sábado, 5 de noviembre de 2016

MACHU PICCHU

 La noche anterior, el guía nos había conminado, casi exhortado a acudir a las 4 de la mañana a la Plaza de Armas para empezar desde allí la ascensión al Machu Picchu. Según él, de lo contrario, “no nos iba a dar tiempo” a estar arriba a una hora prudente antes de que se llenara de turistas.
 Confiando en mi gran estado de forma, iba a empezar mi travesía media hora más tarde. A pesar de esa ganancia, me tuve que levantar a las 4, algo que atenta contra las más elementales normas de la salud mental y física. 
 El desayuno que nos sirvieron en el albergue fue muy flojo (una infusión y un par de panecillos con mermelada y mantequilla). Ni el descanso nocturno ni el precario ágape eran suficientes para el pasaje que nos esperaba, pero la ilusión lo compensaba todo.
 A la hora de salir del albergue, la empleada, como es lógico, nos pidió la llave de la habitación. La argentina, que se había hecho cargo de la misma la noche anterior, me había comentado durante el frugal desayuno que no la encontraba, por lo que le explicó a la jovencísima hospedera que se la había dejado en el cuarto. Como para prestarle las llaves del coche...
 Estimando que las frías temperaturas nocturnas iban a devenir en un asfixiante calor diurno, les pedí a los del albergue que me guardaran la cazadora.
 A esas casi indecentes horas, todavía era noche cerrada, por lo que tuvimos que hacer uso de linternas para seguir el camino.
 A los 20 minutos nos encontramos con una larga cola de excursionistas detenidos. Vi que partía de una puerta en la que un letrero advertía de que hasta las 5 de la mañana no se podía acceder. No nos importó mucho esperar unos 15 minutos a que nos dieran acceso. Supongo que no les habría hecho tanta gracia a aquéllos que hicieron caso al guía y empezaron la caminata a las 4.
  A partir de allí,  el camino empezó a ganar pendiente, para acabar forzándonos a subir un gran número de escalones. Como si de la subida al Monrepós se tratase, a partir de allí los grupetos se rompieron en mil pedazos y cada uno subía como podía.
 La primera víctima de los empinadísimos escalones fue una de las chilenas que había conocido la noche anterior. Estaba sentada al borde del camino, con la cara desencajada por el esfuerzo de acarrear una mochila de enjundia. De no haber sido porque iba con retraso para llegar arriba a la hora a la que nos había citado el guía (extrañamente, todavía confiaba en él), le hubiera ofrecido mi ayuda. Y no sólo por mi proverbial bonhomía, sino porque pocas veces se me presenta la oportunidad de socorrer a una pívot de 1,80. Pero erróneamente seguí la ascensión a mi ritmo. Mi mala conciencia se atenuó cuando días más tarde me enteré de que la compatriota de Condorito había llegado sana y salva arriba. La oportunidad de confraternizar con ella, habrá que dejarla para mejor ocasión.
  Poco a poco las luces del nuevo día nos empezaron a iluminar, mostrando ante nuestra vista hermosísimos paisajes de montaña. 
 En el camino iba encontrándome con “viejos conocidos” con los que comentaba la jugada, en el caso de que aún les quedara algo de aliento para conversar.
Concurridos accesos al Machu Picchu
 Por fin, tras una hora y media de exigente travesía, unas taquillas con grandes colas me recibieron. El guía andaba por allí buscando a  su “rebaño”. Viendo que aún contaba con pocas “ovejas”, nos citó a las puertas del recinto media hora más tarde. Tanto correr para nada.
 Como era de esperar, la media hora se superó con creces, hasta que al fin nos juntamos todos y empezó la visita, no sin antes dividirnos en dos grupos, unos con guía en inglés y otros en español, eligiendo yo, por razones obvias, el idioma de Garcilaso. 
 No voy a entrar en muchos detalles sobre la historia del Machu Picchu, ya que son sobradamente conocidos por casi todo el mundo, y en caso contrario es muy fácil acceder a dicha información. Si esperabais que después de haber dormido 3 horas y pegarme esa paliza me iba a acordar de todo lo que explicó el guía, me sobrevaloráis. Aunque dos cosas de las que nos contó Edison me llamaron la atención: el yacimiento no fue descubierto al gran público hasta bien entrado el siglo XX, y en las épocas más tenebrosas de terrorismo en el Perú, apenas un puñado de personas visitaban el monumento cada día. Eso chocaba mucho comparándolo con las miles que estábamos en ese momento  paseando por las ilustres ruinas.
