Tras el exhaustivo y solitario periplo por tierras tailandesas, quise probar esta primavera otro estilo de viaje. Unos compañeros funcionarios organizaron un viaje a la provincia de Teruel. La nostalgia por mi tierra aragonesa, y el hecho de que hacía tiempo que no visitaba tierras turolenses, hicieron que me decidiera a unirme a la expedición. En esta ocasión no tuve que preocuparme de nada. Todo el plan estaba programado y reservado. Hasta me iban a llevar en coche, ya que algunos compañeros contribuyeron con sus automóviles a la causa. Si a eso le sumamos la belleza y la historia de las tierras del Bajo Aragón y el hecho de que el grupo con el que fui era bastante majete, el resultado debería haber sido un viaje perfecto. Pero me temo que soy demasiado complejo para cumplir enunciados tan básicos. Se puede decir que me lo pasé bien, pero no acabé de sentirme cómodo. Mi niunclavelismo y mi incesante actividad cuando estoy en modo viaje se sentían apresados cuando veía que el gasto no se ajustaba y el tiempo se consumía en poner en marcha al grupo. Fue una experiencia interesante, aunque solo fuera para confirmar que, hasta que lleguen los viajes del Imserso (no me falta mucho), me convendría abstenerme de hacer viajes organizados por otros.
Aún quería explorar un término medio. Ir en un grupo pequeño y participar en la organización. Esa oportunidad se dio cuando vi que este otoño había unos vuelos Madrid-Palermo a precios de risa. Ya he estado algunas veces en Italia, un país que nunca falla. Pero nunca había visitado Sicilia. Y eso es un delito después de haber visto la saga de "El Padrino".
Fui tanteando a mis compañeros en petit comité hasta que conseguí un cuarteto. Suficiente para alquilar un coche. Un grupo pequeño se controla mejor. Durante la gestación del viaje me di cuenta de un par de cosas: la democracia está sobrevalorada y una cosa es que "te guste viajar" y otra cosa es tener pasión por viajar. Porque poner de acuerdo a 4 personas es complicado. Y más si alguna de ellas no muestra apenas interés por la organización. Llegados a un momento, me di cuenta de que hay ocasiones que requieren un paso adelante, aunque no sea consensuado. Así que cada vez que veía que el proceso se encallaba, tomaba una decisión y la comunicaba. En el peor de los casos, eso me hubiera supuesto quedarme solo para viajar, un escenario ya conocido para mí, y en el que me siento a gusto.
Uno de los miembros de la expedición decidió desistir a última hora, por lo que el grupo quedó en un terceto: mi compañero de piso Ale y un amigo funcionario llamado Santi. Había reservado las 4 primeras noches, tenía un esquema del itinerario en mi cabeza y había alquilado un coche para movernos por la isla. Bastante previsor para lo que suelen ser mi talento natural e improvisación. Pero uno nunca se puede fiar del todo...
La hora del vuelo de ida (por la tarde) y la cercanía del aeropuerto a mi casa (a dos paradas de metro), me permitió teletrabajar el día de la partida sin necesidad de gastar un día de vacaciones. Esa misma mañana, mientras estaba enfrascado en la apasionante tarea de elaborar unos documentos contables, me llegó un mensaje de nuestro primer alojamiento en Palermo. Me decía que, por un problema en el establecimiento, no nos podían alojar esa noche. A cambio nos ofrecía otro lugar "mucho mejor y más nuevo". Investigué un poco, y como era de esperar, el alojamiento alternativo parecía aún más cutre que el original. Además, era menos céntrico. Busqué apresuradamente otro lugar pero teniendo en cuenta la premura y que era fin de semana, no vi nada decente a un precio razonable. Así que acepté el cambio. Al menos conseguí que se ofrecieran a recogernos en la estación y llevarnos al piso.
