viernes, 22 de agosto de 2025

BANGKOK: DESPEDIDA CON DOBLE...TE

 Me esperaba una jornada de viaje de más de 10 horas para volver a la capital. El billete combinado ofrecía un servicio de ferry hasta tierra firme. En el muelle de Chumphon nos iba a esperar un autobús que en un largo trayecto nos dejaría en Bangkok.

 Mientras el barco se alejaba del muelle de Koh Tao me invadió una ligera tristeza. Era mi despedida de la costa y las islas tailandesas con sus paisajes tropicales que iba a cambiar por el asfalto y el bullicio de Bangkok.

 El trayecto en ferry fue pecata minuta al lado de la kilometrada que tocaba hacer en el autobús. Afortunadamente, este era relativamente cómodo, y el viaje no se me hizo excesivamente pesado. Además, hubo una parada en un área de servicio para comer y de vez en cuando atravesábamos ciudades que despertaron mi curiosidad. Estas no eran muy turísticas. Tras el empacho de borregadas que me había metido, me quedaron ganas de conocer algo de la Tailandia más genuina. Pero eso tendrá que ser en otra ocasión.

 Lo normal tras un viaje tan largo, sería llegar al hotel y descansar. Ya habría tiempo para ello más adelante. Lo que me ocupaba la cabeza mientras nos el autobús nos dejaba en la zona de Pinklao, al oeste de Bangkok, era llegar a tiempo a la cita con mi amiga Biw, de la que ya hablé en anteriores entradas. En transporte público hubiera sido imposible llegar a tiempo, así que solo me quedaba el taxi. El primero al que pregunté se debió pensar que acababa de llegar al país, porque me pedía 1000 baths por la carrera. Para que se hagan una idea de la clavada, era poco más de lo que me había costado el billete combinado desde Koh Tao. Ni me molesté en regatear. Sí lo hice con uno que insistía en cobrarme 600, pero pude rebajar a 400 (unos 10 euros). No parece un precio excesivo, además teniendo en cuenta de que mi destino no estaba cerca. Pero con menos prisas podría haber rascado bastante más. 

 Más económico me había salido el alojamiento que, sin embargo, no presentaba mal aspecto. Además la habitación compartida era amplia y estaba poco ocupada. En tiempo récord, me adecenté, tomé otro taxi (esta vez a través de una aplicación y a precio tailandés) y llegué a mi cita. Hoy tocaba una coctelería. Estos lugares son para mí un sinónimo de beber poco y caro. Así fue esta vez. La cita fue muy agradable, pero me estaba empezando a preguntar las intenciones de mi amiga. Daba la impresión de que estaba interesada en pototear, pero también parecía que quería dilatar los tiempos. Normalmente, si en la tercera cita la cosa no pasa a mayores es una señal de que hay que buscar en otro lado. En mi caso, con el pragmatismo que me caracteriza, era consciente de que no tenía más ases en la manga, ya que el resto de contactos que mostraban interés eran servicios de compañía encubiertos. Pasar una velada con un hembrón de ese calibre, aunque no pasaran grandes cosas, era mejor que estar solo en el hostel o vagando por Bangkok.

 Así que la noche acabó sin grandes hitos que reseñar. Mi alojamiento resultó bastante competente y pude descansar en condiciones. Así que amanecí en lo que iba a ser mi último día en Bangkok con la idea de quemar mis últimas naves. Mi vuelo salía a las 23:30, por lo que podría haber dejado mis cosas en consigna y ahorrarme la última reserva. Eso es lo que haría mi yo niunclavelista. Pero hay otro yo que lucha hasta el final y no da un balón por perdido. Se impuso el segundo. Y no solo reservé otra noche de alojamiento, sino que lo hice en una habitación doble con cama de matrimonio. Astuciosamente, comprobé que había una a muy buen precio en el mismo hostel. Con mi empatía habitual, en lugar de reservar a través de la aplicación, fui directamente a la recepcionista a preguntar para evitar que pagaran la comisión. Como quiera que me cobraban más, y yo con quien más generoso soy, es conmigo mismo, le mostré a la empleada el hecho de que podía reservar más barato en la aplicación. No como reproche, sino como signo de honestidad en la negociación. Así lo entendió ella, que me aplicó un descuento que nos complació a ambos.