Edison al habla
 A pesar de la gran cantidad de gente, al ser un recinto muy grande, no llegué a sentir sensación de agobio, como me había pasado visitando otros lugares míticos (por ejemplo el Mont Saint Michel).
Una vez que el guía acabó su disertación, pude campar a mis anchas por casi todo el paraje.
 Había algunas áreas más restringidas, como por ejemplo la subida a una montaña que dominaba todo el yacimiento, para la que tendría que haber sacado entrada con mucha antelación. A pesar de todo, el espectáculo que constituían las bien preservadas ruinas, perfectamente conjugadas en un majestuoso entorno natural hacen del Machu Picchu un lugar realmente mágico.
Sobran las palabras
 Saqué mi lado japonés para hacer fotos desde todos los sitios y ángulos posibles. Me hubiera quedado todo el día en un enclave tan abrumador, pero a primera hora de la tarde tenía que coger la furgoneta de vuelta en la estación hidroeléctrica, de la cual me separaba una considerable caminata.
 Apuré todo lo que pude antes de abandonar el lugar, no sin antes hacer la turistada típica en la entrada: estamparme un sello del Machu Picchu en el pasaporte.
Glamour andino
 Como iba un poco justo de tiempo, me lancé a lo Paolo Savoldelli en un vertiginoso descenso por los escalones que tanto me había costado subir unas horas antes.
 Ya en el tramo llano, me encontré con un atajo que enlazaba con el camino de vuelta directamente sin pasar por el pueblo de Aguas Calientes. Pero debía pasar por allí para recoger mi tan humilde como necesaria cazadora, lo que me hizo dar un rodeo de más de media hora.
 Temía que en el albergue me pidieran explicaciones, o algo más, por el extravío de la llave de nuestro cuarto. Afortunadamente, en ese momento me atendió un empleado que no estaba al cabo de la calle y pude hacerme con la prenda sin problemas.
 Teniendo en cuenta que con el escuálido desayuno de esa mañana habían acabado las comidas incluidas en mi "contrato", me pasé por el mercado del pueblo para hacerme con unas manzanas a precio de oro y una fruta que nunca había comido llamada "pepino melón" bastante insípida, que me fui comiendo sobre la marcha.
 Mi poderosa zancada me permitió llegar a tiempo a la estación hidroeléctrica, donde había una gran actividad de turistas esperando ser asignados a sus correspondientes medios de transporte. Era curioso como los guías iban repartiendo a la gente por las diferentes furgonetas e incluso haciendo cambiar a algunos que ya estaban dentro (me pasó a mí) para cuadrar los fletes.
 La ilusión y excitación del viaje de ida habían desaparecido.Si a eso sumamos el cansancio y que gran parte del trayecto se hizo de noche, sin poder, al menos, observar el paisaje, el resultado fue un pesado trance que, por lo menos no fue agravado con la estridente cumbia del día anterior.
 Por fin, pasadas las 9 de la noche, la furgoneta nos dejó en el centro de Cuzco y salí de ella tan cansado como hambriento. No me compliqué la vida, y fui a cenar a un pequeño restaurante situado junto al albergue. Me pedí una pizza que fue cuidadosamente preparada por el camarero en un horno de leña a la vista. Después de mi experiencia en las pizzerías cubanas, me parecía tener delante a un pizzaiolo napolitano. Y ello además muy bien de precio y con una atención exquisita.
 Ya en el albergue, me encontré con buenas noticias. Mi habitación estaba vacía, por lo que iba a poder descansar en condiciones. Y a fe que me hacía falta.
 
 
 



 

2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Efectivamente las 4 y media de la mañana no son horas razonables para la gente civilizada aunque supongo que la ilusión y la excitación de estar ante un Patrimonio de la Humanidad paliaran en parte el esfuerzo, pues no todos los días se pueden visitar lugares tan pintorescos.

Por lo que me he documentado parece que el hecho de que no sea una zona de fácil acceso es para controlar el flujo de turistas, aunque resulta curioso que la altitud del conjunto no es particularmente elevada para los desniveles que hay en Perú.

Rufus dijo...

Es que si hubiera una carretera hasta Machu Picchu, aparte de que llegaría mucha más gente, se les acabaría el chollo de los abusivos precios del tren y los autobuses.
Efectivamente, la altitud del yacimiento no es tan elevada, comparándolo con otros lugares del Perú.