, ni mucho menos suficiente para aprovechar todo lo que la capital húngara puede ofrecer. Así que habrá que volver a ella, y si es posible, visitar el resto del país.
 Esta es la grandeza y la miseria de mis viajes. Hago muchas cosas, visito muchos sitios y conozco mucha gente, pero no puedo profundizar en nada. Ya llegará la época de asentarse y sentar la cabeza.

 

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