domingo, 2 de octubre de 2016

CUANDO SALÍ DE CUBA

 Mi vuelo salía a primera hora de la tarde, por lo que aproveché la mañana para darme un paseo por La Habana Vieja.  Aunque podía haber llegado en unos 20 minutos andando, no quise irme sin probar a coger un «almendrón» .  Tras ver pasar dos completos, pude probar la sensación de viajar en un coche de los 50 en pleno siglo XXI. Lo que para mí fue toda una experiencia, para los ocupantes que montaban y bajaban se trataba de un mero trámite en su complicado quehacer cotidiano.
Vistas de La Habana desde el albergue
 Lo primero que hice al llegar al centro fue visitar una librería, a ver si me hacía con alguna obra que despertase mi espíritu revolucionario. El catálogo de obras no era muy extenso, pero me pude hacer con un libro de ensayo histórico a muy buen precio. Curiosamente en la Plaza de Armas, a no mucha distancia, había un mercadillo de libros usados a un precio mucho mayor que los nuevos de la librería.
 Durante mi paseo por las viejas calles de la ciudad no dejé de desaprovechar grandes oportunidades como la de comprar "auténticos" puros habanos, el "mejor" ron de Cuba o contar con un guía "oficial" para conocer los entresijos de la ciudad. Pero la falta de tiempo y el no querer cargar con tan valiosos obsequios en el resto de mi viaje, me hizo rechazarlos. Le hice mucho más aprecio a otro viejo conocido: el guarapo, del que me tomé dos vasos como despedida, bien acompañado por un turista de rasgos asiáticos tan devoto como yo del delicioso jugo de la caña de azúcar.
 Para volver al albergue, intenté tomar un "almedrón", pero estaban muy cotizados, por lo que lo hice andando.
Nada más entrar en la zona de Centro Habana, me reencontré con un viejo conocido. Se trataba del hombre al que en mi primera incursión en la capital tuve la poco feliz idea de preguntarle por la casa de cambio de moneda. Tras haberme acompañado a ella, me había pedido “una ayuda”, que no pude satisfacer por ausencia de monedas. El hombre se acordaba de mí y me saludó. Esta vez no tenía excusa, y aceptando con deportividad mi derrota, sin esperar que me lo pidiera, le retribuí la ayuda prestada en su momento. Eso sí, le di sólo medio CUC, que uno tiene una reputación que mantener.  A pesar de tan magro beneficio (o quizá por eso mismo), se explayó conmigo dándome consejos que empezaron siendo desinteresados para acabar ofreciéndome un taxi al aeropuerto o unos puros.
 Al explicarle que no fumo, me dijo muy convencido que no tendría problemas para venderlos en mi próximo destino. Si yo fuera tan roqueño como él, quizá lo hubiera logrado, pero no es el caso.
Entrada de la bahía con la Fortaleza de San Carlos al fondo

 Una vez que recogí mis cosas del albergue me dirigí al aeropuerto. Gracias a los sabios consejos del casero, me pude ahorrar gran parte de las abultadas tarifas de los taxis oficiales. Aunque la maniobra era algo más incómoda. Se trataba de andar unos 20 minutos hasta una parada cerca de la Plaza de la Revolución y coger un autobús urbano que me dejaba en las inmediaciones del aeropuerto. La maniobra contaba con el inconveniente de cargar con el maletón en el proceso, y un cierto componente de riesgo. Pero la diferencia de precio (1 peso cubano vs 24 CUC) hacía que valiera la pena intentarlo.
 El primer paso fue como la seda. Mi llegada a la parada coincidió con la partida de la "guagua" en una sincronización perfecta.
 El autobús estaba repleto, por lo que el trayecto fue algo incómodo. Pero en peores me las había visto.
 Al salir del casco urbano perdí toda referencia y se acrecentaron mis dudas sobre si pararía en el lugar correcto. Afortunadamente un amable cliente local (creo que yo era el único "guiri") me avisó a la hora de bajarme.
 No iba a ser tan fácil la cosa, ya que el autobús me había dejado en plena carretera, y había que andar un trecho hasta la terminal. Pero, ¿qué terminal? A pesar de mis intentos, no había podido conectarme a internet para mirar de qué terminal salía mi vuelo.
 Un letrero que decía "Terminal 1, vuelos nacionales", me hizo astuciosamente decidirme por la 2, a la que arribé tras un agradable paseo de unos 15 minutos.
 Buen intento, pero en los paneles de esa terminal no aparecía ni rastro de mi vuelo. Pregunté a un empleado que me indicó que debía ir a la 3. Para ello tenía tres opciones: andar no sabía cuánto ni por dónde, esperar a un autobús que pasaba cada hora, o coger un taxi.
 La lucha contra el destino es una batalla perdida, así que me rendí y tomé un taxi, que por una carrera de unos 10 minutos me cobró 10 CUC.  A pesar de todo, hice bien, ya que en momento que me monté en el oneroso taxi, comenzó a llover rabiosamente, como si el país llorara por mi marcha.
José Martí despidiéndome (la interpretación del arte es subjetiva)
 Cuando salgo de un país, intento acabar con pocas monedas, ya que las casas de cambio no se suelen hacer cargo de ellas. En este caso, esa discutible política, se extendía en la Cadeca del aeropuerto a los pesos cubanos y a los "billetes pequeños" de CUC, por lo que me quedé sin poder cambiar con una no desdeñable suma de divisa cubana, cuya convertibilidad es casi imposible fuera de las fronteras del país antillano.
 Mi vuelo fue bastante más plácido y previsible que mi trayecto hasta el aeropuerto, aunque no estaba exento de complejidad.
 En sólo 10 minutos (con la trampa del cambio de hora incluido) llegué al aeropuerto de San Salvador donde hice una escala de poco más de dos horas. En él abundaban los reclamos para visitar El Salvador como si fuera algo parecido al paraíso. ¿A quién creo yo?¿A los documentales sensacionalistas o a la publicidad del aeropuerto? En todo caso, para mi estadística personal cuento a El Salvador como país visitado, a la espera de mejor ocasión para profundizar mi conocimiento del mismo.
 De San Salvador tomé otro vuelo, bastante más largo, a Lima. Mi idea original era visitar la capital del Perú. Pero me pareció una ciudad un tanto abrumadora por su tamaño y febril actividad, además de complicarme bastante la logística.
 Por ello, me limité a visitar su aeropuerto, llegando al mismo de madrugada, y partiendo a primera hora de la mañana para volar al sur del país. Este último trance fue "pecata minuta" al lado de lo que había pasado y en poco más de una hora, puse el pie en la legendaria ciudad de Cuzco.

2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Almendrones... jineteros, tu viaje a Cuba me recuerda mi visita a cierto país norteafricano hace unos años. En este caso sustituyendo los clásicos almendrones cubanos por mercedes de los años 50-60. Esta claro que los jineteros traspasan fronteras y uno se los puede encontrar en destinos exóticos y diversos. El único lugar donde escasean es en el norte de Europa ya que deben sentir aversión al frío.

En cuanto a las monedas sueltas, supongo que siempre te puedes dejar alguna suelta para dar testimonio de tu estancia en cada país visitado.

Rufus dijo...

Ese viaje tuyo al Norte de África pide a gritos una entrada en "El Rincón de los 80".
El problema al salir de Cuba es que, además de no cambiarme las monedas, tampoco me cambiaron muchos billetes. Los CUC, y no digamos los pesos cubanos son muy difíciles de cambiar fuera de Cuba.