Tras la productiva noche anterior, y habiendo conocido un grupo tan majo en el albergue, lo lógico hubiera sido prorrogar mi estancia en Sozopol. Pero la lógica no es una característica que reine en mis viajes. Prueba de ello es que el único motivo para visitar mi siguiente destino (Varna), era que aparece mencionado en la novela Drácula, como el puerto desde que el siniestro personaje parte para abandonar la Europa continental, en su viaje a Londres. Nada más sabía sobre esa ciudad, lo cual dice tanto de la deficiente preparación de mis viajes como de mi gusto por la sorpresa y el talento natural.
Desayuno contundente |
El desayuno del albergue fue aún mejor que el del día anterior, pero no tuve mucho tiempo de recrearme en él. Mi autobús salía en breve, en dirección a Burgas. Se trataba de un lugar de infausto recuerdo para mí, ya que fue allí donde perdí el enlace a Sozopol y tuve que contratar un taxi. Esta vez fui con mucho más margen, que me dio incluso para hacer una visita a la ciudad. Destaca en ella un gigantesco, por lo largo y lo ancho, paseo peatonal, además de una playa extensísima y con bastante buena pinta.
Burgas |
Una vez inspeccionada Burgas, el siguiente paso fue tomar otro autobús rumbo a Varna. A la hora de planear el trayecto, vi que existía una posibilidad de transporte bastante más atractiva. Se trataba de tomar un ferry desde Sozopol a Nessebar, visitar la ciudad, que por lo visto es una maravilla y de allí tomar un autobús a Varna. El problema es que, según mi investigación, este autobús se tomaba delante de un hotel bastante alejado del centro histórico. Después de mi amarga experiencia en la estación de tren de Plodvid, no me fiaba mucho del sistema de transportes búlgaro. Me veía esperando delante del hotel sin que apareciera ningún vehículo, y sin un lugar donde reclamar.
Cuando mi autobús se internó en las calles de Varna, la tercera ciudad más poblada del país, empecé a echar de menos el recogimiento de Sozopol. Esta sensación se agravó cuando tras apearme en la estación, tuve que atravesar una autovía atestada de tráfico en mi trayecto al albergue. La sensación de soledad se agravaba en la gran ciudad. Al llegar al albergue, mucho menos familiar que el de Sozopol, y ver nuevas caras para las que yo era un perfecto desconocido, me lamenté de que todo el trabajo de socialización que había hecho la noche anterior, se hubiera evaporado. Tocaba empezar de cero en un ambiente menos propicio. Cuando mi moral empezaba a resquebrajarse, acudió en su auxilio la recepcionista. A ella acudí para que me orientara sobre los lugares más visitables de la ciudad. Si el mapa y los consejos que me proporcionó fueron muy útiles, no lo fue menos su amabilidad y buena disposición, que hicieron que saliera a inspeccionar Varna con energías renovadas.
Lo primero que hice fue acudir a la cercana oficina de turismo para preguntar por el tradicional "Free Tour", que no solo me permitiría conocer la ciudad, sino también socializar un poco. Mi gozo en un pozo, ya que la actividad se hacía por la mañana y cada dos días, por lo que en mi breve estancia en la localidad no me iba a ser posible. Las penas con pan son menos, así que mi primera visita como turista fue a un restaurante de comida al peso que me había recomendado la recepcionista. Recetas locales, de buena calidad y a precios competitivos.
Varna (con "v", cuidado) |
Esto es una ruina |
Estaba empezando a atardecer y no quería despedirme del mar Negro sin darme un chapuzón. Así que me cambié en el albergue y volví sobre mis pasos para tomar un baño de unos 5 minutos en la playa. No hace falta más. Aproveché para visitar el puerto, que contaba con atracciones de feria y unas bonitas vistas sobre la bahía. Desde luego se trataba de un lugar mucho más relajado que el centro de Varna, e infinítamente más plácido que la autovía que me había recibido esa mañana.
Playa de Varna |
Con los ánimos calmados tras el baño y el paseo por el puerto, volví de nuevo "a casa" planeando mi estrategia para esa noche. El albergue no me había parecido un lugar muy apropiado para conocer gente, por lo que temía que iba a afrontar la noche varnesa en solitario. Evidentemente, no descarté la idea de intentar pototear con la recepcionista, quizá confundiendo su excelente trato con un interés hacia mi persona más allá del profesional. Mis castillos en el aire se desvanecieron de golpe cuando me crucé en las escaleras del albergue con un viejo conocido. Se trataba de Javier, un joven cordobés con el que había coincidido en el tour de Plodviv. Si entonces el mundo me pareció un lugar muy pequeño, se antojó minúsculo cuando vi que Javier entraba en mi cuarto al rato como Pedro por su casa. ¿Qué posibilidades había de que en un cuarto con dos camas, la otra la ocupara alguien conocido? Muy pocas, pero las suficientes para que ocurriera. Mi compañero no solo me invitó a cenar con la comida que le sobraba, sino que me permitió unirme a la inspección nocturna que iba a realizar con una compatriota que había conocido en su periplo búlgaro. Se trataba de una asturiana de mediana edad con la que, a petición mía, acudimos al garito playero que había visitado por la tarde en solitario.
Cuando el ejército alemán tomó Francia en la Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler, a modo de resarcimiento, ordenó que el armisticio se firmara en el mismo vagón de tren en el que se había firmado el Tratado de Versalles. Este acuerdo había supuesto el fin de la Primera Guerra Mundial, con gravosas condiciones para Alemania como potencia perdedora. En esos momentos me sentí como el Führer (sólo en esos momentos, no me empiecen a mirar mal) cuando volví acompañado y victorioso al mismo lugar que me había visto llegar solitario y derrotado esa misma tarde. Festejamos mi triunfo con una ronda de cervezas búlgaras, antes de que nuestra compañera asturiana se retirase a su albergue y nosotros hiciéramos lo propio.
Catedral de la Dormición |
La mañana siguiente aproveché para echarle un último vistazo a Varna, que incluyó una visita a un humilde acuario y a una exuberante catedral ortodoxa, que despertó gran interés en mí, a pesar de su nombre (Dormición). Con ello di por concluida mi visita. A pesar de que no está exento de encantos, no me pareció un lugar muy destacado desde el punto de vista turístico. Sin embargo, me pareció una ciudad bastante agradable. Con ella me despedí de la costa búlgara y volví a adentrarme en el corazón del país.