viernes, 18 de noviembre de 2016

AREQUIPA: LA CIUDAD QUE ME HIZO TEMBLAR

Conforme el autobús se alejaba del centro de Cuzco, la vistosa arquitectura colonial daba paso a un urbanismo poco feliz, en el que destacaba, y no precisamente por su belleza, el hecho de que hubiera muchas casas con la última planta a medio construir. Posteriormente me enteraría de que eso sucedía por dos motivos. El primero es el alto coste de los alquileres, que hace que cuando "las crías vuelan del nido" no vayan muy lejos, sino que se construya una nueva planta en el mismo edificio. De la segunda razón tiene la culpa el que una casa terminada tribute mucho más que otra en proceso de reforma, lo que hace que se deje la nueva planta sin rematar.
 Ya fuera de la ciudad, mejoró la cosa al encontrarme unos interesantes paisajes semimontañosos, que al rato abandonamos para internarnos en el mítico altiplano andino. El autobús se lo tomaba con calma pero mi posición panorámica en la parte delantera del piso superior, y el amplio espacio entre asientos (que tome nota Alosa) hacían que el largo trayecto transcurriera casi con deleite.
Recónditos parajes del altiplano
 Es habitual en el Perú que en el transcurso de la expedición, en cuanto el autobús atraviesa una localidad y se detiene, suba gente a vender comida o bebida y luego se baje. En este caso sucedió varias veces, pero me llamó la atención una de ellas. En un recóndito paraje del altiplano, nos detuvimos brevemente junto a un parador digno de una “road-movie” llamado “Kancacho, el cordero macho”. Allí subieron un par de simpáticas jóvenes que ofrecían platos de cordero (supongo que macho) a los pasajeros que desearan saciar su hambre con tan contundente ágape. El autobús siguió su camino y a los 15 ó 20 minutos, las empleadas recogieron los platos con los restos y se bajaron en otro lugar.
 Ya había anochecido cuando el autobús se internó por la interminable trama urbana de Arequipa, la segunda ciudad en población del país con más de un millón de habitantes.
 La estación de autobuses estaba bastante alejada del centro y de mi albergue, por lo que batiendo todos mis records de antiniunclavelismo, tuve que tomar el segundo taxi del día. Me habían informado desde el hostal que la tarifa estándar para ese servicio debía oscilar entre los 8 y 10 soles.
Cansado tras un largo viaje, lo que menos me apetecía era regatear (en realidad nunca me apetece), así que vi el cielo abierto cuando el taxista me pidió 10 soles, que acepté sin rechistar. Aviso a navegantes por tierra: a la salida de la estación hay un cartel (que, evidentemente no ví en ese momento) en el que se detallan las tarifas oficiales. En mi caso eran 7 soles.
 La afamada hospitalidad peruana se superó en este caso, cuando coincidí con el dueño del albergue. Se trataba de un entrañable caballero de avanzada edad que además de ser una persona encantadora resultó ser muy culto. Se trataba de un profesor universitario de historia jubilado, con el que tuve unas conversaciones de lo más agradables e interesantes.
 Poseido por un hambre canina, me dirigí al centro de Arequipa, buscando un buen lugar para mitigarla. Aunque ya era tarde, encontré algunos locales abiertos, pero me costó un rato encontrar la perfecta combinación entre gran cantidad, comodidad,humildad y localismo. Acabé en un “chifa”, nombre con el que se conoce a los restaurantes que ofrecen una mezcla de cocina china y criolla.
 Sabiendo cómo se las gastan los orientales para eso de los tamaños, me pedí solamente un plato de arroz con pollo tamaño mediano. No quiero pensar cómo era el grande, porque a pesar de que en las últimas 14 horas sólo había ingerido dos manzanas, casi no me lo pude acabar.  Si no hubiese sido por la ayuda de la "chicha morada" (delicioso refresco a base de maíz morado), no hubiera sido capaz de pasar semejante volumen a través de mi esófago.
 En realidad, los “chifas” no se diferencian mucho de los “chinos” españoles, aunque para mi gusto, los primeros tienen un punto más de calidad.
Plaza de Armas
 Con el estómago lleno se aprecia mejor la arquitectura de una ciudad. En el camino de vuelta al albergue me fijé más en las bonitas calles del casco histórico, en el que destaca una enorme plaza de armas, y el hecho de que la mayoría de edificios estén construidos en mármol claro, lo que hace que a Arequipa se le conozca también como la “ciudad blanca”
 Aunque mi habitación contaba con 6 camas, esa noche sólo iba a tener un compañero. Se trataba de un italiano bastante simpático, aunque un tanto misterioso. Llevaba unos meses viviendo en el albergue y no parecía estar de turismo precisamente.
 Parece un poco extraño que en pleno agosto hubiera una ocupación tan baja. No lo es tanto si se tiene en cuenta que unos días antes había habido un terremoto en la zona que, incluso había provocado algunos muertos en el valle del Colca. Yo me había enterado antes de visitar la ciudad, pero teniendo en cuenta las leyes de la probabilidad, pensé que sería demasiada casualidad que hubiera otro movimiento sísmico en el mismo sitio.
 Pero en este caso las leyes geológicas pesan más que las matemáticas. De ello pude dar fe cuando a las 4 de la mañana noté desde mi cama un estruendo que hizo vibrar el edificio durante dos ó tres segundos. Sin saber muy bien qué había ocurrido (lo primero que pensé es que había pasado un camión de enjundia), me volví a dormir. A la mañana siguiente pude enterarme de que un terremoto de 5,2 puntos se había dejado notar en la ciudad, afortunadamente sin víctimas y con escasos daños materiales.
 Después de haber sobrevivido a un terremoto, ya podía venirme lo que fuera. El viaje continuaba...

2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Curiosa anécdota que me ha recordado otra que le sucedió a un servidor. Era yo un imberbe veinteañero que mochila al hombro se fue al Festival de música internacional de Benicassim el año 1997. Allí estuve 2 días con sus correspondientes noches sin pegar ojo, lo que supuso toda una proeza histórica e irrepetible después para alguien quien disfruta dejandose atrapar en los brazos de Morfeo. El tercer día recuerdo una especie de nebulosa hasta que caí rendido en la tienda, y cual fue mi sorpresa, para encontrarme al día siguiente que la mitad del camping estaba devastado y desalojado. Enseguida me entere que por la noche había caído una tormenta de proporciones épicas que por mi estado no había llegado a detectar y que por fortuna me pillo en la parte del camping menos afectada por la tormenta.

Rufus dijo...

¡Cómo te ha cambiado la vida! Has pasado de ser el alma del Festival de Benicàssim a tener que irte del concierto de Azul y Negro antes de que acabara.