jueves, 15 de octubre de 2015

Cádiz (I)

 Unas cuantas horas separaban Granada de Cádiz, mi siguiente destino.
 A pesar de lo largo del trayecto, se me hizo bastante llevadero al contemplar los paisajes andaluces.  Además el autobús pasó por Sevilla, y así me ahorré emplear una noche en la ciudad, que sin duda lo vale (y unas cuantas más), pero ya estuve hace unos años, y en 8 días no se pueden hacer milagros. O se hacen al instante,o no se pueden hacer.
 Nada más llegar a Cádiz, me llamó la atención una inmensa bandera española, a la que le auguro muy poca vida, a tenor de la ideología de los actuales inquilinos del consistorio.
  Por si no hubiera tenido suficiente alegría al ver tamaña bandera, mi albergue estaba a sólo 2 minutos de la estación, y no hubo problema en encontrarlo.
  Mi primera impresión sobre el centro de Cádiz, no pudo ser más positiva. Aparte de la armonía y buena conservación de su casco histórico, abundan las placas que evocan acontecimientos y personajes que han desfilado por la Tacita de Plata en su dilatada historia. Por si eso fuera poco, la peculiar situación geográfica de la ciudad, en forma de península, con el mar casi rodeándola, le otorga aún más encanto.
Cádiz
 Aproveché la ocasión para quedar con una amiga de Huesca que se había trasladado recientemente a Puerto Real (al otro lado de la bahía). La tarde se prestaba a un baño en la playa. El tiempo que tardamos en aprovisionarnos de viandas y en conseguir la ropa necesaria fue suficiente para que la tarde se tornara en desapacible, así que desistimos de sumergirnos en las aguas atlánticas. Nada mejor para superar la decepción que degustar la afamada gastronomía local. El cazón en adobo frito resultó ser un suculento manjar, a años luz de su primo hermano británico, el popular "fish & chips".
 Nuestro escaso conocimiento del sistema de transportes de la bahía, hizo que estuviéramos casi una hora esperando al autobús que devolvió a mi amiga a Puerto Real.
 Haciendo de la necesidad una virtud, aproveché mi recobrada soledad para patearme a conciencia la parte antigua, tras lo que fui a dormir al albergue, donde compartía habitación con 3 portugueses.
 Quería aprovechar el día siguiente para conocer la provincia. Difícil decisión cuando hay tanto y tan bueno por ver.  Me tiró el recuerdo de las peripecias de Elcano y Magallanes y me decanté por visitar Sanlúcar de Barrameda, localidad costera, antiguo puerto de la ruta de las Indias y muy próximo al coto de Doñana. Como se puede ver, no le faltan encantos. Aunque yo, tras dar un paseo por el centro decidí visitar un barrio de pescadores. Craso error, que me hizo perder más de una hora caminando por las afueras para llegar a un lugar sin mucho encanto.
 No se puede decir lo mismo del centro de Sanlúcar, rico en monumentos, bodegas y calles pintorescas.
Sanlúcar de Barrameda
 Aún quedaba tarde, así que fui a la estación de autobuses para planear otra visita. Según un mapa turístico que me había agenciado, Chipiona estaba relativamente cerca, por lo que me planteé ir andando. La empleada de la estación me dijo que estaba más lejos de lo que parecía, pero me recomendó otra opción, que fue por la que me decanté (en buena hora).
 Cogí  un autobús a Costa Ballena, un complejo turístico entre Chipiona y Rota. La idea era seguir la playa hacia el sur, hasta llegar a Rota. Y así lo hice. Empecé a caminar con buen paso por un paseo marítimo bajo un sol de justicia.  Al rato, se terminó el camino y tuve que bajar a la arena. 
 Andaba, andaba, y la playa no parecía tener fin. Hasta que llegué a unas rocas que me impidieron el paso. Me interné tierra adentro hasta que encontré una carretera con un cartel que señalaba a Rota. No sabía cuánto me faltaba, pero sí que iba por el buen camino.
Costa Ballena: la playa interminable
 Caminar por el arcén con el calor de agosto fue una experiencia cercana al masoquismo. Y eso cuando había arcén. Por suerte, el tráfico era más bien escaso.  Ya con la reserva, aparecieron las primeras casas en lontananza. Pero Rota no es ningún pueblecito marinero,sino una ciudad bastante extensa y aún empleé media hora más en llegar al centro. El cansancio y las prisas por encontrar la estación para coger el último autobús del día, hicieron que no prestara mucha atención a los encantos del lugar.
 A la entrada del puerto, pregunté a un señor por la estación. Mi ánimo acabó de derrumbarse cuando me dijeron que cogiera un autobús urbano, ya que estaba muy lejos. Pero a la vez que me hundía, el simpático roteño me dio la tabla de salvación, recomendándome coger el barco. Efectivamente, había un barco de transporte público que unía Rota con Cádiz, al mismo precio que el autobús. Saqué el billete para una hora después, e invertí ese lapso para visitar Rota con un poco de calma. No es Sanlúcar, pero no está mal.
Rota

El paseo en barco hasta Cádiz, me permitió relajarme, respirar la brisa marina y descansar del día tan extenuante que había tenido. Falta me iban a hacer las fuerzas, pues la noche se presentaba movida.

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