Hay que amortizarla como sea

 Esa misma tarde había quedado para cenar con Biw. Pero viendo su actitud indecisa, trabajé a fondo en la aplicación de pototeo para amortizar mi recién estrenada habitación y sobre todo su amplia cama. Mis intentos fueron infructuosos, aunque estuve tentado de contratar a una profesional del amor de muy buen ver que estaba dispuesta a venirse al hotel por una tarifa ciertamente competitiva. Allí surge el dilema. Si invitamos a cenar a una mujer esperando una recompensa carnal ¿estamos siendo más correctos que pagando un precio tasado por un servicio sexual? No lo tengo claro. Pero lo que a estas alturas de mi vida me resulta evidente es que la segunda opción, además de tener menos incertidumbre, resulta más económica a la larga. Esta y muchas preguntas se me pasaban por la cabeza en un dilema con muchas aristas. El resultado es que en ese momento me decanté por rechazar el servicio y esperé conseguir por otros medios un final de viaje en el que se pudiera encarnar el amor que un país como Tailandia puede ofrecerme.

 Como aún quedaba mucho tiempo hasta la cena, salí a dar mis últimos paseos por Bangkok. La ciudad seguía siendo esa inmensidad caótica y frenética que me encontré a mi llegada. Pero yo no era el mismo. El temor y la cautela iniciales, tras casi tres semanas en el país habían dado paso a la confianza y la calma. Cruzaba la calzada entre los coches sin ponerme tenso, me había acostumbrado a los olores y ya me conocía muchas de las calles que estaba atravesando por última vez. 

 Acudí a una zona cerca del ya visitado Gran Palacio, donde pude comprar recuerdos a buen precio. Entre ellos un Buda pequeño al que venero cuando medito en casa. No quise irme del país sin probar el durián. Este fruto de gran tamaño y color amarillo es conocido por su penetrante y desagradable olor. Me acerqué a los puestos en los que vendían bandejas bastante grandes. Pero yo solo quería probar, así que le ofrecí 50 baths (1,5 €) a un tendero que me cortó un par de pedazos un poco más pequeños. Me sorprendió su sabor, bastante agradable, que apenas tenía nada que ver con su olor.

  Me despedí también de los templos budistas visitando uno que estaba por la zona. Se trataba del Wat Suthat Thep Wararan Ratchaworamahawihan. Se tarda más en leer su nombre que en visitarlo. A estas alturas del viaje ya no me llamaban mucho la atención. Para mi había sido mucho más significativo el haber estado 3 días meditando intensivamente e intentar mantener esa rutina en el tiempo que visitar un templo, que no es más que un edificio.

Enésimo templo

 Con el peso que en mi conciencia había dejado atentar esa mañana contra el noveno mandamiento, fui a visitar una rareza: una catedral católica en un país budista. La catedral de la Asunción es de un curioso estilo colonial, con elementos que me recuerdan al mudéjar. Los suaves colores del ladrillo con el que están construida contrastan con la solemnidad que suele impregnar la piedra de las catedrales católicas europeas. Al entrar en el templo, noté dos sensaciones. Una fue la de la calma y el recogimiento que tanto escasean en las bulliciosas calles de la ciudad. Y la otra, muy curiosa, fue la de "estar en casa". A pesar de gusto por la meditación y el budismo, y de no compartir algunos postulados de la Iglesia Católica, es parte de mi cultura y de mi forma de ser y manejarme por el mundo.

Catedral de la Asunción

 No quería abandonar el país sin darme un último masaje. Busqué un lugar cerca de mi ubicación y descubrí con deleite, que en el barrio Chino, se ofertaba una hora de masaje tailandés por 200 baths (unos 5 €), el precio más económico que había visto. Tiempo me faltó para acercarme por el lugar. El salón no estaba a pie de calle, sino en un piso. Para atraer a la clientela, las señoritas estaban en el portal anunciando el servicio. Cometí un pequeño pero craso error al acercarme a una mujer ya entrada en años a preguntar. Yo pensaba que se limitaba a informar, pero me llevó al local y fue la encargada de darme el masaje. En ese momento había alguna compañera en el portal que estaba de mejor ver, y hubiera sido más apreciada. Pero ya hubiera sido demasiado violento hasta para una persona tan poco dada al bienquedar como yo, decirle que quería que fuera otra señorita la que me diera el masaje.

 El niunclavelismo es un movimiento que no deja de extenderse. Eso explica que el local estuviera prácticamente lleno. Me invitaron a sentarme en un sillón y la mujer se puso manos a la obra. Yo ya llevaba un tiempo en Tailandia y había probado unos cuantos masajes para darme cuenta que eso no era un tailandés reglamentario. Este se hace tumbado en un futón, y no sentado en un sillón. Lo que me realmente me hizo la buena mujer fue un masaje de piernas y pies, y al final me dio un poco por detrás (hablo de los hombros y el cuello, no sean mal pensados). Teniendo en cuenta lo barato del masaje y el tute que le había dado durante el viaje a mis piernas y pies, di por bueno el "engaño" y por bien empleada la hora.

