miércoles, 19 de octubre de 2016

TRAS LA HUELLA INCA EN EL CUZCO

 Mi primera mañana en Cuzco me hizo enfrentarme de bruces con una triste realidad. Cuando bajé a desayunar en el albergue, me atendió una niña que no debía pasar de los 10 años Si algo me impactó en mi viaje no fue tanto la pobreza, que también se deja ver por nuestras calles, sino el trabajo infantil.
 Afortunadamente la madre ya había vuelto a la hora de abandonar el albergue y abonar la factura. Temas de negocios es mejor tratarlos con adultos (los otros también, pero algo es algo).
 Y es que, en una astuciosa estrategia, había buscado otro albergue más céntrico y concurrido para la segunda noche, con la idea de conocer gente, algo que no había sucedido en el primero. Pero había podido descansar bien, que era lo que necesitaba tras enlazar tres vuelos sin haber dormido.
 Calculaba que mi nuevo alojamiento estaría a unos 20 ó 25 minutos andando del primero, lo cual hizo que desechara la idea de tomar un taxi, más por evitar el insidioso regateo, que por el precio (en teoría bastante razonable) que iba a tener que pagar.
 Ya llevaba unos 10 minutos avenida abajo cuando me paré a observar mis progresos sobre el plano. Me costó un buen rato ubicarme, hasta que me di cuenta de que había tomado el sentido contrario de la calle, por lo que me estaba alejando de mi objetivo. Tuve que desandar lo andado y encarar una amplia e insulsa avenida que parecía que no acababa nunca, todo ello bajo el poderoso sol peruano, que parece que no, pero pega de lo lindo. Cansado de la monótona avenida, me desvié un poco para acabar desplazándome por unas bulliciosas calles llenas de puestos de venta de todo tipo, que dificultaban sobremanera el manejo de mi ya más que trotada maleta.
 Así, lo que en un taxi hubiera supuesto unos 10 minutos como mucho (y un regateo), se convirtió en un agónico peregrinaje de más de 40 minutos. Allí aprendí que el niunclavelismo tiene un límite, que se llama sentido común.
  Mi segundo albergue en el Cuzco era más del tipo “para mochileros”, con un luminoso patio que hacía las veces de zona común. Fui atendido por una simpática doceañera (vamos mejorando). Esta vez la habitación era compartida, pero sólo había una persona más, que en ese momento se encontraba ausente.
 Ya libre de maletones y mochilas, salí a dar un voltio por el centro de la ciudad, para acabar subiendo unas empinadas cuestas que me iban a llevar a un conjunto arqueológico de gran interés. Se trata de 4 yacimientos incas situados en el entorno del Cuzco que se pueden visitar con guía y acomodado en un autobús, o hacerlo a tu aire. Yo, como buen liberal, me decanté por la segunda opción.
Saqsayhuamán
 Al primero de los yacimientos se puede ir andando desde el centro, aunque para ello hay que superar unas rampas de enjundia. Notaba que me cansaba el doble que en condiciones normales, hecho sin duda achacable a la elevada altitud sobre el nivel del mar a la que me estaba moviendo.
 No se pueden visitar los 4 lugares por separado, sino que hay que comprar un bono que da acceso a todos ellos. También existe la posibilidad de adquirir otro bono que permite la entrada a nada menos que 16 yacimientos por la región, pero no iba a tener tiempo de verlos, así que me quedé con el billete básico.
 Saqsayhuamán (caray con el nombrecito) resultó ser el más interesante de todos, ya que, aparte de tener unas murallas muy bien conservadas, contaba con bonitos miradores sobre la ciudad. En sus alrededores también se puede visitar una enorme estatua de Jesucristo, bastante parecida al mítico Corcovado carioca.
Q'enqo
 Un paseo de unos 15 minutos me condujo a Q'enqo, ilustre conjunto de rocas ceremoniales, que no me dijo gran cosa.
Más complicado resultaba acceder a las otras dos ruinas, que estaban muy cerca la una del otra, pero a casi 5 km de la segunda. Por suerte había un autobús que hacía una ruta por la zona y dejaba muy cerca.
Pukapukara
 El hecho de haber ido sin guía y de no ser muy ducho en el arte incaico hace que no pueda decir mucho sobre estos dos yacimientos cuyos nombres eran Pukapukara y Tambomachay. Dejo, eso sí alguna foto para que los lectores del blog se hagan una idea. Mil disculpas a los sufridos incas, que después de la currada que se habían pegado para construir todo eso, merecerían un poco más de reconocimiento, pero yo soy más de gótico y barroco.
Tambomachay
 Para volver, repetí la operación de tomar el autobús, pero en lugar de bajarme en el primer yacimiento y volver bajando por terreno conocido, seguí la ruta pensando que me dejaría en la Plaza de Armas. Viendo que la furgoneta no dejaba de caracolear por las laderas que rodean a la ciudad y que cada vez iba más llena, decidí bajarme en cuanto entramos en un terreno más o menos llano. No tenía ni idea de dónde estaba, pero gracias a mi talento natural, pude llegar tras un rato a la Plaza de Armas siguiendo el lento pero infalible método del ensayo/error.
 Para el día siguiente se me había antojado ir al Machu Picchu (antojos que tiene uno), por lo que busqué la oficina que me habían recomendado en el primer albergue, ya que ofrecían una oferta interesante. Antes de comenzar mi viaje, había curioseado un poco el precio de las excursiones a la gran maravilla andina, y al ver que no bajaban de 200 euros, lo había descartado. Pero sobre el terreno, la cosa tenía otro color.
 No encontré la oficina que buscaba, pero no hubo problema. En otro local cercano, de las decenas que hay, obtuve un paquete similar al mismo precio, que incluía el transporte, varias comidas, una noche de alojamiento y la entrada al Machu Picchu. Todo ello por menos de la mitad que los temidos 200.  El que estuviera dispuesto a gastarse tamaña barbaridad, obtenía un viaje de ida y vuelta en tren hasta la cima. Demasiado fácil, y sobre todo, demasiado caro.
 Ahora que ya tenía asegurada la excursión, no podía faltar el complemento indispensable para llevarla a cabo: el típico gorro andino que adquirí en un mercadillo callejero por unos humildes 7 soles (unos 2 €).
 Repetí cena en el comedor vegetariano del día anterior (¿quién da más y mejor por menos?) y fui pronto a descansar, ya que el día siguiente prometía ser movido. En el cuarto del albergue me encontré con mi compañero, un simpático alemán, que aún me cayó más simpático cuando pude comprobar que no roncaba y me dejó dormir plácidamente.


2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Desgraciadamente el trabajo infantil es una lacra muy extendida. Aquí a orillas del Ebro me he encontrado casos similares en algún restaurante asiatico (por ser políticamente correcto).

Realmente los nombrecitos de los yacimientos se las traen. Supongo que a lo mejor tendrían algún significado en las lenguas precolombinas. Puedes aclarar algo al respecto?

Rufus dijo...

Si Dickens levantara la cabeza... Pero bueno, poco a poco se va avanzando.
Los nombres están en quechua, y literalmente significan:
Saqsayhuamán: Lugar donde se sacia el halcón.
Q'enqo: Laberinto.
Pukapukara: Fortaleza roja.
Tambomachay: Lugar de descanso.