Para completar mi trilogía maña de los Kohs (había estado en Koh Samui y Koh Pha Ngan), solo me faltaba la isla de Koh Tao. Lo apretado de mi calendario solo me concedía un día para visitarla. Para maximizar tan escaso lapso temporal, reservé un tour de snorkel alrededor de la isla, que empezaba a las 10 de la mañana. Contaba con llegar a tiempo, ya que, aunque la hora prevista del ferry eran las 9:30, el punto de encuentro estaba muy cerca del muelle.
También tuve que ocuparme de reservar alojamiento. Esto fue un poco más complicado. A pesar del gran número de establecimientos de todo pelaje, muchos de ellos ofertaban precios astronómicos. Conseguí una reserva en uno a un precio medio decente, pero cuando me llegó la confirmación me di cuenta de que iba a ocupar una habitación femenina. En España, y tal y como están las cosas, me podría haber sentido mujer por esa noche y hubiera colado, pero no sé si el Tailandia son tan chupiguais. Así que tuve que cancelar la reserva y buscar otro. Casi 30 euros me costó la broma por una habitación de hostel. Solamente en Suecia había pagado tanto por un cuarto compartido. ¿Valdría la pena?
Un breve paseo desde el hostel de Thong Sala me dejó en el muelle. El ferry partió con unos 10 minutos de retraso, lo cual me inquietó un poco. Mi margen menguaba peligrosamente. El resto del viaje transcurrió sin novedad, hasta que nos acercamos a las costas de Koh Tao. A esas alturas iba muy apurado para alcanzar mi tour, pero confiaba en llegar a tiempo. En ese momento, el barco empezó a virar al oeste para mi sorpresa y desesperación. En lugar de ir directamente al muelle de Koh Tao, se dirigió antes al islote de Nangyuan para recoger y dejar pasajeros. Que sí, que es muy bonito y tal, pero a mí me estaba matando ese giro de guión.
Ante mi ya seguro retraso, contacté con la agencia del tour. Me dijeron que fuera cuanto antes a la oficina, a ver qué podíamos hacer. Me coloqué estratégicamente de los primeros para salir del ferry y desplegué mi poderosa zancada por las calles del pueblo para llegar a la oficina con evidente retraso. A pesar de las prisas, no pude dejar de observar y sorprenderme por lo bullicioso del lugar, muy alejado de la idea que tenía de una isla perdida y calmada.
En la oficina me comentaron que el tour había partido sin mí, pero me ofrecieron sumarme a otra expedición a mediodía, de similares características. Esta era un poco más cara, pero solo me hacían pagar la diferencia. Ni tan mal.
Me dirigí al albergue a dejar mis cosas, ya que aún no podía tomar posesión de mi pieza. Por el precio que había pagado me esperaba un recibimiento con todos los honores. Pero me encontré con una empleada un tanto pasota que, como gesto de magnanimidad me permitió dejar mi mochila en el suelo y me dijo que volviera más tarde a hacer el check-in.
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Playa Kohtaoense |
Aún me dio tiempo a dar un voltio por la isla antes del tour. A las afueras del pueblo había una zona un poco más tranquila, con unas playas bastante competentes y muchas academias de buceo. No en vano Kho Tao es uno de los lugares del mundo donde más barato sale sacarse la licencia de submarinismo en aguas abiertas. Pero si luego te gastas fortunas en dormir, ya no sé si cubica tanto. En todo caso, y hasta nueva orden, yo seguiré tan feliz con el tubito y las gafas sin meterme en muchas profundidades.
A la hora convenida, esta vez sí, me presenté en la oficina. Tras la pertinente identificación y reparto de equipos de buceo básicos, nos montamos en una furgoneta para recorrer los apenas 150 metros que nos separaban del muelle. Para que luego digan que hay una epidemia de obesidad...
La primera escala del tour fue la ya mencionada y en principio odiada isla de Nangyuan, que había sido la causante involuntaria de mi retraso matinal. No mejoró mi impresión que hubiera que pagar 200 baths por visitarla y que además contara con una afluencia de visitantes que me recordó a la borregada de Phi Phi. Pero una vez que se dispersó la turistada, pude darme cuenta de que estaba viendo una maravilla de la naturaleza. Se trata de dos pequeños islotes unidos por una manga de arena, que están junto a otra pequeña isla. Nosotros solo teníamos acceso a las dos primeras. Pero era suficiente. En una de ellas se puede subir a un mirador que ofrece unas vistas impresionantes. Podría seguir con la descripción, pero lo mejor es que les ponga algunas fotos para que se hagan una idea.
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Isla de Nangyuan😍 |
La playa era una especie de Manga del Mar Menor a pequeña escala, pudiendo bañarse a ambos lados de la misma. Aproveché para hacer algo de buceo. Algún pececillo se veía, pero en este caso, la enjundia estaba más fuera del agua que dentro.
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¿En qué océano me baño? |
El resto de la jornada transcurrió a bordo del barco, que hizo un recorrido alrededor de la isla de Koh Tao parando de vez en cuando para hacer una incursión submarina. En una de ellas se nos presentaba la oportunidad de ver tortugas gigantes. A pesar de que ya había hecho esta actividad en las Filipinas, me hizo mucha ilusión cuando pude volver a bucear en compañía de estos simpáticos y entrañables quelonios. Además nos hicieron una foto submarina posando ambos, que si encuentro algún día, será adjuntada a la entrada como complemento visual.
El tour también incluía una comida a bordo tipo buffet que no estuvo nada mal. Así que se puede decir que había podido salvar la jornada a pesar de que empezó a torcerse de buena mañana.
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El golfo de Huesca surcando el Golfo de Tailandia |
El buen humor que traía después de la actividad se disipó cuando pude ver en qué se habían invertido mis casi 30 euretes. Se trataba de una habitación con 8 camas en forma de litera y un baño en el que la ducha no paraba de gotear. Correcto sin más, pero bastante más cutre que la media de los que había utilizado en Tailandia. Y además no tenía cocina ni salón para sociabilizar. Para eso estaba el bar del hostel en la planta baja, que hacía las veces de recepción. Pero yo no pensaba dejarles más dinero de lo que me habían sableado ya. Esa fue la razón para que buscara una cena económica. Y nada más niunclavelista en Tailandia que acudir a un 7 Eleven, comprar un plato precocinado, prepararlo allí mismo y comerlo fuera sentado en la acera. Turismo de alpargata extremo. Y lo que me gusta...
En la habitación del albergue no se podía estar, ya que se escuchaba contundentemente el ruido de los baretos de la calle de marcha. Así que no me quedó otra que deambular por el pueblo hasta que, al filo de medianoche, se hizo el silencio. Entre mis compañeros de habitación reinaba la sensación de que nos habían tangado el dinero por ese cuchitril. Aun así, una pareja, sin negar la clavada, estaban de lo más contentos. Habían pasado una noche anterior en otro alojamiento de la isla muy apartado sin ningún tipo de servicio, y este les parecía casi el Marriot en comparación. Todo es relativo en esta vida.
Las actividades acuáticas cansan el cuerpo y relajan, por lo que pude descansar razonablemente bien. Teniendo en cuenta lo que había pagado, no me estaba permitido dormir mal. A la mañana siguiente me tocaba abandonar la isla. No tenía más días y tampoco humor para que me siguieran timando a cuenta del alojamiento. Mi periplo por Tailandia se iba acercando a su fin. Pero tenía asuntos pendientes que aún tendría que abordar.
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El viaje estaba llegando a su ocaso |
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