domingo, 12 de octubre de 2014

Zakopane

 En mis viajes acostumbro a hacer muchos kilómetros de "senderismo urbano".  Casi tanto o más que este tipo de senderismo me gusta el que se hace por la montaña. Así que decidí incluir la ciudad de Zakopane en mi ruta, ya que se encuentra en una situación privilegiada, al pie de los Montes Tatras, cadena montañosa que hace de frontera entre Eslovaquia y Polonia.
  Tras comprar el billete de autobús en la taquilla de la estación me dirigí a la dársena, donde se acumulaba una gran cantidad de gente. El conductor les iba dando paso poco a poco, mientras iba vendiendo billetes a los que no lo habían adquirido previamente. Iba entrando gente y no veía claro que fuese a quedar plaza para mí. Ya con el vehículo casi a tope, salió el conductor , preguntó quiénes teníamos billete y nos dejó entrar, quedando bastante gente fuera. Avancé por el pasillo hasta que encontré un sitio libre. Lo ocupé y una mujer me dijo que estaba reservado para su marido. Seguí hasta el final y estaba todo ocupado. Empecé a ver la cosa un poco negra, hasta que la mujer de antes me dijo que su marido y su hijo iban a ocupar un único asiento, así que dejaban uno libre, que ocupé de inmediato. No tuvieron tanta suerte unas 10 personas, que se vieron obligadas a ir de pie todo el trayecto, en una escena que me recordaba a los peores tiempos de "Automóviles la Oscense".
Calle principal de Zakopane
 Los paisajes iban ganando en belleza conforme nos acercábamos a la cordillera. Eso (y el ir sentado) hizo que las más de dos horas de viaje no se hicieran en absoluto pesadas.
 A pesar de su pequeño tamaño, Zakopane está considerara como la capital de invierno de Polonia, siendo también un concurrido centro turístico en verano, como tuve ocasión de comprobar.
 Mi albergue estaba apenas a 5 minutos de la estación. Casi me costó más tiempo identificarlo que llegar hasta él, ya que se encontraba en un sótano de un edificio de viviendas y oficinas, el último lugar donde me hubiera esperado encontrar un albergue de montaña.
  Dejé mis bártulos y me lancé a explorar la ciudad, que resulta muy agradable, sobre todo las casas de madera construidas al estilo local.
 La calle principal estaba abarrotada de turistas, en un 99 % polacos. Además de los numerosos comercios habituales, había un mercadillo con numerosos puestos donde se vendían recuerdos, comida, ropa,etc.
Montes Tatras
 A la hora de comer, me decidí por un local que ofrecía comida preparada al peso. Por poco más de 4 euros me zampé casi medio kilo de buena comida polaca.
 No podía permitir que tamaña ingesta calórica se quedara en mi organismo, así que me puse a andar rumbo al parque nacional de los Tatras, cuyas estribaciones se encuentran apenas se sale de la ciudad.
 Me adentré en el bosque y seguí un camino que iba ascendiendo poco a poco. En 10 minutos pasé de callejear por Zakopane a caminar por estrechos senderos rodeados de arbolado que discurrían junto a típicos arroyos de montaña.
 Tras un par de horas de subida, llegué a una cresta desde donde se tenía una vista privilegiada sobre el valle donde se ubica Zakopane. Era hora de volver, pero decidí hacerlo por otra ruta, donde pude presenciar una curiosa estampa: un grupo de tres monjas tomando un tentempié junto a un refugio de montaña.
A Dios rogando, y pateando
 Ya en Zakopane me volví al albergue, previo paso por un supermercado local, para cenar. En la cocina me encontré con un par de compatriotas (un navarro y un catalán) que estaban haciendo montañismo por la zona. En mi línea habitual de probar las delicias de la gastronomía local, había comprado zumo de remolacha, al que me costó un poco cogerle el gusto, pero luego no pude dejar de beber. Como curioso efecto secundario del mismo, mi orina se tornó roja al día siguiente, lo cual, en otras circunstancias, hubiera sido bastante preocupante.
 Tras la cena, me acerqué a la sala común del albergue donde se encontraban la pareja de españoles junto a una joven polaca. En la muy interesante conversación, los escaladores revelaron sus planes (entre los que se encontraba ascender al día siguiente al pico Rysy, el más alto de Polonia) y la polaca nos explicó que estaba allí para asistir a un congreso católico. La conversación derivó a lo espiritual, terreno donde también me siento cómodo. Ciertamente ese albergue no era sólamente distinto a los habituales en su ubicación, sino también en su ambiente.
Me fui a dormir pronto. Aún había que aprovechar la mañana siguiente en ese entorno tan privilegiado.


 

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