viernes, 3 de noviembre de 2023

MEDELLÍN: LO MÁS PELIGROSO FUE LA CARNE DE RES

 Para alcanzar mi siguiente destino (Medellín), tenía dos opciones. Tomar un autobús en una estación a las afueras de Cartagena que iba a emplear unas 14 horas, o coger un vuelo que se ventilaba el asunto en poco más de una hora. Por un lado me apetecía ver paisajes y pasar por pueblos y ciudades para conocer más el país. Pero ello implicaba un madrugón muy importante para tomar el transporte, dejando aparte la paliza del propio viaje. Aunque el vuelo salía más caro, la diferencia no fue tanta para que mi niunclavelismo decidiera. Además, el aeropuerto no estaba lejos de mi alojamiento, así que tras una carrera taxi de apenas 15 minutos, puse el pie en el aeropuerto. Estuve más tiempo esperando en la terminal que volando. 

 El aeropuerto José María Córdova se sitúa a unos 30 km del centro de Medellín. Por seguridad y comodidad, me habían recomendado tomar un taxi al llegar. Buen chico yo para semejantes derroches. Así que tomé un más incómodo pero mucho más barato autobús que me dejó en un lugar relativamente cercano a mi alojamiento. En este caso, la precaución, a la que acompañaba la poco tranquilizadora fama que arrastra la ciudad, vencieron al espíritu aventurero. Por ello ahora sí me rendí y tomé un taxi que, por un módico precio, me llevó hasta mi destino. 

 Se trataba de un albergue de mayor calidad al que estoy acostumbrado, con habitaciones individuales y una decoración bastante aparente. Además estaba situado en El Poblado, una de las zonas más prósperas de la ciudad. A pesar de ello, el precio de la habitación era realmente competitivo, en línea con lo que me pude encontrar en la mayor parte de lugares que formaron parte de mi viaje.

 Como expliqué al principio de mis crónicas colombianas, la "excusa" para visitar ese bello país era realizar un retiro de yoga tántrico. Esta variante la conocí a través de un podcast. Precisamente uno de los autores pasaba consulta en su casa de Medellín como asesor espiritual y sentimental. No podía perder la oportunidad que se me presentaba, así que agencié una sesión con él.

 Su consulta estaba situada en la zona de Laureles, un tanto alejada de donde me alojaba. Pero no tanto como para no hacerlo andando, con lo cual, aparte de ahorrarme unos pesos y hacer algo de ejercicio, me permitía conocer la ciudad. Con cierta precaución (la palabra Medellín aún acojona) pero con el ánimo elevado, empecé a patear por las bulliciosas calles de la capital de Antioquia.

En Medellín también se venera al cineasta turolense

 A medio camino me encontré con una estación de autobuses, que contaba con gran cantidad de establecimientos de comida. Era la primera oportunidad para degustar la gastronomía local, y no se puede decir que fuera muy exitosa. El plato de res era abundante y variado, además de económico. Pero la carne de bóvido no parecía de la mejor calidad y presentaba una textura correosa. No es de extrañar que, habida cuenta del esfuerzo energético que hizo mi organismo para digerir el ágape, otros sentidos redujeran sus prestaciones. Es lo que sucedió con mi orientación. Empecé a dar vueltas por la redolada sin acertar con la ruta a seguir, hasta que me di cuenta de que el tiempo se me iba y no iba a llegar a la cita. Me tuve que rendir y contratar un taxi que, con menor emoción pero mayor seguridad, me dejó en la zona de Laureles. Es esta una zona acomodada, al igual que el Poblado. Ya tendría tiempo de conocer otros barrios más ásperos al día siguiente.

 Esteban me recibió en su casa, que sentí como mía en todo momento, tal fue su trato cercano y hospitalario. Además, teniendo en cuenta mi desplazamiento y que solo íbamos a tener una sesión presencial, el terapeuta puso todo de su parte para maximizar el efecto de la consulta. Por si eso fuera poco, cuando acabamos me acompañó a la boca de metro más cercano y me ayudó a comprar el bono de transporte.

 Antes de regresar a mi albergue hice una visita a un hipermercado cercano. Aparte de curiosear por los numerosos productos nuevos ante mis ojos, compré algo de comida para hacerme la cena. En un país donde la restauración es tan barata, no es gran ahorro prepararse la comida. Pero, astuciosamente,  confiaba en alternar en el hostel mientras me preparaba la cena. Además pude comprar algunas piezas de fruta tropical, que tanto echo de menos cuando estoy en España.

Una habitación para mí solo. Todo un lujo

 Mi jugada dio sus frutos, ya que cuando llegué a la cocina del albergue había un joven súbdito francés preparándose la cena. Tras una animada conversación, nos retiramos a nuestros aposentos. Casi no me creía que iba a tener una habitación (pequeña, eso sí) para mí solo. Como nunca la felicidad es completa, el aislamiento acústico brillaba por su ausencia, por lo que se escuchaban nítidos los ruidos del pasillo y de la terraza. Pero nada comparable a las motosierras que me he encontrado en mis viajes. Así que pude descansar en condiciones. Al día siguiente iba a necesitar energía para enfrentarme a todo lo que una gran urbe como Medellín puede ofrecer. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tenía ganas de volver a leer sobre ti. No dejes de publicar, sin reblar.

Rufus dijo...

¡Gracias Anónimo! Voy a seguir dándole caña.