Allí tenía previsto encontrarme con un amigo que me iba a acompañar el resto del viaje. Para hacer tiempo hasta nuestro encuentro fui al albergue a dejar la mochila. Esta vez no tuve ningún problema para acceder al mismo, ya que se encontraba a menos de 10 minutos de la estación de tren.
A diferencia de lo que hizo Orson Welles en el Tercer Hombre, me presenté a la cita, y me junté con mi amigo en la estación un rato después.
Ya en el ocaso, llegamos a una plaza llena de chiringuitos de comida. Pero hasta en esto los austriacos son elegantes. "Fast-food" de diseño, con precios nada populares. Por lo visto se celebraba un festival en el que se proyectaban espectáculos musicales en una pantalla de cine al aire libre. Esa noche se trataba de una ópera de Richard Strauss en alemán. La música clásica me gusta, pero eso era para melómanos muy avezados, así que presenciamos el espectáculo unos 10 minutos y nos fuimos en busca de emociones menos elevadas, hasta que nos cansamos de patear y volvimos al albergue.
Allí nos esperaba un compatriota a punto de dormir, que se sorprendió mucho cuando adiviné su procedencia asturiana. Es que el uso del "ye" en vez de "es" ye muy evidente...
Al rato vinieron otros 3 compañeros transalpinos (dos féminas y un varón) que completaban el quinteto de huéspedes, y que no tuvieron recato en enceder las luces del cuarto para orientarse. Definitivamente, las nuevas generaciones están perdiendo las maneras.
Dando un nuevo golpe de timón, dirigimos nuestros pasos a Grinzing, un pueblecito incorporado a Viena que se caracteriza por tener un gran número de bares típicos que producen y venden su propio vino. Nosotros no los catamos, sino que nos limitamos a pasear por tan bucólico escenario hasta que tomamos un viejo tranvía que nos acercó a nuestro siguiente destino. Se me había antojado ir a visitar unos edicificios de la ONU que había en la otra punta de la ciudad. La verdad es que cuando compro un billete día, como era el caso, acaba echando humo invariablemente.
Más que ver los edificios en sí, que eran rascacielos modernos sin más, me apetecía ver el trajín de diplomáticos que esperaba encontrar. Nada más lejos de la realidad. Cuando llegamos, las oficinas estaban cerrando y no se permitía el acceso al interior de los edificios. A falta de ejecutivos trajeados, nos encontramos con una manifestación muy colorista de súdbitos de algún país del Medio Oriente que no pude identificar.
No estábamos lejos del mítico Danubio, así que nos encaminamos hacia él y lo atravesamos por un estrecho puente peatonal. La verdad es que el río es ancho e imponente. Pero no es menos cierto que está un poco "guarrete" y dista bastante de ser tan azul como Johan Strauss lo pintaba.
Todo aquel que haya visto "el Tercer Hombre" y visite Viena no puede dejar de visitar el Prater y su icónica noria. Eso sí, seguro que los protagonistas no pagaron 9 euros por subirse a la misma, y por eso nos quedamos a las puertas. El resto del parque de atracciones tampoco desmerecía, así que dimos por bien empleada la visita.
Ya de vuelta al centro, nos comportamos como si fuéramos unos turistas cualesquiera (es curioso cómo la mayoría de turistas no quieren que se les etiquete como tales, aunque no dejan de hacer cosas típicas de turistas) y nos hicimos una foto en la célebre y dorada estatua del gran Johan Strauss tocando el violín.
En un día y medio nos habíamos ventilado Viena. También se pueden visitar museos, palacios, comer tranquilamente, parar a echarse un café (vienés a ser posible)... Pero para ello nos harían falta 4 ó 5 días que no teníamos (o que preferimos emplear viendo otras ciudades). Así que a la mañana siguiente no nos conformamos con atravesar el Danubio, sino que lo utilizamos como vía de transporte para internarnos en el Este de Europa.
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