jueves, 2 de octubre de 2014

Cracovia

 Tras mi periplo centroeuropeo y unos días de "descanso" en Huesca, si es que se puede encontrar reposo en medio de las fiestas, tenía un par de semanas libres que había que aprovechar.
 Los precios de viajes de última hora a destinos exóticos estaban por las nubes, así que centré mi búsqueda en Europa. Tras hacer un cribado de países donde no había estado y quería visitar, me quedé con Rumanía y Polonia. Ya sólo faltaba buscar un vuelo asequible y liarme la manta a la cabeza.
 La primera ciudad de mi ruta iba a ser Cracovia. A la espera de que el controvertido aeropuerto Huesca-Pirineos prospere, me vi obligado a salir desde el aeropuerto de Barcelona.
 Para amenizar mis largos desplazamientos me llevé un libro de viajes. No fue muy acertada mi decisión, no por la falta de interés del mismo, sino porque ya me lo leí entero en el viaje en autobús de Huesca a Barcelona. Además me había olvidado los cascos del móvil que uso a modo de mp3 para escuchar música, tertulias políticas y podcasts. Así que me iba a tener que tragar todos los viajes "a pelo".
 El viaje en avión transcurrió sin novedad hasta que arribé al coqueto aeropuerto Juan Pablo II. Nunca había visto un aeropuerto tan parado (Huesca-Pirineos aparte). Había muy poca gente y todas las tiendas, excepto una oficina de cambio, estaban cerradas.  Salí a coger el autobús que lleva al centro de Cracovia y empezó el choque cultural.  Intenté comprarle un billete al conductor que hablaba tanto inglés como yo polaco. Me dio a entender que él no los vendía, así que me dirigí a una máquina que los expedía en el mismo autobús. Sólo aceptaba monedas, de las que carecía. Así que volví al aeropuerto en busca de calderilla.
 La única opción era la oficina de cambio. Cambié 10 € con una ratio muy poco competitiva, pero por lo menos obtuve zlotys en monedas. No debí emplear más de 3 minutos en la operación. Suficientes para que el autobús hubiera zarpado sin piedad rumbo a Cracovia. Me tocó esperar una hora más hasta el siguiente en un aeropuerto desolado y pasada la medianoche.
Polonia no me estaba recibiendo como me merecía.
 La segunda intentona fue más fructífera y pude recorrer sin sobresaltos los 10 km que me separaban de las bonitas y a esa hora más bien solitarias calles de Cracovia.
 Sólo iba a estar unas horas en el albergue. Así que no me había matado mucho la cabeza a la hora de reservar. Escogí el que estaba más cerca de la parada de autobús. Y además me salió muy bien de precio (poco más de 8 euros). Aparte de la situación y el precio, el alojamiento era más que correcto.
 Llegar de noche a un albergue tiene el inconveniente de tener que hacerse la cama a oscuras. Eso o encender la luz y despertar a todo el mundo. Preferí la primera opción.
 Mis compañeros de cuarto se portaron bien y pude dormir sin incidentes.
 El desayuno no estaba incluido en el precio (hubiera sido ya demasiado), pero ofrecían la posibilidad de tomarlo en un bar anexo por unos 2 euros. Me estaba empezando a gustar Polonia. Estos precios eran más que interesantes.
 Di un breve paseo por el centro, donde pude cambiar moneda, esta vez con tasas razonables, y me dirigí a la estación de autobuses. Cracovia sólo había sido parada y fonda. Ahora me tocaba ir camino del sur.

No hay comentarios: