domingo, 12 de julio de 2015

Estambul (y III)

 Para el sábado, tenía prevista una de las actividades que más me gusta realizar en mis viajes: el contacto con la gente local. Había quedado con una chica de Estambul que había conocido en internet unos años antes. Como habíamos quedado al mediodía, aproveché la mañana para darme una buena pateada, que me condujo al barrio de Besiktas. Este distrito me evoca inevitablemente al equipo de fútbol. Quería ver si podía ser recordado por alguna otra cosa.
 Besiktas se asienta sobre unas colinas situadas junto a la línea de costa del Bósforo. Me dio la impresión de que era una de las zonas más acomodadas de la ciudad, con tiendas de las principales y más caras franquicias, además de numerosos locales y cafeterías de bastante nivel. Interesante, pero poco atractivo desde el punto de vista turístico.
 A mediodía se produjo en encuentro en la plaza Taksim. Tenía mis dudas sobre cuál sería la forma adecuada de presentarse ante una mujer musulmana. Mis "pajas mentales" se disiparon cuando Yesim me recibió con un caluroso abrazo.
 Nos dimos una buena pateada hasta llegar al barrio de Ortakoy, una zona bohemia a orillas del Bósforo repleta de terrazas y cafés. Nos sentamos en uno de ellos para tomar el clásico y enjundioso "desayuno turco". No soy mucho de desayunar fuerte, pero como dicel el refrán..."allá donde fueres, haz lo que vieres". Y al fin y al cabo era ya más de la  una de la tarde.
El mítico desayuno turco

 Con el estómago saciado de manjares otomanos, fuimos a un barco que realizaba un paseo por el Bósforo. Típica turistada que no deja de tener su encanto.
 Pero a mí el paseo en barco que más me interesaba era el que permitía pasar al lado asiático de la ciudad. Mi anfitriona se extrañó de mi interés (supongo que para ella es sólo otra parte más de Estambul y además sin demasiado encanto). Pero para mí era la puerta al mágico y misterioso continente asiático.
 Así que cogimos un ferry con menos alharajas que el anterior, y en apenas un cuarto de hora pude poner pie en Asia, emulando a grandes exploradores como Marco Polo, Legazpi o Urdaneta. El histórico acontecimiento tuvo lugar en el barrio de Üsküdar.
 Evidentemente, y a pesar de mis expectativas, no encontré ni caravanas de mercaderes, ni palacios con princesas, pero lo cierto es que la zona tenía bastante encanto.
 Destacaba un mercado de pescados con mucha variedad y frescura, amén de todo tipo de restaurantes y tiendas, entre las que me llamó la atención una dedicada en exclusiva a la venta de huevos. Ya sé que en España hay hueverías, pero venden otras cosas además. Y debía ser bastante buena, a tenor de la cola que se formaba delante de ella.
La tienda de los huevos

 Volvimos a la parte asiática cogiendo un metro que circulaba bajo el lecho marino y que había sido construido recientemente.
 Intentamos visitar la imponente Mezquita Azul, que es considerada la más importante de la ciudad. Vano intento, pues era hora de oración. Aunque a mi amiga le dejaban entrar, mi condición de cristiano viejo me impedía el acceso en ese momento. Gentilmente, mi anfitriona tampoco entró. Estuvimos un rato por las inmediaciones y nos despedimos. Yesim, cuenta con un cicerone cuando vengas a Huesca.
 Un rato después, me volví a encontrar con el compañero de Zaragoza, que empezaba a estar más que "mosca" con el conserje de su hotel. Tenía que comentarle una cosa y lo acompañé.
 El  empleado era un personaje curioso, un "pelota" y "bienquedar" profesional, que me llamo "amigo" 4 ó 5 veces, mientras no paraba de hablar bien de los españoles en general. Pero sus palabras y sus hechos no concordaban demasiado, ya que, con todas las buenas maneras del mundo, le pidió al maño que se cambiara de habitación esa noche. Parecía una jugada un tanto irregular, pero tras ver que la nueva habitación era correcta, mi compañero accedió.
 Nos despedimos de la gastonomía estambulita, con un kebab, como no podía ser de otra forma, y luego nos despedimos nosotros. Para mí, los buenos compañeros de viaje son aquellos que no lo limitan y además lo enriquecen. Fernando fue uno de ellos. Hace poco me lo encontré en la estación de Atocha de Madrid. Como dice el refrán..."Dios los cria y ellos se juntan".
 Ya de vuelta en el albergue, me encontré dos nuevas compañeras de cuarto, australianas ellas. Me contaron que habían venido a Turquía seleccionadas por su gobierno para conmemorar la batalla de Galípoli, donde británicos y australianos sufrieron una auténtica escabechina a manos del ejército turco (que tampoco se fue de rositas) en la Primera Guerra Mundial.
A la mañana siguiente me despedí del entrañable conserje luso-brasileño y dí mi último paseo por Estambul hasta la plaza Taksim. Como de costumbre, me encontré con muchos retratos de Atatürk, artífice de la modernización del país, y una figura muy venerada por la gran mayoría del país. A veces me pregunto si en España tenemos un Atatürk (o un De Gaulle, o un Churchill o un Adenauer), pero me temo que somos demasiado cainitas para que una personaje sea unánimemente (o casi) apreciado.
Atatürk: Omnipresente en la ciudad

 Afortunadamente llegué con tiempo de sobra al aeropuerto. De otra manera, hubiera tenido problemas, ya que había que pasar nada menos que tres controles: dos de maletas y uno de pasaportes.
 A pesar de que habían sido bien aprovechados, mis tres días en Estambul me dejaron con más ganas de volver. Habrá que hacerlo, pero sin perder de vista que aún queda mucho mundo por recorrer.




2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Veo que esta vez aunque el destino parece a priori mas de interés histórico que pototeril tampoco has dejado de lado esta faceta.

Recientemente he terminado de leer la novela "la sublime puerta" del escritor Sanchez Adalid en la que se cuenta la historia de un cautivo español apresado en la batalla de los Gelves que acaba por dar de sus huesos en la Estambul del siglo XVI. Pensé que sería un magnifico colofón después de la novela en visitar la que fuera la capital del Gran Turco.

Mejor corremos un tupido velo sobre nuestros gobernantes, cierto que somos cainitas como apuntas asi como también que nuestros últimos gobernantes no están haciendo méritos para que se les recuerde bien precisamente.

Rufus dijo...

Es que el pototeo es básico en un viaje. Al gran Miguel de la Quadra-Salcedo le preguntaron una vez si le gustaría ir a la Luna. El aventurero por antonomasia dijo que no, porque no hay gente.