Unos días antes de viajar a Puerto
Rico, me enteré de que un huracán llamado Danny, amenazaba con
llegar a la isla. Pero se lo pensó mejor y antes de tocar tierra
boricua, se fue a dar por saco a otro lado.
Se dice que detrás de un gran hombre
suele haber una gran mujer. Y así fue en este caso, ya que apenas
Danny se había desviado al norte, vino tras él amenazante otro
huracán llamado Erika. De éste no me iba a librar. Aunque había
perdido fuerza y se había convertido en una tormenta tropical. Aun
así, se preveía que iba a causar problemas. Por ello, y entre otras
cosas, se suspendía el servicio de ferris con Fajardo hasta nueva
orden. Como lo de nadar grandes distancias no es lo mío (ver entrada anterior) me veía obligado a permanecer en Vieques sine die, lo
cual alteraba mis planes que incluían una visita a la zona oeste de
Puerto Rico.
Afortunadamente, en el albergue había
sitio de sobra. No sólo eso, sino que al prolongar mi estancia una
noche más, me regalaban otra. Por lo menos la tormenta no me cogería
a la intemperie.
De momento el día se presentaba con un
sol radiante y apenas se veían nubes en el horizonte, así que había
que intentar aprovecharlo. Javier, mi compañero mexicano me propuso
ir a Isabel II, la capital de la isla, que apenas había podido ver
al llegar.
Para llegar a ella, necesitábamos un
taxi. Y no iba a ser fácil de conseguir. Los primeros a los que
llamamos, nos dijeron que no trabajaban debido a la tormenta, pero al
final logramos que uno nos llevase.
Isabel II, a pesar de ser la capital de
la isla, no pasa de ser un poblado de poco más de 1000 habitantes,
aunque tiene bastante actividad comercial y cuenta con algunos puntos
de interés, especialmente una fortaleza española del siglo XIX.
Dimos un paseo por el pueblo y en la
puerta de una frutería nos encontramos con Vicente, el simpático
joven que me había llevado el día anterior en su ranchera. En
Vieques nos conocemos todos.
Llamaba la atención que un gran número de
tiendas y restaurantes estuvieran cerradas debido a la tormenta, mientras el sol
lucía esplendorosamente.
Ayuntamiento de Isabel II |
Llegamos a una playa y, a pesar de mis
reticencias, lógicas al tener una tormenta tropical amenazando, nos
dimos un baño.
Al rato empezaron a caer gotas y el
cielo se encapotó. Poco después tuvimos que salir precipitadamente
del agua bajo una lluvia torrencial.
La situación no era muy
halagüeña: Estábamos a unos 10 km del albergue,
con ropa de verano bajo una tromba de agua que suponíamos que se
trataba de la temida tormenta tropical y sin saber si íbamos a
encontrar taxi para volver.
Intentamos llamar al taxista que nos
había traído pero no contestaba. Entretanto nos refugiamos en un
colmado, aprovechando para aprovisionarnos de víveres.
Afortunadamente el taxista acabó
cogiendo el teléfono y accedió a llevarnos de vuelta a Esperanza, a
pesar del aguacero.
Ya en el albergue, comenzó a escampar.
Por lo visto, esto sólo había sido el aperitivo, y la llegada de la
temida Erika iba a tener lugar esa noche.
En el albergue había mucha gente
ociosa y a alguien se le ocurrió dar un paseo hasta la Playa Negra, donde ya había estado el día anterior. Se sumaron casi todos los
huéspedes y algunos empleados. Al poco rato del iniciar el paseo,
los menos pacientes se impacientaban, así que preguntaron en una casa
a cuánto estaba la playa. Les dijeron que un poco lejos, pero se
ofrecieron a llevarnos en dos coches. Gran detalle que habla de la
hospitalidad isleña.
Playa Negra |
Algunos nos animamos a bañarnos en las
agitadas aguas de la Playa Negra pero allí no había mucho que hacer, por lo que al poco rato decidimos volver.
Nuevamente conseguimos que nos llevaran en coche al albergue. Así da
gusto.
Aún dio tiempo a ir a un bar a echar
un bocado, antes de que cerrase todo. Tocaba encerrarse en el
albergue y esperar la llegada de Erika.
Poco a poco empezó a levantarse un
viento cada vez más fuerte acompañado de una intensa lluvia. En un
momento, incluso se llegó a perder el suministro de corriente en el
albergue, ante la inquietud de algunos huéspedes. Sin restarle la
importancia que merecía, yo me sentía seguro en el albergue y lo
viví como una experiencia. De hecho me fui pronto a la cama y dormí
como un bendito. Tanto que incluso me había dejado la luz encendida
y no me había dado cuenta.
Por la mañana aún seguía la
tormenta, pero poco a poco se fue diluyendo. Había salido incólume del paso de Erika aunque, de momento, no iba a poder salir
de la isla. El servicio de trasbordadores seguía cancelado.