miércoles, 18 de marzo de 2020

JÁRKOV: ME TOCÓ LA NEGRA

 Julie me había dicho el día anterior que se pasaría por el hotel a las 8. Me hubiera venido bien descansar un poco más y lo hubiera podido haber hecho perfectamente, ya que no hizo acto de presencia. Tampoco contestó a mis mensajes. Como a estas alturas ya me había dado que la camerunesa era una persona un tanto voluble, no me preocupé demasiado y salí a explorar Járkov.
 Junto al hotel había una enorme plaza, un clásico de los países ex-comunistas, que según había leído, era la tercera más grande de Europa. Tristemente he de decir que una explanada semi-vacía fue lo que más me llamó la atención de la ciudad.
Plaza de la Libertad

 Me acerqué al centro donde había algunas iglesias ortodoxas y edificios históricos que hacían lo que podían, pero no despertaron mucho mi interés. Por lo visto, la ciudad fue escenario de cruentas batallas durante la Segunda Guerra Mundial y se debió perder mucho patrimonio histórico.
 Prometía más el museo de historia de la ciudad, pero para mi desencanto, estaba cerrado. 
Teatro de la Ópera y el Ballet

 En un par de horas me había ventilado la visita turística a Járkov, así que volví al hotel para contactar de nuevo con mi amiga (usando muy alegremente el término) que, ahora sí, se dignó a contestar.
 No había acudido esa mañana porque se había dormido (lógico a esas horas, pero fue ella quien lo había propuesto). Me dijo que iba a ir a la tienda donde trabajaba y que podíamos quedar en breve para comer. Ese "en breve" acabó siendo cuatro horas más tarde. Además de comprobar la escasa seriedad de Julie, pude darme cuenta de que era bastante mandona, cosa que no me cubica ni por asomo. Presentía que no nos íbamos a llevar muy bien.
 Estuve un rato viendo la tele y tuve la suerte (algo me tenía que salir bien ese día) de poder sintonizar el Campeonato de Europa de Atletismo. Nuestros compatriotas estaban barriendo en la marcha atlética.
 No pude haber tenido mayor motivación para darme otra caminata por Járkov. Esta vez acabé en un parque de atracciones un tanto curioso, ya que no tenía vallado y se podía acceder libremente. Más que un "parque de atracciones" era un "parque con atracciones". Y falta les hacía divertirse a sus habitantes, porque la ciudad me pareció de lo más tristona. Y no lo dice precisamente el Rey de la Fiesta. Me crucé con mucha cara estaca y poca sonrisa.
 También pude deducir que la ciudad no atrae muchos turistas. En la pocas interacciones con la población local, aparte de pasarlas canutas para hacerme entender, noté que se me trataba con cierta distancia.
Parque Gorky

