miércoles, 8 de noviembre de 2023

BAJOS FONDOS PERO ESPÍRITUS ELEVADOS EN MEDELLÍN

  La ciudad de Medellín se asienta sobre un valle. Los barrios periféricos se desparraman sobre las laderas del mismo y, en líneas generales, cuanto más altos y más alejados del centro están, más humildes son. Una muestra de este urbanismo tan áspero es la Comuna 13, antaño una de las zonas más peligrosas de Medellín. Y eso es mucho decir en la ciudad más violenta de uno de los países más inseguros del mundo en su época. En definitiva, un lugar que un turista debería evitar a toda costa. Pero en muchas ocasiones, yo no soy el turista al uso. Y si en su día visité un lugar como la zona de exclusión de Chernóbil, no iba a desaprovechar la ocasión de poner pie en un entorno con unas circunstancias tan extremas. Pero aunque sea alternativo, no soy un inconsciente. Hoy en día la Comuna 13 ya no es lo que era. Cuentan que ni la policía osaba acercarse a sus calles. Pero una acertada política de renovación ha pacificado la zona y ahora se ha convertido en un lugar muy visitado. De ello dio fe la cantidad de guías turísticos que me asaltaron apenas salí de la boca de metro. Fiel a mis estándares europeos, entre los que aparece una cierta planificación, yo ya tenía reservada la visita.

¡Vamos allá! Pero sin "dar papaya"

 A pesar de los esfuerzos del guía por tranquilizarnos, mi inquietud iba en aumento mientras trepábamos por la ladera y nos internábamos por las angostas callejuelas. Como en todo viaje mínimamente organizado que se precie, nuestra ruta coincidía con ciertos eventos destinados a aportar más ingresos, entre los que hubo espectáculos callejeros, tiendas de recuerdos o galerías de arte. Mi desacuerdo con esta política encontraba consuelo en el hecho de pensar que, en otras circunstancias, los malotes de aspecto rufianesco que nos cantaban un rap o nos dedicaban un baile de break-dance, no se hubieran conformado con los 4000 pesos de propina con los que les obsequié y tan gustosamente recibieron. 

¡Sisas parce! (jerga local)

 Dejando aparte estos temas, el paseo amenizado por las explicaciones del guía, natural del barrio, me sirvieron para ponerme en situación. La vida en este lugar hace unos años era miserable. La autoconstrucción y la improvisación dotaban a la zona de un urbanismo anárquico y carente de servicios. Si a eso se le sumaba su aislamiento, el resultado es que florecieron los negocios  ilegales, especialmente los relacionados con el narcotráfico. Los intentos represivos (contundentes redadas del ejército incluidas) no consiguieron revertir la situación. Mas al contrario, hicieron que el barrio se encerrara en sí mismo y viese con malos ojos a cualquier forastero. Las cosas empezaron a cambiar cuando la política de mano dura cambió por otra más inteligente. Para salvar las empinadas cuestas, se instalaron unas escaleras mecánicas. Se fomentó la creación artística local en forma de murales que dieron otro aire más amable a la zona. Los vecinos empezaron a cuidar más su entorno. Gracias a ello y a la pacificación del lugar, empezó a llegar el turismo, que es actualmente la mayor fuente de ingresos de la comuna.

Urbanismo agreste

 Para esa tarde quería hacerme otro tour por el centro de la ciudad. Tenía tiempo y, después de haber sobrevivido a la Comuna 13, ya no le temía a nada. Por ello decidí hacer los más de 6 kilómetros que me separaban del centro a pie.  Para no complicarme mucho la vida tomé una gran avenida (San Juan) y la seguí sin más. No se puede decir que fuese un paseo muy agradable. La avenida, contaba con un tráfico muy denso y carecía de elementos de interés para un turista, aunque sea tan alternativo como yo. El escaso nivel estético que presentaba la travesía, se desplomó cuando atravesé una zona industrial repleta de talleres. Se me estaba haciendo largo el tema. Por suerte, el paso por debajo de un viaducto me metió de nuevo en la "civilización" y pude llegar, por fin, al lugar de encuentro.