Con los deberes hechos, el traslado al aeropuerto y el vuelo fueron un paseito. Tomamos un autobús en el aeropuerto que nos dejó en la estación central de Palermo. Allí esperamos a nuestro contacto. Al rato apareció un Fiat 500 del que se bajó un hombre de aspecto descuidado que se sorprendió al ver a tres individuos esperándole. No se trataba del dueño del alojamiento, sino un esbirro suyo. Y por lo visto pensaba que iba a recoger solo a un pasajero. Como quiera que el asiento del copiloto estaba ocupado por un preadolescente con pinta de mafioso, nos apañamos los tres para meternos en los asientos traseros.
El conductor no hablaba inglés (y ni mucho menos español), pero nos pudimos apañar. Nos llevó a una zona un tanto siniestra y tuvimos que subir 5 ó 6 pisos a pie hasta un piso que contaba con dos habitaciones. La nuestra era grande y cutremente decorada. Ese no era el principal problema. Había solo dos camas (una doble y una individual). En la negociación con el dueño le había dejado claro que necesitábamos tres camas, que era lo que había reservado. Se lo comenté al individuo, que señalo a la cama grande como diciendo "aquí cabéis dos" mientras nos pedía el dinero por la habitación. Antes de soltar un duro le insistí. Éramos 3 y necesitábamos 3 camas. Telefoneó al dueño y este encontró una solución inesperada. Su subalterno llamó a la puerta de la habitación de al lado, ocupada por una pareja india. Señaló una cama pequeña que estaban usando a modo de mesa y se la pidió. Aún tuve que hacer de intérprete porque no entendían italiano. Se sorprendieron, pero no pusieron muchas pegas. Retiraron los trastos de la cama y nos permitieron llevárnosla. Se trataba de un colchón pequeño, cutre y con alguna mancha sospechosa. Pero por lo menos evitó que tuviéramos que compartir lecho. La cama doble tampoco era ninguna maravilla. Habían juntado dos colchones pequeños, que además eran bastante incómodos. Claramente, nuestro primer alojamiento había dejado el listón muy bajo.
No nos podíamos quedar con este mal sabor de boca. Así que, en cuanto nos instalamos, salimos a patear por la ciudad. Era tarde, pero pudimos encontrar un lugar humilde y de ambiente local para cenar. No pude esperar más para debutar con las probatinas culinarias. Y empecé fuerte: nada menos que el Pani ca meusa. Se trata de un bocadillo de bazo, pulmón y traquea de ternera. Su aspecto es tan poco apetitoso como se pueden imaginar. Su sabor...es fuerte, pero se puede comer. Si me dicen hace unos años que iba a ingerir eso a voluntad, no me lo hubiera creído.
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| Teatro Massimo |
Bien nutridos, procedimos a tomar nuestro primer pulso a la ciudad. Nos sorprendió la gran animación que tenían las calles. Además de ello, la ciudad me ofreció sensaciones encontradas. Por un lado se ve desorden, caos y algo de decrepitud. Por el otro, una elegancia y un estilo sublimes. Esta combinación me atrapó desde el primer momento. ¿Mantendría el mismo interés a plena luz del día? La respuesta, en la próxima entrada.
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| Catedral de Palermo |



6 comentarios:
Que gozada leer tus viajes!
¡Me alegro mucho, Anónimo!
Las aventuras y desventuras de Alfon..deseando ver el proximo capitulo...puede q haya un asesino en el grupo.
La Omertà me impide contestar a esa pregunta...🤐
Decisión acertada, sin duda. Un viaje a Italia casi nunca defrauda y se puede calificar con las 3 B. (Bueno, bonito y barato). Coincido contigo en que los viajes mejor en solitario o grupos pequeños. Los grupos grandes sólo funcionan en los viajes organizados donde apenas hay margen para la toma de decisiones.
Espero tus próximas entregas con interés y tomando nota, pues es un destino que me seduce para viajar en el futuro.
Un saludo.
¡Gracias Tyrannosaurus! Tal como lo has dicho, los grupos grandes a la hora de viajar son ingobernables, a menos que haya una mano de hierro para dirigirlos. Y respecto a Italia, es un valor seguro, no falla. Saludos
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