martes, 22 de noviembre de 2016

AREQUIPEANDO

 Nada mejor para recuperarse de un terremoto que un suculento desayuno, que era lo que ofrecía el albergue. Se trataba de un panqueque, una especie de tortita rellena, en este caso de plátano, a la que acompañé con un mate de coca.
 Cuando salí a la calle, nada parecía reflejar el suceso sísmico de hace solo unas horas. La ciudad contaba con el bullicio propio de esas latitudes, con la gente haciendo sus quehaceres diarios, y los edificios incólumes. Por lo visto, esta es una zona geológicamente inestable, y están muy bien preparados para los terremotos.
Nadie diría que ha habido un terremoto
  Previamente había visto anunciado un tour gratuito, actividad muy recomendable en cada ciudad que se visite. Me acerqué al punto de encuentro, pero no vi ni rastro del grupo.  A sólo unos metros, me encontré con la competencia, que acababa de empezar el recorrido. El tour se hacía en inglés, pero la guía me comentó que se iban a cruzar en 10 minutos con el que se hacía en español.
 Yo no había ido al Perú para que me hablaran en inglés, aunque se le entendía bastante bien, así que al poco tiempo, un simpático gaditano y yo, nos cambiamos de bando.
 Además de los habituales monumentos,y el paseo por las bellas calles de arquitectura colonial, la guía nos llevó al grandioso y colorido mercado central, acabando la visita en un bar donde nos ofrecieron “pisco sour", una de las bebidas más populares del país.
El colorido y animado Mercado San Camilo
 Durante el recorrido no podía faltar la referencia al Misti, Pichu Pichu y Chachani, tres imponentes volcanes que  vigilan la ciudad desde sus casi 6000 metros, formando una característica y hermosa linea del horizonte. Salvando las distancias, me recordaba a la Sierra de Guara vista desde Huesca.
 No sé quién fue el responsable de fijar las fechas de los Juegos Olímpicos de Río. Se cubrió de gloria al hacer que coincidieran con mi viaje. Así que apenas pude seguirlos. Pero ese día se disputaba la semifinal del baloncesto masculino enfrentando a España con los Estados Unidos y no me lo podía perder.
 Comprobé que en algunos restaurantes estaban emitiendo el partido, así que barajé la opción de verlo mientras comía. Pero tamaño espectáculo había que saborearlo con tranquilidad. Así que volví al albergue donde el dueño estaba viendo un pestiño en la televisión, que cambió cuando le expliqué la trascendencia del evento, y lo disfrutamos (o sufrimos) juntos.
 La derrota española no me quitó el hambre, que fue convenientemente fulminada gracias a una contundente sopa de quinoa y una colosal frijolada que me sirvieron en un restaurante vegetariano.
 En el tour matinal nos habían recomendado un mirador desde donde se tenían buenas vistas al atardecer. Allí me volví a encontrar al gaditano que había conocido por la mañana, y a una pareja de catalanes. Sin que nadie lo hubiese invitado, se nos unió un personaje local de mediana edad al que parecía faltarle un hervor.
 Empezó a tratarnos con un cierto peloteo, que se tornó en abierta hostilidad indigenista cuando le dejamos de prestar atención. Fue el único incidente reseñable con la gente local que tuve en todo mi viaje por el Perú, y dudo que sea mínimamente representativo.
 El bello ocaso con la figura del imponente Misti en el horizonte y el espectáculo de ver la ciudad iluminada nos hizo olvidar rápidamente al molesto individuo.
Atardecer Misti-co 
 Una de las principales atracciones turísticas de Arequipa es el convento de Santa Catalina de Siena, un enorme monasterio amurallado construido en sillería que parece una miniciudad en sí. Su gran tamaño y su bonito estilo arquitectónico colonial con influencias locales han hecho que esté reconocido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.
