lunes, 8 de agosto de 2022

SIETE LAGOS Y MONASTERIO DE RILA

 Una vez vistos los más destacados puntos de interés de Sofía, tocaba hacer lo propio con dos de las principales atracciones turísticas del país: los Siete Lagos y el Monasterio de Rila. Existía una opción niunclavelista para visitar ambos enclaves utilizando transporte público. Pero era tan ardua y requería tanto tiempo, que decidí que sería mejor idea contratar una agencia para visitar ambos lugares el mismo día.  O mejor dicho, decidimos, porque a la iniciativa se sumaron mis ya amigos Germán y Miranda, con los que había pasado gran parte de la jornada anterior.

 La jornada comenzó pronto, ya que se nos citó a las 7 de la mañana para empezar la excursión. Un fornido guía local subió a la furgoneta y nos explicó la ruta que debíamos seguir en la visita a los lagos, además de entregarnos un mapa esquemático del recorrido. A todo esto, nuestro compañero venezolano, que no había dado señales de vida, apareció justo a tiempo para no quedarse en tierra. No fue el caso del guía, que tras su disertación se despidió y ya no lo volvimos a ver. Nuestra excursión se denominaba "autoguiada". Nos tendríamos que fiar del plano que nos dieron y de nuestro talento natural. Pero no asustó a espíritus tan intrépidos como los nuestros.

 Las llanuras que rodeaban la ciudad de Sofía, donde destacaban los campos del ahora cotizado girasol, acabaron dando paso a un paisaje de montaña que prometía. La furgoneta nos dejó en un aparcamiento y de allí tuvimos que andar unos cientos de metros para tomar un telesilla. El hecho de que estos aparatos no se paren para que te sientes en ellos, hace que el montarte y sobre todo el apearte de ellos sea un momento un poco tenso. En este caso no hubo ninguna incidencia y pudimos disfrutar de una agradable paseo por los aires mientras espectaculares paisajes de montaña se sucedían ante nuestros ojos.

 El telesilla nos dejó a más de 2000 metros, en un entorno privilegiado, ya carente de arbolado, por el que teníamos que seguir subiendo a pie. La caminata nos iba a llevar a encontrarnos con siete lagos glaciares situados a diferentes alturas. Se podía tomar una ruta distinta a la ida y a la vuelta para pasar junto a todos ellos. Mis compañeros no se las prometían muy felices al ver lo que nos esperaba, y apostaban a que no iban a pasar del primer lago. A él llegamos tras un agradable paseo de una hora. A partir de allí, el camino se empinaba y presentaba una mayor dificultad. Ello no minó la moral de la expedición. Los paisajes sublimes que nos ofrecía el paraje y la curiosidad por ver los siguientes lagos fueron más que suficientes para vencer el desánimo inicial. Además el día acompañaba. El sol lucía en todo su esplendor, pero la elevada altitud a la que nos encontrábamos hacía que la temperatura fuera realmente agradable. 

                            Paisajes de auténtica enjundia

 Así, casi sin darnos cuenta, nos encontramos con el último tramo que nos conducía a un mirador.  La subida tenía ya una pendiente considerable. Pero la tentación del abandono cedía ante la proximidad de la cima y sobre todo al cruzarnos entrañables ancianitas que volvían tras haber conseguido el objetivo. No podíamos ser menos que ellas. Y no lo fuimos. Tras casi tres horas de pateada, arribamos a un mirador desde el que se podían contemplar seis de los lagos, en una estampa absolutamente espectacular.

                            Podio de honor

 Evidentemente la bajada se hizo más llevadera que la subida, pero no nos pudimos descuidar. Necesitábamos estar a la hora en el aparcamiento y no nos sobraba mucho tiempo. Aunque la caminata que nos pegamos tenía su enjundia, a mí se me pasó volando. Y no solo por mi preparación pateadora y mediomaratoniana. La irresistible personalidad de Germán y el encanto personal de Miranda se conjugaron con lo extraordinario de los paisajes para hacer de la excursión una experiencia inolvidable. Parecía que nos conocíamos de toda la vida. Los temas de conversación, interesantes todos ellos, se sucedían sin solución de continuidad. Cuando veía algunos excursionistas hacer la ruta en solitario, me daba cuenta de la suerte que había tenido de haber encontrado tan selecta compañía.