 Mi presunta nostalgia por estar alejado de mi patria, se atenuó grandemente al comprobar que la mayoría de los miembros del tour eran españoles. No fue lo habitual durante mi periplo colombiano, en el que no me encontré con muchos compatriotas. Medellín es una ciudad vibrante, con gran actividad comercial y cultural. Pero no se puede decir que, arquitectónicamente sea muy reseñable. Por ello, lo más interesante del tour fueron las explicaciones del guía. Nos contó cómo era la vida en los años 90 en la ciudad, en la que era un peligro real pasear por sus calles tras el ocaso y cómo había mejorado espectacularmente la seguridad gracias a unas acertadas políticas municipales.  Se lamentaba que muchos visitantes tengan como referencia a Pablo Escobar, aunque por fortuna, personajes como el escultor Pablo Botero han ayudado a aportar otros referentes más luminosos. La gran cantidad de gente que paseaba por las arterias comerciales de la ciudad a esas horas de la tarde, eran la viva señal de que los años de plomo de Medellín habían pasado a la historia. Y me alegré sinceramente que una gentes tan vitales y hospitalarias (de lo mejor de Colombia) pudieran mirar al presente y al futuro con esperanza.

Explorando Medellín

 Además de eso, me encontré con un viejo amigo: el guarapo o jugo de caña, que nos vendieron en un puesto ambulante. Nunca podré recomendar bastante la cata de esta bebida que, por desgracia, es harto difícil (si no imposible) encontrar en España.

 El día había sido bastante completo. Pero a la hora de conocer un país, no hay nada como intimar con sus habitantes, y más si, como es el caso, no andan precisamente escasos de encanto y belleza. Gracias a mi trabajo en el mundo virtual, había apalabrado una cita para esa misma noche. Para ello me desplacé en metro a la zona de Bello, en las afueras. La estampa urbana compuesta por miles de luces que cubrían las laderas del valle en el que descansa la ciudad, era un espectáculo que aún no he podido olvidar. 

 Dicen que la ignorancia es atrevida. Nada más encontrarme con mi cita, me dijo que pensaba que no iba a acudir. Me explicó que la zona de Bello no es de las mejores de Medellín, y que eso echaba para atrás a la mayoría de pretendientes mejor informados que yo. Pero la cosa se complicó cuando empezamos a andar y nos internamos por unas barriadas que no tenían mucho que envidiar a la Comuna 13 que había visitado esa misma mañana. Así que, en cuanto quise darme cuenta, acabé en una humildísima casa de una chica que acababa de conocer, en un barrio a las afueras de Medellín. Pero si algo me caracteriza, es mi sangre fría dentro y fuera de las canchas. Por ello, en esos momentos, en los que lo fácil hubiera sido aceptar la cortés invitación de dormir en su casa, decidí que era más prudente volverme a la mía, en previsión de males mayores. Y es que, dejando cuestiones de seguridad personal aparte, tampoco me gusta precipitar los acontecimientos en temas de pototeo, y esto iba demasiado acelerado para mi gusto. Le expliqué la situación a mi cita, añadiendo que, al día siguiente a primera hora, debía abandonar la ciudad. Pese a una cierta decepción, se lo tomó con deportividad. Y menos mal, porque si no me llega a acompañar a la boca del metro, además de haberme perdido, es probable que hubiera tenido algún encuentro indeseado, habida cuenta de lo humilde del lugar y lo tardío de la hora.

 Mi estancia en Medellín me había causado un gran impacto. A falta de grandes hitos arquitectónicos e históricos, la ciudad ofrece una gran cantidad de contrastes y una energía especial. Y por encima de todo, una genuina representación del pueblo paisa que, en su inmensa bonhomía y hospitalidad, no duda en abrirte las puertas de sus hogares y hacerte sentir como en casa.

6 comentarios:

Gus dijo...

No nos cabe duda de que se te apodera el pototeo.

Rufus dijo...

Es que en Colombia no se adube.

Tyrannosaurus dijo...

Celebro que hayas reanudado tus crónicas viajeras, que tus ávidos lectores ya echaban de menos. Supongo que a Medellin, le pasa como a otros muchos lugares con una leyenda negra, de los tiempos de Pablo Escobar, cuya sombra es muy alargada y a la que le costará una buena temporada desprenderse de ella, aunque la seguridad en sus calles haya mejorado notablemente desde su época mas sangrienta.
No puedo si no admirar la forma en que sacas el mayor partido al tiempo posible, haciendo turismo sin dejar de lado el pototeo.
Esperando tus próximas entregas, recibe un saludo.

Rufus dijo...

Parte de mi humilde labor es dar a conocer que la ciudad no es tan peligrosa como la mayoría de la gente se imagina. La gente de allí aprecia que los turistas busquemos algo más que morbo sensacionalista en nuestros viajes.
Para mí, lo más importante e informativo del viaje es el contacto con la población local. El pototeo es un medio para ello bastante eficaz.

Saludos

negraa dijo...

☺️👏

Rufus dijo...

¡Gracias Negraa!