lunes, 6 de julio de 2015

Estambul (II)

 De buena mañana me encontré con el zaragozano que había conocido el día anterior en el autobús, para visitar uno de los símbolos más reconocibles de Estambul: la basílica de Santa Sofía. Antes de que la abrieran al público se empezaba a formar cola para entrar.
 El interior de la basílica era tan impresionante como me había imaginado. Aunque un enorme andamio ocupaba casi todo un lado de la estancia principal, lo que hacía que perdiera gran parte de su encanto. No obstante, me hizo remontarme por momentos al ambiente de la antigua Constantinopla, capital del poderoso Imperio Bizantino.
Basílica de Santa Sofía
 Poco a poco, el monumento se iba llenando de turistas, hasta que se hacía incómodo pasear por su interior. Así que salimos de allí en busca de otro lugar de interés.
 El elegido fue la Cisterna Basílica, un antiguo depósito de agua que forma una cámara subterránea, soportada por columnas. El lugar es curioso y es agradable pasear por él, pero tampoco da para estar mucho tiempo.
 Seguidamente nos acercamos al Palacio Topkapi, residencia de los sultanes durante el esplendor del Imperio Otomano. Dicen que es una visita "obligada" en la ciudad. Como yo no soy partidario de las imposiciones, y si tenemos en cuenta la cola que se había formado, así como el complejo de turista borreguil que me estaba entrando, descartamos la visita, aunque mi compañero manifestó la intención de acudir al día siguiente en solitario.
 Nos adentramos por las inmediaciones del Gran Bazar que, a modo de aperitivo, estaban atestadas de tiendas y actividad. Buscamos un lugar bueno, bonito y barato para comer y lo encontramos en forma de un local de comida rápida con un toque no habitual en este tipo de establecimientos. En medio de la cocina había sentada una anciana que preparaba el pan de pita sobre una piedra caliente. La comida estaba estupenda, y a precio de risa. Ya teníamos fuerzas para adentrarnos en el Gran Bazar.
 Se trata de un conjunto de calles cubiertas divididas en "gremios", cada uno de ellos especializado en un producto concreto, ya sea alfombras, joyería, ropas,etc...
 No estaba tan concurrido como me esperaba, y los comerciantes parecían menos "guerreros" que de costumbre. Al rato me dí cuenta del porqué: Se acercaba la hora de la oración, era viernes (día santo para lso musulmanes) y a la llamada del almuédano, casi todos los empleados de las tiendas se arrodillaron en los pasillos del Bazar y empezaron a orar. Al ver cómo sus fieles son capaces de dejarlo todo para seguir sus preceptos, entiendo por qué el Islam es una religión tan fuerte. Por un lado, me gusta ver cómo un sentimiento trascendente puede superar a uno económico. Pero por el otro, me da que pensar hasta qué punto una religión puede condicionar a una comunidad.
 Gran Bazar
 Seguimos andando para adentrarnos en el Bazar de las Especias, un Gran Bazar en miniatura, aunque con vendedores mucho más insistentes. Mi compañero cometió un pequeño, pero craso error, al preguntarle una cosa a uno de ellos. Una vez que caes en sus redes, es difícil escabullirse sin comprar. Pero el zaragozano está curtido en mil batallas y pudo adquirir exactamente lo que buscaba, pese a los intentos del comerciante por encasquetarle (y a mí ya que estaba por allí) todo tipo de dulzainas y condimentos.
 Siguiendo los consejos de una popular guía de viajes, decidimos visitar el barrio de Eyüp. Para ello, tomamos un barco de transporte público que remontaba la ría conocida como "Cuerno de Oro".
 El paseo permite conocer la ciudad desde otro punto de vista y se hace bastante ameno. Nos bajamos en la última parada y nos internamos en el distrito de Eyüp, que me dio muy buena impresión, ya que estaba muy animado, y contaba con muchos comercios, pero parecía más genuino que las zonas atestadas de turistas del centro.
Mítico helado turco en Eyüp
 Aprovechamos la presencia de un vendedor de helados callejero para probar uno. En este caso, destaca más el adorno que el producto en sí, ya que por esos lares, es típico que el vendedor sea todo un malabarista con el producto y vacile un poco al cliente haciendo filigranas con el helado antes de ofrecerlo finalmente. Además, el helado en sí tenía una textura un poco distinta al occidental, por lo que la experiencia culinariocultural justificó plenamente las 4 liras invertidas.
 Tras subir una empinada y prolongada cuesta, llegamos al "Pierre Lotti Café", desde cuya terraza se pueden contemplar unas excepcionales vistas sobre el Cuerno de Oro.
Pierre Lotti Café y sus magníficas vistas
 A la vuelta, recorrimos las inmediaciones de la Torre Gálata, donde un grupo de jóvenes haciendo botellón ponía el contrapunto al grupo de mercaderes que había visto orar al mediodía en el Gram Bazar. Definitivamente, Estambul es una ciudad de contrastes.
Seguimos caminando y nos encontramos con una amplia avenida (Istikal) de estilo occidental, repleta de comercios y atestada de gente. Como no es recta, parece que se va a acabar en cualquier momento, pero sigue y sigue y el flujo humano no decae. Mi compañero se fue a dormir, y yo aún quise llegar hasta el final, que no era otro que la ya mencionada en mi anterior entrada, plaza Taksim.  Ya empezaba a controlar y a orientarme en la ciudad.
 El día había dado para mucho, así que necesitaba descansar. El molesto ruido de un motor en el albergue continuaba, hasta que, a mitad de la noche, me di cuenta de que se trataba de la campana de ventilación del baño contiguo, que se ponía en acción mientras la luz del lavabo estaba encendida. Me levanté a apagarla y caí ipso-facto en brazos de Morfeo.



2 comentarios:

Sosaku Runner dijo...

Estuve hace unos años. Vale la pena, por los contrastes que dices. Me gustó mucho la comida.

Rufus dijo...

La verdad es que toda la gente que conozco que ha estado en Estambul, lo recomiendan. Es un valor seguro.