martes, 2 de agosto de 2022

SOFÍA

  Mis primeros pasos por Sofía me sirvieron para comprobar que la capital búlgara es una ciudad relativamente apacible, con muchas zonas verdes y menos agobiante que la mayoría de grandes urbes.  Sensaciones menos placenteras me invadieron a llegar a mi albergue, que como dijo algún huésped, "parecía una casa de okupas". Aunque esa apreciación era algo exagerada, sí es cierto que el establecimiento estaba un poco patas arriba. Resultaba especialmente inquietante un grafiti muy chapucero en el entresuelo indicando que la recepción estaba en la cuarta planta. Los temores iniciales se disiparon al llegar a esa cuarta planta y ser atendido en un más que correcto español por un curioso y carismático anfitrión, que destacaba por su bigote estilo decimonónico y por su peculiar carácter. 

                Bulevar Vitosha:  ejemplo del carácter tranquilo de Sofía

 Empecé a socializar integrándome en un grupo de jóvenes que estaban charlando en el salón utilizando una astuta estrategia. Un compañero alemán y yo compramos dos botellas grandes de cerveza, y con ellas acudimos a la tertulia, donde fuimos muy bien acogidos. El grupo estaba formado por genuinos miembros de la especie "Homo Hostelis" ya descritos en mi blog, y que básicamente son personas típicas de los albergues, jóvenes, simpáticos y con gran nivel de inglés. Yo ya peino canas, soy más bien taciturno y con mi inglés me defiendo, pero se me escapan muchas cosas. Por todo ello, porque los temas que se estaban tratando eran bastante intrascendentes y porque el cansancio del viaje se me empezaba a apoderar, me retiré a mi cuarto. Mi sorpresa fue mayúscula cuando comprobé que la puerta estaba bloqueada y no podía acceder. Me identifiqué como un morador de la pieza y me dejaron entrar tras mover la litera que estaba obstaculizando el acceso. Mis nuevos y asustados compañeros eran una pareja rumana que, al comprobar que nuestro cuarto no contaba con consignas ni candado en la puerta, se habían atrincherado por temor a posibles robos. Era la primera vez que dormían en un albergue y dada su aprensión, no creo que le sigan muchas más.

 A la mañana siguiente salí a patear Sofía. Entre que apenas me había documentado sobre el país antes de viajar y que los letreros de los edificios estaban en cirílico, no me estaba enterando de mucho. Menos mal que contaba con uno de mis mejores aliados: el "Free Tour", que además en este caso contaba con versión en español. Las explicaciones de Georgi, en un excelente castellano me sirvieron para conocer la historia del país, de la ciudad y para identificar los edificios que poco me habían dicho en mi inspección previa. Para hacer más interactiva la actividad, el guía hacía preguntas y premiaba a los acertantes con caramelos. Pero no unos cualquiera. Se trataba de caramelos comunistas, de una marca popular en aquella época. Evidentemente hice todo lo posible por ganarme uno. Acerté con el pueblo que precedió a los romanos en Bulgaria(los tracios) y me hice con el ansiado premio. Una mujer y su hijo me mostraron su reconocimiento por haber acertado una cuestión tan poco evidente y se me pasó por la cabeza darle el caramelo al niño. Pero él no lo habría podido disfrutar a tantos niveles como yo, así que disolví el comunismo con sabor a menta en mi boca. Eso sí, les prometí que si conseguía otro, sería para él. Quisieron la suerte y mi sabiduría que acertase otra pregunta posterior. Esta vez el trofeo fue a parar a manos del niño, ante su mirada de alegría y la de agradecimiento de sus padres.

                        A la caza del ansiado caramelo

 Dos cosas me llamaron la atención del paseo guiado: nos paramos en una plaza desde la que se podían divisar una iglesia ortodoxa, una mezquita, una sinagoga y una catedral, lo cual da una idea de los avatares históricos sufridos y la diversidad religiosa que impera en el país. Otro hecho destacable fue descubrir unas fuentes de las que manaban aguas termales, en pleno centro de la ciudad. Había mucha gente que acudía con garrafas para hacer acopio del líquido (y cálido) elemento. 

 En el transcurso del tour hice buenas migas con un grupo formado por una cubana, un venezolano y una chilena. Así, cual chiste de Eugenio, un español (servidor) se unió a ellos una vez acabado el paseo guiado. La idea era asistir a otro tour, pero en este caso gastronómico. Como quiera que la única que había reservado plaza era la cubana y se había cubierto el cupo, los demás tuvimos que improvisar. Fuimos a un restaurante que nos había recomendado el guía para probar la "auténtica" cocina búlgara, en lo que era el típico local para turistas. Ello no quita para que la comida fuera muy buena y el precio, razonable. Y si buena fue la comida, mucho más lo fue la compañía. Tanto que cambié mis planes de hacer el tour comunista esa tarde por seguir explorando la ciudad con Miranda y Germán.

 Ni para entrar en la cámara acorazada de un banco toman tantas precauciones como hicieron con nosotros para acceder a la sinagoga. Tuvimos que llamar dos veces a una puerta exterior hasta que nos abrieron, presentar el pasaporte, pasar a una sala donde tuvimos que pasar un arco de seguridad y aún se nos advirtió de que no podíamos fotografiar a un grupo de niños que pululaban por las afueras del recinto. Y eso que venía de Sefarad...  Por lo menos el edificio tenía cierta prestancia y se puede decir que la visita valió las molestias sufridas para acceder y las 5 levas (2,5 €) que nos cobraron.

                                       Interior de la sinagoga

 Que el mundo es un lugar muy pequeño es algo que ya tenía claro. Se confirmó esta vez cuando descubrí que mi compañera chilena estaba alojada en el mismo albergue que yo, aunque no habíamos coincidido el día anterior. Nos retiramos al hostel a descansar un poco, ante lo que prometía ser una loca noche de fiesta.

 Esa noche nos volvimos a encontrar con los camaradas venezolano y cubana para volver a ser un cuarteto, en un bareto bastante competente, aunque con una selección musical cuando menos discutible. Con la facilidad que tienen los viajeros para juntarse, nos unimos a otro grupillo de turistas en el que destacaba un curioso personaje. Se trataba de un joven individuo checo con vestimenta y peinados pasados de moda, que lo daba todo en la pista, bailando con coreografías estrafalarias. Sin mayor argumento que observar el espectáculo que nos ofrecía el chico checo, y ante el madrugón que nos esperaba al día siguiente para hacer una excursión, volvimos pronto a dormir (con el permiso de alguna motosierra presente en mi cuarto) al albergue. Había sido una jornada intensa y muy bien aprovechada. Todo apuntaba a que la siguiente no le iba a ir a la zaga.

2 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Sofia bien podria ser candidata a ingresar en la lista de turismo nominal como la capital de la sabiduría, o por ser la ciudad con mayor porcentaje de sabios entre su población. Veo que a pesar del obligado parón por la pandemia conservas intacto tu talento natural para organizar viajes, así como para interactuar con las diferentes especies del Homo hostelis. Esperando con ansias la proxima entrega sobre Bulgaridad, recibe un saludo.

Rufus dijo...

Efectivamente, Bulgaria podría ser la capital del sapiosexualismo. Ahí tienen un filón a explotar. El talento natural no se pierde, simplemente ha estado agazapado esperando su oportunidad y ha vuelto con renovadas energías. Enseguida me pongo con la próxima entrega. Saludos