 Pudimos llegar a tiempo a la furgoneta en busca del segundo hito del día. Los Siete Lagos habían puesto el listón muy alto, por lo que el Monasterio de Rila tenía muy difícil superarlo. Cuando nuestro vehículo nos dejó en un entorno idílico rodeado de montañas y tuvimos acceso al monasterio, pensé que por momentos lo iba a conseguir. Se trata de un recinto amurallado donde se alzan en sus lados interiores varias plantas de arcadas. En ellas se emplazan las celdas de los monjes. En el centro se alza una torre y una iglesia ortodoxa  cuyas paredes están decoradas con llamativas pinturas murales . Es posible incluso alojarse en el monasterio. Esa idea pasó por mi cabeza a la hora de planear mi viaje, pero la descarté por la dificultad que entrañaba cuadrar el transporte. En esos momentos, mientras respiraba la espiritualidad que reinaba en el lugar y observaba el privilegiado entorno en el que se situaba, pensé que había cometido un pequeño pero craso error. Pero cuando tras media hora de dar vueltas por el monasterio y ver que no había mucho que hacer por allí, llegué a la conclusión de que se me hubiera hecho un poco larga la estancia, aunque solo hubiera sido de un día. Y es que, sin negar la espectacularidad y la importancia del lugar, la visita no da para estar mucho tiempo. A no ser que seas un beato ortodoxo, que no es el caso.

                               Monasterio de Rila

 El cansancio acumulado se mostró en el viaje de vuelta, donde ya no nos mostramos tan locuaces. Nada mejor para recuperar energías que una buena merienda-cena, que tuvo lugar en el mismo restaurante "auténtico" al que habíamos ido el día anterior. La buena impresión que me había causado la primera vez, se evaporó cuando me trajeron mi comanda. Atraído por la foto del menú y su generosa ración, todo parecido con la birria (por la cantidad) que me sirvieron, era pura coincidencia. Menos mal que no fue el caso de mi compañera chilena que, no sé si por lástima o por tener menos saque que yo, compartió parte de su abundante ágape conmigo. 

 Apenas llevaba dos días de viaje, y ya comenzaban las despedidas. Miranda y Germán tomaban un autobús rumbo a Estambul esa misma noche. Esa es la esencia del viaje. Es fácil encontrarte con gente, pero también perderla.

 En el caso de la chilena, el viaje a Estambul era una mudanza en toda regla, ya que había abandonado Malta para recalar en tierras otomanas, y la visita a Sofía solo era una escala en el trayecto. Por eso portaba 3 maletones considerables. Como el niunclavelismo es una filosofía que procuro expandir, me ofrecí a ayudarla en su periplo hasta la estación, y así se podía ahorrar el temido y presumiblemente oneroso taxi. Al fin y al cabo, la estación de autobuses estaba a solo dos paradas de metro. Eso sí, no disponíamos de mucho tiempo, ya que la dama austral y un servidor salimos del albergue media hora antes de la partida, que se esperaba a medianoche. Así, en una especie de cuento de Cenicienta en versión búlgara, tuvimos que arrastrar las pesadas valijas a través de las calles de Sofía y el metro, en una carrera contrarreloj, para llegar a la estación a tiempo. Al bajar del vagón de metro nos encontramos con tres salidas distintas, muy separadas entre sí y no teníamos idea de cuál era la correcta. Así que me adelanté en solitario y gracias al infalible, pero no siempre más rápido método del ensayo-error, conseguí encontrar al segundo intento la salida que nos dejaba junto a la estación de autobuses. Ésta contaba con varios andenes y en esos momentos no disponíamos de mucho margen para investigar. Les pregunté a un par de guardias, pero no hablaban inglés (ni yo búlgaro). Afortunadamente, uno de ellos se defendía en francés, y me indicó que el andén de autobuses internacionales se situaba en una explanada junto a la estación. Allí acudimos prestos para encontrarnos a Germán un poco inquieto y al autobús ultimando los preparativos. Hubo tiempo suficiente para despedirme en condiciones de mis dos amigos. En mi condición de viajero solitario, mi objetivo es siempre encontrar compañía para mis andanzas. Algunas veces esa compañía apenas alcanza para mitigar la sensación de soledad. En este caso fue mucho más lejos. Realmente estaba a gusto con esta gente y se me hacía un poco cuesta arriba afrontar los siguiente pasos de mi viaje en solitario.

