Casualmente, muy cerca del albergue se situaba el Casino Español de Cebú, al que no dudé en poner rumbo en mi primera salida del día. Me las prometía muy felices comiendo paella (aunque no me guste mucho) y conversando con los últimos hispanohablantes de la ciudad, cuando una segurata me impidió el paso al recinto. Mi condición de súdbito español fue papel mojado, ante el triste hecho de que el acceso al recinto estaba permitido exclusivamente a los socios.
Casino Español de Cebú: el elitismo se impuso al patriotismo |
Las penas con pan son menos. Así que mi siguiente destino era un restaurante vegetariano (una rara avis en un país claramente carnívoro) que recomendaba mi guía de viaje. Gasté con creces las calorías que iba a ingerir, habida cuenta de lo recóndito del lugar. Aparte de estar lejos, costaba bastante encontrarlo, y al toparme con un recinto tan humilde, no pude evitar una cierta decepción. Pero lo que cuenta en este caso es la comida, y por poco más de un euro, me puse como el Quico a base de suculentos y nutritivos platos.
Ternera parece, carne no es..¿qué es? Vaya usted a saber, pero estaba rico |
Era hora ya de dirigirme hacia el centro histórico, que como sucede en toda ciudad filipina que se precie había quedado hecho papilla en la Segunda Guerra Mundial.
Ajenos a añoranzas históricas, miles de cebuanos colapsaban las bulliciosas calles del centro de la ciudad.
Esto se anima |
El cogollo central contaba con un control de seguridad para acceder. En la ciudad habían comenzado las fiestas del Santo Niño, en las que se venera a una efigie del Niño Jesús que trajo Magallanes en su visita a la isla de Cebú.
Iba un poco pillado de tiempo, por lo que no me quedé a escuchar la homilía, que además iba a ser en cebuano, idioma con el cual aún no estaba familiarizado.
¡Viva Pit Señor! |
Junto a la iglesia, y en medio de una plaza, se encuentra otro hito histórico-religioso: la Cruz de Magallanes. En ese lugar, el marino portugués y sus acompañantes plantaron una cruz de madera, que se puede considerar como el germen del cristianismo en el archipiélago.
Como con la cruz iba la espada, no muy lejos de allí se erige el Fuerte de San Pedro, fortaleza de forma triangular erigida por los españoles para defender la plaza de los invasores moros.
Estatua de Legazpi |
Ya de vuelta al albergue, alargué un poco la ruta para visitar el Parián de Cebú. Los parianes eran los barrios donde se asentaba la comunidad china, que en un número considerable se instaló en el país durante el dominio español. Al igual que ahora, esta comunidad destacaba por su dinamismo comercial. Con el tiempo, estos chinos acabaron naturalizándose españoles, adoptando el idioma e incluso hispanizando sus apellidos.
A pesar de que hoy en día estos parianes no están reservados para ciudadanos chinos, en las pocas casas antiguas que se conservan, sí que se puede apreciar una arquitectura característica con influencias del país asiático.
Intenté visitar el Museo Casa Gorordo (típico ejemplo de arquitectura colonial española) pero estaba cerrado. Más suerte tuve con la casa Yap-Sandiego, erigida en el siglo XVII, lo cual la convierte en una de las casas más antiguas de las Filipinas. Está excelentemente conservada, y es una visita de lo más recomendable.
Casa Yap-Sandiego (tomada de https://www.choosephilippines.com/) |
Ya me había culturizado bastante, así que volví al albergue para satisfacer otras necesidades menos intelectuales.
Probé suerte con la página de pototeo que he comentado en anteriores entradas y como se suele decir en Aragón, "no adubía". La combinación de ciudad muy poblada, a la vez que no demasiado turística, sumada a mi irresistible alias "Legazpi", se revelaba muy favorable a mis intereses.
Pero uno tiene ya una edad y algo de experiencia para pensar en hacer alardes. Quien mucho abarca, "abarcudo". Así que en cuanto apalabré una cita, concluí mi escaneo virtual.
Se me acumulaba la faena, ya que aún tenía que decidir a dónde ir al día siguiente, con reserva de alojamiento incluida, y no había cenado.
Viendo que mi encuentro se iba a demorar, me acerqué a un supermercado "7-Eleven" muy cercano al albergue para picar algo. Descubrí una jugada que iba como anillo al dedo para mi austeridad e interés por la gastronomía local. Había algunos platos preparados que se podían calentar en el establecimiento y comerlos alí mismo. No estamos hablando de alta cocina, pero al menos era un plato caliente a precio de risa.
Mientras cenaba, seguía en contacto con mi "amiga" que, por lo que me decía en sus mensajes al móvil, tenía ciertos problemas para encontrar el albergue. La verdad es que la cita tenía mucho de improvisación. Al comentarle que no sabía dónde iba a ir al día siguiente, me sugirió que fuéramos juntos a Oslob, localidad costera cercana donde se puede bucear junto a los imponentes tiburones-ballena.
Dada la familiaridad con la que me propuso el plan, vi claro que no era la primera vez que hacía algo así. Evidentemente, y más con el niunclavelismo que me caracteriza, no me apetecía mucho jugar el papel de "extranjero rico que lo paga todo". Porque ni soy rico, ni en Filipinas me sentía del todo extranjero.
Pero como parecía estar a punto de llegar, pensé que sería mejor discutir esos detalles en persona.
Las siguientes dos horas fueron un interminable intercambio de mensajes en los que no cesaba de dar pistas a mi cita para que pudiera llegar al lugar convenido.
Siendo ya casi la una de la noche, y con el planteamiento del día siguiente aún por perfilar, tenía mi líbido por los suelos. Bajo tierra se ocultó cuando apareció una jovencita escuálida y bajita, que si no fuera por su pelo moreno y rasgos asiáticos, hubiera podido confundir fácilmente con mi sobrina.
Si no me había mentido en su edad (según ella 25), sí lo había hecho en su lugar de procedencia. Me había explicado que vivía en un barrio cercano, pero en realidad estaba en una pedanía tan lejana que había tenido que tomar 3 jeepneys y alquilar una moto para llegar al destino. Por lo menos no se le puede negar interés y perseverancia.
Si tenemos en cuenta que la conversación entre nosotros tampoco era muy fluida (su inglés no era muy allá), me encontraba en una situación un tanto incómoda.
Descartada por completo la idea de ir con ella a Oslob, y sin ni siquiera plantearme todo asomo de ejercer actos de "intimidad compartida", debía moverme entre la diplomacia y la asertividad para evitar daños propios y colaterales.
Cuando le dije que había descartado "llevarla" a Oslob mostró una cierta decepción, pero creo que hasta ella se daba cuenta de que era algo absolutamente forzado. Estuvimos charlando un poco y dentro de la cordialidad vimos ambos que allí no había mucho que rascar. Así que le pagué un taxi y se volvió a su casa sin más novedad.
Evidentemente mi elección no había sido la más adecuada. Pero como dice el mítico Berges, no estábamos allí para taladrar.
Una vez recuperada mi individualidad, me metí en la cápsula y organizé en un rato mis siguientes dos días por las Filipinas.
En mi siguiente destino iba a intentar encontrar el contrapunto con el ajetreo de la populosa ciudad de Cebú, que si bien al principio me asustó un poco, me acabó pareciendo un lugar de lo más interesante.