De buena mañana, tras mi desayuno a base de zumo de remolacha, cogimos un microbús que, tras un trayecto de unos 10 km nos dejó en un gigantesco aparcamiento a la entrada del parque.
Allí nos esperaba un sendero muy amplio y de buen piso que iba ascendiendo poco a poco. Había bastante gente subiendo, aunque la cosa se iba a animar todavía más en las siguientes horas.
Los paisajes de alta montaña que nos íbamos encontrando eran una auténtica delicia, aunque la gran cantidad de gente que nos acompañaba hacía que la experiencia no fuera todo lo idílica que era de esperar en ese entorno.
Morskie Oko |
Si los paisajes eran sublimes durante la subida, el presenciar el lago Morski Oko y las montañas de sus alrededores casi me llevó al éxtasis (muy apropiado en una tierra tan católica).
Mi amiga polaca se despidió, ya que quería hacer una ruta más larga por el parque y me quedé "solo" a orillas del lago. Es un decir, porque las hordas de turistas se empezaban a apoderar del lugar.
Aún había otro lago más pequeño (el Zarny Staw), situado a mayor altitud que el Morskie Oko, al que pude acceder tras andar una media hora más salvando un camino rocoso de considerable pendiente. Pero no tanta como para impedir que dos recién casados con sus uniformes reglamentarios se hicieran unas fotos en sus orillas. Definitivamente, no era éste un lugar ni recóndito ni inhóspito.
Hora punta |
Las orillas del Morskie Oko a la vuelta recordaban más a Benidorm o Salou en temporada alta que a un lago de alta montaña.
La bajada se hizo menos amena en solitario, así que procuré hacerla rápido sin recrearme mucho en el paisaje, que a la vuelta ofrecía peores vistas.
La muerte no es el final |
Habiendo sacado a Zakopane todo el jugo posible, recogí mi maleta del albergue y cogí un autobús (esta vez menos concurrido que en el viaje de ida) rumbo al norte.
Zakopane y su entorno habían sido una grata sorpresa. El aire puro de las montañas me habían dado la energía que tanto iba a necesitar en las jornadas siguientes.
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