 Me vino bien haber reservado alojamiento ese día porque pude retirarme a descansar un rato antes de la cena. Mi amiga Biw había elegido un restaurante con vistas al río bastante aparente. La cena fue agradable y cordial, pero me daba la impresión de que los avances de anteriores jornadas se habían estancado y la situación había quedado en zona de trincheras. Eran mis últimas horas en Bangkok, había reservado una cama doble y tenía un hembrón con la que ya había tenido cuatro citas. Así que no me quedó otra alternativa que invitarla a pasar un rato en mi hotel y que saliera el sol por Antequera. Si algún día me muero, que no me quede con la duda. Pero la que no dudó fue Biw. Su respuesta negativa no admitía matices. Su argumentos, basados en que tenía que trabajar al día siguiente, serían defendibles si puedes ver a la otra persona cualquier día de estos. Pero yo me marchaba a 12000 km. Al final me quedó la impresión de que a la muchacha le serví de entretenimiento, más que otra cosa, aunque ella no paraba de repetir que buscaba "algo serio". La verdad es que gracias a ella conocí sitios muy interesantes para tener bonitas veladas. Y también es cierto que tampoco es que tuviera que renunciar a otras opciones por estar con ella. Pero el sabor de la derrota siempre es amargo. Aunque en ese momento descubrí una gran ventaja de ser rechazado por una mujer transexual. Si una mujer biológica te rechaza, no hay consuelo posible, es desolador. Pero en este caso, conseguí mantener mi puerta a cero, lo cual es un logro importante en la segunda división, una categoría donde nadie regala nada.

La última cena 🙏🏼

 Con el rabo entre las piernas (las mías), volví a mi sobredimensionada habitación doble y recogí mis cosas. Aún me quedaba un rato para tomar mi vuelo. Con pocas ganas de patear Bangkok, me metí un rato en la aplicación de pototeo y saltó la sorpresa en las Gaunas. Una mujer con la que no había podido cuadrar cita, estaba vivamente interesada en quedar. Le comenté mi situación y me dijo que no le importaba acercarse a mi zona. No había conseguido entrar en la UEFA, pero aún me quedaba la Intertoto para arreglar mi temporada.

 Mis citas con Biw habían sido todas ellas en lugares con mucho glamour. En este caso fue todo lo contrario. Entramos en un Seven Eleven y nos tomamos unas cervezas en la calle. Todo tiene su encanto. Mi cita era una mujer de unos 45 años absolutamente sobrepasada por el estrés al que le somete su trabajo y que necesitaba un momento de evasión como el comer. Se bebió dos cervezones de medio litro y porque yo me tenía que ir, que si no, seguía. En cierto modo nos juntamos dos personas en busca de consuelo mutuo: yo por el rechazo de mi anterior cita, ella por una vida y una situación que la sobrepasaban. Me contó que tenía muchas deudas. Se veía obligada a trabajar muchas horas y aun así apenas le daba. Además estaba separada y con una hija a su cargo.

 Su actitud, mucho más llana y humilde que mi anterior cita, me gustó mucho. No me atrajo tanto su físico, lo cual me dio que pensar. ¿Es más atractiva la feminidad que la condición de mujer? En todo caso, aunque fuera por motivos espacio-temporales, mi última cita no podía dar mucho de sí. Mi vuelo no iba a esperar, así que me despedí de ella con un cálido abrazo, y tomé el metro para ir al aeropuerto.

 El vuelo de vuelta, a diferencia del de ida, no tuvo incidencias reseñables. Esta vez visité el aeropuerto de Amán de día. Sus enormes ventanales ofrecían en lontananza el embrujo del desierto. ¿Futura visita?

 Y así concluyó mi periplo de casi tres semanas por Tailandia. Un país bendecido por la madre naturaleza. Con muchísimos lugares dignos de visitar, unos precios muy competitivos y  unas gentes dotadas de un carácter afable y hospitalario. En el otro lado de la balanza, nos encontramos con una cierta masificación en lugares turísticos, y como consecuencia de ello, una pérdida de inocencia en la visión que tienen los locales de los turistas. En definitiva, un destino cómodo, seguro y muy agradecido para el viajero, aunque ya bastante vulgarizado. Si vuelvo, será a zonas menos explotadas y más genuinas.

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