Hace unos días, circulaba por una carretera nacional cuando noté un golpe muy fuerte en la parte delantera de mi coche. Como era de noche, no pude ver qué había pasado, así que me detuve unos metros más adelante. Un amable conductor paró detrás de mí y me dijo que había atropellado un jabalí. Al mirar a la carretera pude comprobar que mi "jabalicidio" había sido doble. Luego miré a mi coche y me quedé "acojonao". El parachoques había volado, los faros estaba descuajeringados y del radiador manaba una auténtica catarata de agua. Obviamente tuve que llamar a la grúa que me planteó la disyuntiva de llevar mi automóvil a un taller o al desguace. Dado que tenía sus casi 17 años y la avería era de enjundia, decidí, con gran pesar, mandarlo a mejor vida.
Corria el año 2004, con el cruel atentado del 11-M y la victoria socialista en las elecciones generales aún frescos, cuando un comercial de mi trabajo en Zaragoza me comentó que un conocido suyo vendía un coche. Por aquella época, me movía con un Seat Ibiza "Del Sol", que me daba más disgustos que alegrías. La persona que me ofrecía el coche era un comerciante, que además de pescado, vendía humo a raudales. Se trataba de un Citroën Ax diesel de sólo 1360cc. Para una persona humilde y poco amante de las carreras al volante como yo, era más que suficiente. El precio me pareció asumible, aunque mi jefe, de forma un tanto paternalista, me intentó hacer ver que no era tan buen negocio. Posiblemente podría haber rastreado el mercado y haber encontrado alguna oferta mejor. Pero necesitaba un coche con urgencia y valoré el hecho de que se me pusiera "a la puerta", con papeles incluidos. Aparte de que era el tipo de coche que necesitaba. Ahora que ha pasado el tiempo y puedo hacer balance, no me cabe duda de que mi negocio fue redondo. Durante casi 6 años mi espartano Ax me ha llevado por caminos, carreteras y autovías sin dejarme tirado en ninguna de ellas hasta que un par de jabalís se cruzaron en su camino. Claro que ha tenido averías. Pero siempre ha tenido el detalle de estropearse una vez aparcado o a punto de llegar a mi destino. Su limitado motor no me ha permitido coger grandes velocidades, pero ha resultado ser un auténtico mechero, con unos consumos ridículos.
Entre los recuerdos que me deja, destacaría:
-Los viajes a Monzón por rutas alternativas (Pertusa,Peralta de Alcofea, Salillas...)
-Los trayectos diarios a Grañén y Almudévar, donde además me servía para echar la siesta y escuchar al mítico Ramón Trecet.
-No sé cómo pero conseguimos entrar 5 personas con sus maletas para ir a Gerona a coger el avión, destino Bruselas.
-El accidentado viaje a Soria por Castejón de Valdejasa con la novia de mi hermano. La temperatura del coche empezó a subir. Tuve que parar en Ágreda con el radiador a 120ºC, donde me arreglaron la avería. ¿Motivo? En mi anterior visita a quién sabe qué taller, me habían montado el ventilador al revés...
-Y sobre todo la épica aventura que supuso ir a la Bretaña Francesa con mi amigo Luis, haciendo escalas en Burdeos, Nantes, Quimper, Guingamp(donde dormimos al raso), Rennes y Cognac.
Unos me preguntaban que cómo podía caber dentro. Otros dudaban de él cuando me planteaba hacer trayectos largos. Pero mi fiel Ax ha demostrado ser inasequible al desaliento, robusto, fiable y espartano, todo ello dentro de su humildad. No tenía elevalunas eléctricos, ni cierre centralizado, ni ordenador de a bordo, ni aceleraba de 0 a 100 en 8 segundos. Ni falta que le ha hecho. Fue el primer coche que tuve en exclusiva. Me ha llevado al trabajo, de vacaciones, a las medias maratones, a ver a gente querida... Por ello, al igual que el dramaturgo Georg Dreyman le dedicó el libro "Sonata para un hombre bueno" al capitán de la Stasi, Gerd Weisler, en la formidable película "La Vida de los Otros", yo le dedico a mi querido Ax esta "Sonata para un coche bueno", escrita con el mayor de mis agradecimientos.