martes, 18 de diciembre de 2012

Última semana en Slough

En mi última visita de vacaciones a España, unos conocidos me ofrecieron un trabajo en Huesca. La verdad es que regresar es algo que ni me había planteado, habida cuenta del comatoso estado de nuestra economía, amén del temor a volver a encontrarme jefes "fiericas", que hicieran que trabajar para ellos fuera una tortura. Pero mi situación laboral en Inglaterra no era para echar cohetes y los que me ofrecieron el trabajo distaban mucho de ser los clásicos y genuinamente hispánicos "fiericas". Así que acepté la propuesta. Había dejado algunos flecos pendientes, como un examen, una despedida en condiciones y, sobre todo, y lo más temido, desalojar el piso en el que había acumulado enseres durante más de dos años. Me pude coger una semana libre en el trabajo en la que iba a intentar dejarlo todo cerrado. Pasar una semana en un lugar como Colnbrook, en mitad de un nudo de carreteras en el extrarradio de Slough, sin tener que trabajar puede parecer que va a ser un muermazo total. Pero la verdad es que tuve una agenda bastante apretada. El lunes por la tarde me tocaba mi última cabalgada con mis compañeros de "Sweatshop", ya mencionados en mi anterior entrada. Tras los 6 kilómetros de calentamiento obligado, vi con tristeza que no me iba a poder despedir de mi rival y sin embargo amigo Johan el sueco patinador sobre hielo, con el que había tenido unos duelos épicos. Por suerte, un par de habituales locales hicieron que me tuviera que exprimir hasta el final dando mis últimos trotes a la sombra del castillo. Cual fue mi sorpresa cuando apenas un par de minutos tras mi llegada apareció el bueno de Johan desencajado tras haber llegado tarde a la salida y haberlo dado todo para alcanzarnos.Todo un homenaje involuntario al "show" que dio Pedro delgado en en prólogo del Tour '89 en Luxemburgo. Tuve que corresponder tamaño esfuerzo invitándole a un trago después, y así despedirnos en condiciones.
El martes tocaba clase de inglés. Es ya el último nivel (Proficiency) y me gustaría haberlo terminado. Pero las clases son sólo una vez por semana, así que tampoco me merecía la pena quedarme sólo por eso. Y si me da lástima haberlo dejado no es sólo por el título. La ratio alumnas/alumnos era muy grande, siendo destacable tanto en cantidad como en calidad. Y este año parece que la gente era más proclive a socializar fuera del aula. A diferencia de otros años, cuando la gente solía estar muy ocupada atendiendo a sus familias como para pensar en quedadas y fiestas. Las mañanas del lunes, martes y miércoles las pasé en la biblioteca de Langley estudiando para el examen de un cursillo de contabilidad que había dejado a medias tras mi "espantada". Me pude poner al día gracias a unos apuntes que nos dio la profesora, un libro que saqué de la biblioteca y muchas horas de estudio. Todo ello dio sus frutos a la hora del examen que me salió bordado. A la salida esperaba que hubiera un cónclave para organizar un fin de curso a lo grande. Pero mi decepción fue grande cuando vi que la gente se piraba a casa apenas entregaba el examen completado. Me pude despedir de algunos rezagados mientras esperaba a mi amigo chileno Ramón con el que fuimos a degustar una hamburguesa a un Wetherspoon cercano. Se trata de una cadena de pubs con precios relamente competitivos. Eso los hace un lugar ideal, según me comentó un ex-compañero de trabajo inglés y pude comprobar, para que los que viven de los "benefits" se gasten sus pagas a la salud de los contribuyentes que los mantienen sin pegar chapa. El jueves me tocaba un día más relajado, tras haber superado el examen. Por la mañana quedé con Wanderley, un ex-compañero con el que había ido a clase de inglés un par de años atrás. Una pieza cara de ver, ya que a sus dos trabajos con horarios antisociales le sumaba el tener que cuidar de su hijo junto a su mujer que