 No lo había visitado por el poco tiempo disponible (versión oficial) y porque el precio de la entrada era poco competitivo. Pero haciendo una astuciosa jugada, aprovechamos que esa noche se celebraba allí un concierto con entrada libre, para echarle un vistazo. Me pude hacer una idea aunque, evidentemente, la zona que se podía visitar estaba muy limitada. Y ya que estábamos allí, escuchamos el concierto que la Orquesta Sinfónica de Arequipa daba en un claustro interpretando piezas de Dvorak y Mendelssohn. Fue muy agradable escuchar esa música en un entorno tan apropiado y sirvió también para tomarme un respiro en mi frenética actividad.
¡Así se toca!
 Después del concierto, el joven gaditano y yo fuimos a echarnos unas "Arequipeñas"(cerveza local) a un bar. Entre trago y trago, me contó que tenía 4 meses seguidos de vacaciones, con lo cual se estaba pegando un viaje de enjundia por varios continentes, que hacía que el mío pareciera en comparación, una excursión en el día a Salou.
 Era viernes por la noche y el tema se estaba animando. Las calles se empezaron a llenar de gente con ganas de marcha y tenía curiosidad por conocer el pototeo peruano. Mi compañero estuvo tentado de acompañarme, pero tenía que levantarse a las 3 de la mañana para hacer una excursión al Colca, por lo que me dispuse a afrontar la experiencia en solitario.
 Pero antes debía volver al albergue para deshacerme de ciertos fluidos corporales dramáticamente acrecentados por las Arequipeñas, que el decoro me impide nombrar, y dejar una mochila. Los primeros no pudieron esperar tanto y acabaron como abono nitrogenado líquido para un árbol callejero. Respecto a la segunda, al ir a abrir la taquilla para guardarla, me encontré con que el candado de chichinabo que había comprado en un bazar oriental no se abría ni a tiros.
 El tiempo que perdí forcejeando con la cerraja y la perspectiva de tener que arreglar el asunto temprano a la mañana siguiente, sumado a mi sempiterno déficit de sueño cuando viajo, hicieron que las ganas de pototear por Arequipa se desvanecieran. Así que decidí acostarme, dejando el asunto de la taquilla para la mañana siguiente y el del pototeo para mejor ocasión.
 Pensando que ver el amanecer con el sol saliendo por los volcanes que dominan la ciudad iba a ser un espectáculo imponente, aproveché que me había desvelado avanzada la noche y subí a la terraza del albergue esperando la aparición del Astro Rey. Y como suele pasar, por mucho que el cine y la literatura hagan pensar lo contrario, el amanecer fue de lo más soso. El sol apareció por donde quiso y no sonaba música de fondo. Siempre me ha parecido mucho más bonito el atardecer, y con la gran ventaja de que no hay que madrugar (o peor aún, empalmar).
 Con renovadas fuerzas hice un postrer intento por abrir mi taquilla y sorprendentemente cedió. A ver si va a tener razón Mariano Rajoy, y los problemas se arreglan no haciendo nada y esperando...
Hospitalidad arequipeña
 Habiendo solventado este problema sin necesidad de usar la fuerza bruta, como me pasó en su día en Puerto Rico, pude marchar en paz, tras despedirme de don Leandro, el entrañable propietario del albergue.
 El temido regateo con el taxista no fue tal al aceptar inmediatamente su oferta de llevarme por 6 soles a la estación. Allí me monté en un autobús que me iba a dejar a orillas del mítico lago Titicaca.


2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Una pena lo de la oportunidad perdida de pototear por Arequipa pero bueno, así ya tienes excusa para repetir viaje.

Realmente me ha impresionado lo del paisano gaditano y su viaje por los 4 continentes. No cabe duda que no es fácil tener el tiempo suficiente ni los recursos económicos para tamaña gesta. Otros, con pretensiones mas humildes, nos tuvimos que contentar con una temporadita por las islas británicas compaginando trabajo y placer.

Rufus dijo...

Sí, porque se veía un ambiente muy bueno.
Respecto al gaditano, eran 4 meses, que no se si le habrían dado para visitar 4 continentes. Eso sí, me comentó que había estado en Rusia y en Hawái.
No te olvides de nuestra escapada a Berlín.