 De vuelta al hotel pude ya concertar la reunión con la camerunesa. Me dijo que fuera a su tienda en taxi. Buen chico yo para gastarme el dinero pudiendo patear. Ella instió (más bien ordenó) que tomara el taxi. A duras penas conseguí que me diera la dirección, pero no la encontré en Google Maps. En esos momentos tenía muchas ganas de verla... para mandarla a paseo. Pero quería hacerlo en vivo. Así que accedí a ir en taxi. Eso sí, al menos conseguí que lo reservara ella y con precio cerrado.
 Al rato me mandó un mensaje diciendo que había un taxi gris esperándome en la puerta con el número 2307 que me iba a costar 97 grivnas (Unos 3 €). Bajé y, efectivamente había un taxi gris, aunque no vi el número 2307 por ningún lado. Será el bastidor, pensé.
 El conductor no hablaba inglés pero pudo hacerme entender que la carrera ascendía a 250 grivnas. Ya estamos con el dichoso regateo... A pesar de mis intentos, no cedía ni un céntimo. Pensando en arreglar el descuadre a la llegada, le dije que arrancara. Le mandé un mensaje a Julie y me dijo que saliera del coche echando virutas. Justo a tiempo, porque unos segundos más tarde se habría perdido la señal del wifi. Salí del taxi y vi que otro de color gris había aparcado a unos metros de distancia. 
 ¿Existen muchas posibilidades de que dos taxis del mismo color sean reservados a la misma hora y en el mismo sitio? Más bien no, pero por poder, puede pasar.
 Esta vez me aseguré al 100 % de que era el que debía tomar. El número 2307 coincidía con su matrícula y el taxista me dijo que la había llamado una tal Julie y al preguntarle el precio de la carrera me sacó su cartera, señalándome un billete de 100 grivnas.
 Ya en ruta, me di cuenta de que había estado a punto de meterme en un buen lío  y noté que mis nervios estaban a flor de piel. Porque a saber dónde hubiera acabado con el taxi anterior. A juzgar por su tarifa, bastante lejos. 
 Y ya puestos a pensar maldades, me pasaba por la imaginación que si el taxista que me llevaba en ese momento se hubiera metido en alguna nave de los polígonos que estábamos atravesando para secuestrarme con sus compinches, hubiera estado totalmente indefenso. Esto me pasa por ver películas de la Guerra Fría.
 Sin más novedad (que ya son bastantes) llegué al lugar de encuentro. Nada más bajarme del taxi comprobé que no estaba lejos de una boca de metro. De haberlo sabido, me hubiera ahorrado una discusión y más de un disgusto.
 Julie me llevó a un local que me pareció un poco raro para tratarse de un restaurante. Efectivamente, no era un lugar de restauración sino una clínica dental.
 Para qué me había citado en ese lugar cuando le tocaba visita, es una incógnita que aún no he logrado resolver.
 Mientras esperábamos que la atendieran, Julie empezó a organizarnos la vida. Al día siguiente ella tenía que trabajar y por la noche nos desplazaríamos a Kiev en tren-cama que, por supuesto, iba a pagar yo. 
 No es fácil mandar a paseo a una persona con la que apenas se tiene confianza. Así que poco a poco le fui dejando clara mi postura. En esa ciudad yo no pensaba quedarme más de lo necesario, así que le dije que yo me iría por la mañana a Kiev y en todo caso, la esperaría allí. No le hizo mucha gracia, pero siguió a lo suyo.
 Tras el trámite médico, nos dirigimos, esta vez sí, a un restaurante. Se trataba de un establecimiento de comida ucraniana con cierta enjundia.
 A Julie le acaban de hacer un apaño en la boca, por lo que no podía comer. Así que pedí algo para mí. Pero yo creo que se le debía estar moviendo algo por dentro. No debía caberle en la cabeza ir con un tío a un restaurante y no sablearlo. Primero me sugirió que pidiera más comida para llevar. Fingiendo preocupación por mí, me dijo que así podría comer algo por la noche, ya que junto a mi hotel no había sitios para comer. Dato absolutamente falso ya que por lo menos había visto un par a escasos metros del mismo.
 Rechacé su sugerencia y al rato pidió algo de beber. El tiempo que no estaba probándome hasta dónde podía llegar, lo empleaba en mirar su móvil y contestar a mensajes sin hacerme mucho caso.
 Cuando ya estaba pensando en dar por concluida la velada, su flamante celular se quedó sin batería y lo tuvo que dejar cargando en otra zona del restaurante. Eso le obligó a hablar conmigo y pudimos tener un rato de conversación en la que incluso llegué a pensar por momentos que se trataba de una persona agradable.
 La cordialidad del momento hizo que se viniera arriba. Su boca ya estaba en condiciones de masticar y empezó a pedir comida como si no hubiera un mañana. En su éxtasis acabo solicitando una cachimba como fin de fiesta.
 Naturalmente, y eso que yo me puse como el Quico, nos sobró mucha comida que ella se llevó consigo. 
 Le di una oportunidad de contribuir al desembolso de la factura que, por supuesto, no aprovechó. La favorable ratio euro/grivna hizo que la "dolorosa" no lo fuera tanto. Pero en todo caso, era una suma elevada respecto al nivel medio del país.
 Volvimos en taxi y, para evitar sorpresas, le pregunté a mi ""ligue"" el precio de la carrera.
  Cuando llegamos al hotel, le pagué religiosamente  al conductor  las 85 grivnas, pero me exigía más. Julie me explicó que ese era el precio hasta mi hotel, pero hasta su casa valía 50 más. Entregué al taxista el resto y me despedí friamente de Julie. No es fácil hacerme perder la paciencia y saber estar dentro y fuera de la cancha. Pero esa chica había estado a punto de conseguirlo.
 Una vez recuperada mi añorada individualidad y liberado de cargas, volvió a renacer la ilusión en mi corazón mientras planeaba mis movimientos y hacía reservas para la jornada siguiente. Y eso a pesar de la lentitud exasperante de mis dispositivos de bajísimo coste y la dificultad de encontrar transporte a Kiev.
 Los trenes estaban agotados y a los autobuses poco les faltaba. Pero afortunadamente encontré plaza en uno a una hora razonable.
 Más fácil fue la elección de alojamiento. Un albergue de los baratos, que un hotel de 4 estrellas está muy bien, pero no hay que perder las esencias.
 Ya estaba a punto de irme a dormir con la satifacción del deber cumplido cuando vi que Julie volvía a la carga. Me agradecía que le hubiera pagado el taxi, pero me decía que le tenía que haber dado el dinero a ella, en lugar de al conductor. Yo no entendía nada. Me aseguré de que hubiera llegado sana y salva a casa sin pagarle más al taxista y dejé por zanjado el tema.
 La verdad es que sabía del peligro que corría cuando se queda con una persona desconocida, y más cuando había visto antes algún detalle que no me cuadraba. Yo tomé el riesgo y lo asumo con deportividad. Había fallado el plan A y tocaba activar el B.
 No me pareció que Julie fuese mala persona. Sin embargo, parecía estar acostumbrada a sablear a los hombres y a manejarlos. Le debía parecer lo más normal del mundo.
 Pero se encontró con un niunclavelista independiente y, como era de esperar, saltaron las chispas. No precisamente las del amor.
 Hasta ese momento, mi periplo por Ucrania había sido un fiasco absoluto. Pero la vida me daba la oportunidad de poner el marcador a cero. El VIAJE estaba a punto de comenzar.

4 comentarios:

Tyrannosaurus dijo...

Pues ya siento la experiencia con la tal Lucie, por llamarla de alguna manera. Una cosa es ser buena persona, y otra que te traten como tonto, que por tu descripción creo que era lo que se ajusta a la camerunesa.

Rufus dijo...

Ya veo que has llamado a Julie como has querido :P
Como suele decir un amigo, es mejor perderla que encontrarla.

Tyrannosaurus dijo...

:P :P Me doy cuenta de mi error, lo siento, es que estos días atacados de los nervios como estamos los que tenemos familiares que dan el perfil de riesgo en esta pandemia, nuestra mente esta ocupada por una palabra de 11 letras, de cuyo nombre todo el mundo está acordándose estos días

Rufus dijo...

Tranquilo, seguro que a Julie no le importa. Y a mí menos :)