jueves, 1 de septiembre de 2022

MÁS PLOVDIV Y SU REDOLADA

  Al igual que en las comidas de negocios se cierran grandes tratos, en mi cena con la familia barcelonesa del día anterior habíamos planeado hacer una visita por las inmediaciones de Plovdiv. Aunque en realidad yo me limité a unirme al plan que había urdido Diego, un auténtico "culo inquieto" que sabe exprimir sus viajes al máximo, dejándome a su lado como un simple turista acomodado. Siguiendo con el símil de la cena, esta vez me apetecía ir "a mesa puesta" y seguir los planes de otros. Se trataba de visitar un monasterio ortodoxo (Bachkovo) que, si bien no contaba con tanta notoriedad como el de Rila (ya visitado), parecía bastante competente. Pero llegar allí tenía su complicación. Había que tomar un tren hasta  la cercana localidad de Asenovgrad, y desde allí buscarnos la vida para llegar al monasterio. 

 A la mañana siguiente, me llegó un mensaje de Diego hijo avisándome de que estaban camino de la estación para tomar un tren 20 minutos después. Teniendo en cuenta que el día anterior me había costado mi buena media hora llegar a mi albergue desde la estación, me di cuenta de que no había tiempo que perder, ni siquiera para lamentar la poca antelación con la que había sido enviado el mensaje. Lo que la tarde previa había sido un plácido paseo, se convirtió en un carrera de 3000 metros sin obstáculos, pero a ritmos africanos, con la incertidumbre de no saber si iba a llegar a tiempo. Buen chico yo para dejarme vencer por las manecillas del reloj. No solo llegué a tiempo, sino que cuando arribé a la estación todavía no lo habían hecho mis compañeros. Pero el tren ya estaba presto a su partida. A lo lejos apareció la familia y el padre se adelantó para decirme que montara y me fuera solo, que ellos no llegaban. Este era su plan y no me apetecía hacerlo en solitario, así que les esperé y por primera vez en mucho tiempo, agradecí que un tren saliera con retraso. El suficiente para que pudiéramos subir instantes antes de que emprendiera su marcha. Entre la carrerita que me había pegado y la incertidumbre de saber si llegaríamos a tiempo, estaba un poco alterado. Así que me relajé lo justo para afrontar el siguiente reto. No nos había dado tiempo a comprar billetes y no sabíamos si se podrían comprar a bordo. Cuando vino la revisora (una señora de mediana edad, que por supuesto no hablaba inglés), le ofrecí un billete de 20 levas con la mejor de mis sonrisas. Lo cogió y se fue. Para rebajar la tensión del momento, bromeé con mis compañeros, diciéndoles que si no volvía la mujer, significaba que en la compañía ferroviaria aceptaban sobornos. Pero volvió. Y no solo me dio las vueltas, sino que me ofreció un papel en el que venían escritos de su puño y letra los horarios de vuelta. Excelente detalle que, por desgracia, no iba a ser la tónica de lo que me iba a encontrar en mi viaje por Bulgaria.

 Sin más novedad (que ya son bastantes) arribamos a Asenovgrad. Había que encontrar el modo de llegar al monasterio. Probamos en la estación de autobuses, pero el que hacía la ruta que pasaba por nuestro objetivo ya había partido. Preguntamos a un hombre y nos dijo que la única opción era un taxi. Precisamente había uno cerca y nos condujo a él. En ese momento pasaron por mi mente recuerdos de otros países más informales en los que, si de sacar dinero al turista de trata, todos se conocen y se complementan a la perfección. Mis temores quedaron disipados cuando el hombre hizo un cálculo de lo que nos hubiera costado tomar el autobús a los cuatro y le exigió al taxista ese precio por llevarnos al monasterio. Estaba empezando a creer que los búlgaros eran gente amable. Ciertamente ese día no se podía decir otra cosa de ellos.

 Referencias bíblicas venían a mi cabeza cuando el taxi que nos llevaba enfiló una recta en subida que daba acceso al monasterio. A ambos lados se apostaban decenas de puestos de comerciantes que, por lo menos, no contrariando a Nuestro Señor, no llegaban a situarse dentro del templo. 