trabajaba tanto o más que él. Esta vez ultilicé en mi provecho la baza de "me voy a ir de aquí y ya no nos podremos ver más", que hacía que mucha gente me hiciese un hueco en su agenda. La vida del emigrante no es siempre vino y rosas. Wanderley está actualmente trabajando de limpiador, a pesar de tener dos carreras y un inglés más que decente. Pero como él me decía, tenía que echar muchas horas de trabajo y ya no le quedaban energías ni tiempo para buscar otra cosa. Pero ese día había quedado antes de estar conmigo con una tutora para que le dio las claves para empezar a salir de ese círculo vicioso.
Un día hablé en este blog de una página web que me había permitido conocer almas tan solitarias como la mía. Había que hacer una despedida acorde con mi trayectoria. Para ello tenía planeada una cita con una griega que había conocido virtualmente hace tiempo, pero que, por diversos motivos, aún no había visto en persona. Un accidentado viaje, con varios cambios de autobús incluidos, simbolizó la tónica de mis desplazamientos por el área. Siempre buscando la opción más económica, por complicada que fuera. Eso hizo que llegara un poco tarde a Uxbridge, un agradable barrio al noroeste de Londres donde, casualmente,ya había tenido dos citas anteriormente. Mi nueva amiga helena, resultó ser una compañía de lo más agradable, con lo que pude cerrar mi ciclo de citas en tierras británicas con un buen sabor de boca. El viernes seguí con una de las tareas que había ido ejecutando durante toda la semana: limpiar mi cuarto. Parece mentira que en un cuchitril de 2 x 3 x 2'5 metros quepan tal cantidad de trastos. No hacía más que tirar cosas, pero no había manera de reducir mi equipaje por debajo del límite crítico (para mi bolsillo) de los 20 kg. Tamaño esfuerzo precisaba de unos momentos de asueto. Así que invité a mi casa a un amigo húngaro ex-compañero de un curso de inglés y a Ramón el chileno. Nos echamos un par de cervezas y les propuse hacer mi última incursión por la marcha británica. El domingo tenía que coger mi avión a primera hora de la mañana y no iba a ser posible (o eso creía) salir el sábado. Para mí era un lujo eso de contar con coche para salir de marcha. Teníamos a tiro Windsor o Uxbridge. Ya había probado la primera, así que propuse que fuéramos a la segunda. Craso error, ya que sólo había un garito digno de tal nombre y además no parecía muy animado. Ya era tarde, pero aún nos daba tiempo a probar en Windsor. Lo que en condiciones normales hubieran sido unos 15 ó 20 minutos, se hizo una interminable odisea de más de una hora merced a un par de despistes de mi amigo Ramón al volante y unas cuantas carreteras cortadas por obras. Me sentí como Truman intentando huir de su ciudad cada vez que veía un nuevo acceso a Windsor cortado. Por fin llegamos a nuestro destino pasada la una de la noche para comprobar con desilusión cómo se nos negaba el acceso a los bares. Sólo quedaba una solución para superar mi infinita desilusión. Salir al día siguiente como fuera. Pero eso es otra historia que dejo para mi siguiente entrada.

6 comentarios:

juanjo alujer dijo...

La verdad es que te das cuenta de lo que tienes cuando o ya lo has perdido o estás perdiéndolo...bienvenido a España Alfonso.

Rufus dijo...

Gracias Juanjo. Bueno, si todas mis semanas en Slough hubieran sido como ésta, me hubiera quedado. Pero normalmente eran más anodinas.

Dina dijo...

Joer, masho, ¡¡¡qu'estres m'as provocau de leerte!!!

¡¡¡¡Bienvenido a la España profunda!!!

Rufus dijo...

Gracias Dina, bienhallado. Pues mi última noche aún fue más movida,jeje.

Dina dijo...

Cuidado lo que cuentas, niño, que estamos en horario infantil... y esto huele a erotico-festivo

Rufus dijo...

Tranquila Dina. Escribiré la entrada una vez que Casimiro haya enviado a los niños a la cama... Pero tampoco te hagas muchas ilusiones, que en Inglaterra no las atan con longanizas.