Aprendiendo de mis errores previos, había seleccionado cuidadosamente mi siguiente destino. Buscaba una ciudad tranquila y con cierto encanto local. Pero a diferencia de Krabi, quería que tuviera playa. Todo ello me ofrecía Thong Sala que, a pesar de tener la condición de capital insular, se trata de un lugar bastante apacible. Y para asegurar el tiro, procuré reservar alojamiento en una zona tranquila, apartada de los lugares de ocio. Algo de morriña debía estar sintiendo en esos momentos, porque una de las razones que me llevó a elegir ese hostel es que estaba regentado por españoles. Por ello, el proceso de adaptación a mi nueva morada se simplificó muchísimo, y a los pocos segundos de pisar el local, ya me sentía como en casa.
Cuando estoy en un albergue, suelo aprovechar la cocina para hacerme la comida y ahorrar algo de dinero. Pero en este caso, teniendo en cuenta lo barato que es el país, no valía la pena. Dejando aparte la posibilidad de probar platos locales y bien cocinados. Fue el caso de un pollo con salsa de coco con el que me obsequié en un mercado local. Muy sabroso y con el toque justo de picante. Tenía tan buena pinta que incluso un joven turista me preguntó por él y al rato vi como pedía el mismo plato para él y su pareja. Suculentos manjares
Si han leído mi anterior entrada, recordarán que ese mismo día por la mañana, había tenido una cita que, pensaba yo, había pasado sin pena ni gloria. Pues no debió pensar lo mismo la mujer, porque me escribió a mediodía diciéndome que también había ido a la ciudad para ayudar a una amiga suya en un salón de masajes. Me sugirió que fuera a visitarlas. Aunque la cita no había acabado de cubicar, valoré el interés y acudí al lugar. El salón de masajes estaba situado a las afueras, junto a una carretera. Con esa posición tan poco estratégica, es normal que me encontrara a las dos masajistas cruzadas de brazos echándose una cerveza en la puerta del local. Si mi cita hablaba poco inglés, su amiga ni siquiera lo chapurreaba, por lo que la comunicación se tornó harto difícil. Nos pudimos apañar haciendo uso del traductor. Ya que estaba allí, me ofrecieron un masaje. Afortunadamente, contaba con la coartada (real) de que esa misma mañana me había hecho uno en Haad Rin.
Como por allí no aparecía un cliente ni de casualidad, ya no era necesaria la presencia de mi amiga, por lo que anunció su marcha. Tuvo el detalle de acercarme al centro en su moto. Cabe aclarar que ni los estándares de seguridad ni el orden del tráfico son similares a los europeos, por lo que el breve recorrido a lomos de su moto no estuvo exento de temor. Aprovechando el paso por un mercadillo gastronómico que pillaba de camino, y por el que de repente me mostré vivamente interesado, me despedí de mi amiga.
El lugar, aparte de haberme salvado de un posible accidente de tráfico, estaba bastante animado. Aparte de las delicias culinarias, contaba con puestos de venta de objetos de todo tipo y un escenario para actuaciones. De entre todos estos aspectos, el que más me llamó la atención fue un puesto de venta de insectos fritos. Como yo no soy muy partidario de la Agenda 2030, eludí los cantos de cigarra y preferí degustar otras alternativas más tradicionales. Como por ejemplo, unas fresas traídas de Chiang Rai, nada baratas, pero deliciosas (probablemente más que los grillos fritos).¿Hace una bolsa de gusanitos?
Ya estaba atardeciendo y me acerqué a la playa de la ciudad. Su ambiente tranquilo, ideal para darse un paseo reflexivo, contrastaba con el bullicio de una calle paralela, repleta de puestos de comida y bebida. En mis paseos por las ciudades tailandesas, apenas daba descanso a mi aparato digestivo, las tentaciones eran constantes.Ocaso en Thong Sala
Seguí explorando la ciudad para acabar encontrándome un pabellón (más bien una nave industrial adaptada para la ocasión), donde se celebraba un combate de Muay Thai. Esta variante del boxeo es un auténtico deporte nacional. Aunque ya había empezado la velada, estuve tentado de entrar para saciar mi infinita curiosidad. Pero unos precios bastante clavelistas me disuadieron.Muay thai: mejor no acercarse demasiado
Acabé mi recorrido por la ciudad de Thong Sala recorriendo la calle de marcha, porque era solo una. Había bastante ambiente, mayoritariamente de turistas. Sin muchas ganas de sumarme a su diversión, me retiré al hostal. Al día siguiente me tocaba madrugón para abandonar Koh Pha Ngan. Me daba la sensación de que no le había podido sacar mucho partido. La isla tiene bastantes lugares con encanto, pero apenas son accesibles con transporte público. Lo ideal para visitarlos es alquilar una moto, pero tras mi fallida experiencia en Filipinas, lo descarté por completo. También se puede alquilar un taxi, pero como todos ustedes saben, me preocupa mucho la huella de carbono y estos vehículos la dejan muy grande. Tuve el consuelo de visitar la zona de las Fiestas de la Luna, que no me dijo gran cosa, y la capital, Thong Sala. Esta sí me pareció una ciudad interesante. Tranquila, pero con los suficientes alicientes para estar entretenido uno o dos días.
Aún tuve tiempo para charlar con uno de los propietarios antes de dormir. Me contó su historia de cómo llegó allí y me manifestó algo que yo empezaba a intuir. Mientras la Unión Europea, y concretamente España, son dinosaurios a los que les cuesta moverse entre una maraña burocrática, Tailandia es un país dinámico y en plena efervescencia, donde se dan muchas más facilidades a la hora de crear negocios. O mucho me equivoco, o los tailandeses, a los que hasta ahora hemos mirado por encima del hombro y con cierta condescendencia, nos pasarán por la derecha antes de que lo pensemos, y no habrá quien los pille.
No hay comentarios:
Publicar un comentario