Devoto oportunista

 Las comparaciones de Bachkovo con Rila eran inevitables. Estilo parecido y entorno montañoso similar. Aunque el estilo era menos espectacular, y el entorno, un poco menos montañoso. Eso sí, al igual que en Rila, con media horica de visita estuvimos más que servidos, que poco se podía hacer allí si no eras ortodoxo (yo soy heterodoso). La bajada nos sirvió para curiosear un poco los puestos, que vendían todo tipo de cosas fueran religiosas o profanas y llegamos a la carretera. Las opciones de volver a Asenovgrad no se veían muy claras. Tanto que Diego padre propuso que lo hiciéramos andando. Hasta a un pateador insaciable como yo le pareció descabellado. No solo porque había unos 10 kilómetros, sino también porque había tramos de carretera sin arcén. Así que anduvimos un pequeño trecho hasta que llegamos a un pueblecillo. En él había un apeadero de autobuses al que nos agarramos como un clavo. Y más después de que un individuo local nos confirmara que allí paraba un autobús cada hora que nos dejaría en nuestro destino. Tras una espera de unos 20 minutos, apareció el deseado vehículo. Lo malo es que no solo fuimos nosotros los que lo deseaban. Estaba lleno. Así que pasó de nosotros y nos dejó en una situación un tanto comprometida. Ciertamente me gusta improvisar en mis viajes, pero esto ya superaba mis estándares. No me gusta tanto complicarme la vida. Se nos ocurrió la alternativa de hacer auto-stop, pero con 4 personas se antojaba complicado. Así que la única opción viable era rezar para que apareciera un taxi. Parece ser que nuestra expiación en el monasterio dio sus frutos, porque al rato vimos llegar uno que se detuvo no lejos de nosotros y el conductor se apeó para sentarse en la terraza de un bar. Nos dirigimos a él y no solo se ofreció a llevarnos, sino que además nos cobró una tarifa razonable. Se agradece, porque allí perdidos en medio de la nada, no teníamos muchas opciones y nos podría haber apretado. Por si fuera poca nuestra suerte, el taxista, un muchacho joven, hablaba un inglés muy competente. 

 Un poco antes de llegar a Asenovgrad había una fortaleza que Diego padre quería visitar. Al escuchar el taxista nuestra conversación, se ofreció a dejarnos allí sin cobrarnos más, a pesar de que para acceder a la misma, había que subir un par de kilómetros por una carretera de montaña. 

Vistas de enjundia...y una ermita de fondo

 La fortaleza de Asen en sí era poco más que una iglesia y una torre de defensa sin mucho encanto. Otra cosa eran las vistas que se podían disfrutar desde allí. Una auténtica delicia.

 La vuelta, a pesar de ser cuesta abajo, se nos hizo un poco cuesta arriba debido al intenso calor que asolaba Europa por aquel entonces. Pero gracias a nuestra resistencia intrínseca conseguimos llegar de una pieza a los arrabales de Asenovgrad. Ya más resguardados del astro Rey, callejeamos hasta la estación y tomamos el siguiente tren. Como llegar directamente a Plovdiv hubiera sido demasiado sencillo, esta vez el tren nos dejó en un pueblo donde tuvimos que coger un autobús que, esta vez sí, nos dejó "en casa".  Y como siempre ha habido clases, la que mis compañeros eligieron para pernoctar esa noche, poco tenía que ver con la mía. Se trataba de una mansión histórica reconvertida en albergue. El más bonito y genuino que he visto nunca (y he visto muchos). Pensar en que podía haber estado en esa auténtica maravilla hacía que se me bajara el alma a los pies cuando ponía el pie en mi más que humilde establecimiento hostelero. Hay vida más allá del albergue más barato de la búsqueda.

Free Plovdid Tour

 Esa tarde tocaba "free tour", al que se sumaron mis amigos catalanes. No serían los únicos compatriotas, ya que en el grupo brillaban con luz propia un joven cordobés y un donostiarra acompañado de su pareja taiwanesa, que sorprendía por su 1.80 de estatura. En tan grata compañía, disfruté aun más si cabe de las exhaustivas explicaciones de la guía. Una ciudad con un pasado tan denso, que ha dejado tantas huellas palpables, es una delicia para cualquier persona mínimamente interesada en la historia y la arquitectura. Como curiosidad, entre los muchos datos que se nos aportaron, destaca el hecho de que, según la guía (y no tengo por qué desconfiar de ella), Plovdiv es la ciudad europea que durante más tiempo ha estado habitada ininterrumpidamente. También me llamó la atención que, cual si una Roma búlgara se tratase, la ciudad cuenta con siete colinas. Nuestro tour acababa en la cima de una de ellas, lugar privilegiado para presenciar una espectacular vista sobre Plovdiv.

Plovdiv a nuestros pies

 La cultura alimenta el alma, pero no el estómago. Para ello contábamos con "Happy Grill", una franquicia de restauración autóctona, que cuenta con unos locales de vistosa decoración. Parece ser que son muy exitosos, ya que incluso tuvimos que hacer cola para que nos atendieran. La espera mereció la pena, no sólo por la espléndida atmósfera del garito, sino por la buena comida que se nos sirvió. Sin olvidar a las camareras que...esto...nos sirvieron con una gran eficacia. Sí, eso es...muy eficaces...

Delicias búlgaras

 Por si no le faltaran encantos a la ciudad, también cuenta con una zona de bares de aire algo bohemio, engalanadas con unas bonitas luces tipo navideño. Nos dimos un voltio por allí, pero no vimos muy apropiado unirnos a la fiesta acompañados de dos adolescentes (seguramente ellos pensarían lo mismo de dos carrozas como nosotros), por lo que nos retiramos a descansar. Ellos, al varias veces elegido mejor albergue de Bulgaria y yo, a mis literas de triple piso. Pero tampoco me voy a quejar tanto, que por lo menos se dormía bien. Además, el talento natural y la improvisación que habíamos desplegado durante el día no había salido nada mal. Todo lo contrario a lo que me iba a suceder en la jornada venidera.

No hay comentarios: