Al bajar en la estación de Trinidad, un grupo de enfervorecidas patronas estaban a la caza del inquilino desvalido. Las pude sortear, no sin apuros, tras explicarles que ya tenía reserva.
Descomunal habitación (toda para mí solo) |
Me explicaron que podía tomar un autobús o un taxi. Ni qué decir tiene que fui en busca del primero. Pero fue demasiado tarde. A esas horas (sobre las 4 de la tarde) ya no salía transporte público a Playa Ancón. El taxi me pedía 15 CUC por la ida y vuelta, pero se me ocurrió una idea mejor (o por lo menos más económica). Volví a la casa y le pregunté al dueño si me podía conseguir una bicicleta de alquiler.
Dicho y hecho. A los 20 minutos, ya tenía en mi poder una anticuada pero fiable bicicleta. Me sorprendió la ausencia de manetas de freno (no tanto el que sólo tuviese una marcha). El sistema de frenado era cuanto menos sorprendente. Al pedalear hacia atrás, la bicicleta se detenía.
Ya montado en mi improvisado medio de transporte, me sentí un aventurero en cuanto abandoné las calles de Trinidad en busca de la costa.
Al rato llegué a un pueblo costero llamado La Boca, en el que había una playa no muy bonita, pero con gran ambiente local.
Seguí mi camino, paralelo a la costa, mientras buscaba alguna playa paradisiaca, que es lo que uno espera cuando está en el Caribe. Me detuve en algunas, pero todas ellas estaban trufadas de rocas y distaban mucho de las fotos con las que las agencias de viajes nos hacen picar el anzuelo.
Llegué a lo que parecía el final de la carretera y me di un baño exprés en las cálidas aguas caribeñas. No sólo para evitar la sustracción de la bicicleta, sino también porque tampoco la playa era gran cosa. Luego me enteré de que no había llegado a Playa Ancón (que era la que buscaba, y presuntamente la más competente).
Me volví un tanto decepcionado, mientras veía cómo se nublaba el horizonte. En unos minutos empezaron a caer unas gotas, que se convirtieron en un aguacero de enjundia, para el que no estaba preparado.
La vuelta se me hizo un tanto complicada. Además de la lluvia, tuve que vencer un desnivel que costaba con mi bicicleta de una marcha y algunas tallas menos. Por suerte, la lluvia cesó y pude llegar a la casa de Trinidad sin más incidencias.
Maravillosa arquitectura |
Animado ambiente nocturno |
Unos rugidos en mi tripa auguraban una noche complicada. Y así fue. Los excesos cometidos en forma de probatinas culinarias callejeras me empezaron a pasar factura, debiendo rendir visita a los "tigres" de la casa con gran frecuencia. A pesar de estar en tan incómodo trance, no pude evitar sentirme afortunado al tener que pasarlo a cubierto, y no viajando en autobús , por ejemplo.
Mi primer día en Trinidad había sido bastante accidentado. Pero la bonita ciudad colonial me guardaba algunas sorpresas más, de muy distinto signo.
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