 Mientras volvía andando a mi albergue, y en mi interior pugnaban la tristeza por la despedida con el agradecimiento por los momentos vividos, se me acercaron dos "profesionales del amor" para ofrecerme sus servicios. No se puede decir que la proposición tuviera el don de la oportunidad. ¿Quién metería la mano en el fango cuando aún tiene entre sus dedos la fragancia de la rosa?

6 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Me alegro que encontrases una grata compañia en tu viaje. Realmente desconocia que Bulgaria contase con semejantes paisajes montañosos, tan espectaculares que me recuerdan algunos de nuestros queridos Pirineos. Espero que en alguna de tus proximas entregas nos ilustres con algunos manjares de la cocina bulgara. Ya que estamos por estas fechas, recibe un saludo laurentino. Que disfrutes las fiestas!

Rufus dijo...

Efectivamente, los paisajes que recorrí ese día me recordaron por momentos al Parque Nacional de Ordesa. Algo comentaré sobre la gastronomía búlgara en próximas entradas. Recibido con agrado el saludo laurentino. Ya estamos en la recta final.

joaquin.chc@gmail.com dijo...

Me quito el sombrero ante esta obra maestra de la Literatura de Viajes en español que acabas de publicar.
"SIETE LAGOS Y MONASTERIO DE RILA" quedará para siempre en la memoria de los lectores que tengan la fortuna de deleitarse con cada uno de sus renglones.
Épica y lírica se dan la mano en un relato que no roza lo sublime sino que lo atraviesa de lado a lado.
El final, inevitablemente, nos recuerda por contraste a otra despedida. A la del matador mexicano "El Pana", cuya exaltación de 'el fango' en su último brindis en una plaza alcanza también las más elevadas cotas de la épica - lírica en español del siglo XXI.

https://youtu.be/QefCayrreX8

Nada me gustaría más que el Instituto Cervantes organizarse un mano a mano entre "El Pana" y Rufus para que conversaran públicamente sobre la vida, la soledad, las rosas, el barro, el mundo...
¡Gracias por tanto talento!

PD. Un saludo para Tyrannosaurus, antiguo compañero con quien coincidí en los peores momentos de la Peste China en una colina muy alejada de Los Siete Lagos.

Rufus dijo...

Gracias Joaquín. Parece que mis esfuerzos por reflejar la belleza que pude contemplar ese día no han sido baldíos.
En verdad dicen que hay que tener valor para ser torero. Y el Pana, además de su oratoria y dominio de la lengua castellana, tiene mucho para hacer esa glosa tan poco políticamente correcta.
El mundo es un pañuelo. Pero es normal que la gente selecta como mis lectores, acaben coincidiendo.

Ramon HU dijo...

Interesate relato, ya se sabe que en las vacaciones hay que hacer cosas distintas a las habituales, como por ejemplo ir a toda prisa por Sofía con las maletas de una chica chilena que se va a Turquía, eso es algo que no haces normalmente 🙂
Un detalle: en la foto no queda muy bien que te agaches tanto, se pone en evidencia la diferencia de estatura con tus amigos, precisamente me pasó a
mi el otro día en una conversación en el trabajo , me di cuenta de la escena y me ergui pese al riesgo de no escuchar bien l ya que había mucho ruido de fondo.🙂

Rufus dijo...

Gracias Ramón. Efectivamente, en Huesca nunca he tenido que correr a toda prisa con las maletas de una chica chilena que se va a Turquía. Por eso, y otras razones me voy fuera de vacaciones. Me temo que lo de la foto es una "no-win situation". Si me agacho se pone en evidencia que soy más alto que mis compañeros. Si no me agacho, creo que queda aún más claro. Tampoco creo que la diferencia de altura sea algo negativo. Yo prefiero la cercanía, así que me agacho en estas situaciones.