sábado, 19 de septiembre de 2009

Dundee



Hay dos formas de enfocar un viaje. Una de ellas es planificarlo todo al milímetro, reservando todos los traslados y alojamientos por anticipado. La otra es ir sobre la marcha, pensando sólo en el día a día. El año pasado hice un viaje a la Bretaña francesa con mi amigo Luis. El planteamiento fue mixto. Reservamos medio viaje y el resto “ya se vería”. Eso nos costó no encontrar habitación en Morlaix y acabar durmiendo él en el coche y yo tumbado en un húmedo césped cerca de Guimpgamp. Con ese precedente, decidí que, en este caso, y más teniendo en cuenta el maletón de más de 20 kilos que llevaba a cuestas, lo mejor sería reservarlo todo con antelación. Y así lo hice. Y a punto estuvo la jugada de salirme rana.
Como comenté en mi anterior entrada, el martes 7 de septiembre, la isla de Lewis fue azotada por feroces vientos de más de 100 km/h. Eso provocó que todos los ferrys con destino o salida de la isla suspendieran su actividad durante todo el día. Yo tenía que coger el transbordador Stornoway-Ullapool a las 7 de la mañana. De lo contrario perdía el autobús Ullapoll-Inverness y el tren Inverness-Dundee, ya comprados. Y tampoco tenía claro si podría llegar a dormir a Dundee utilizando otras combinaciones. Así que, un poco atemorizado, lo primero que hice nada más levantarme el miércoles fue ir al puerto a preguntar. Afortunadamente los vientos habían amainado, por lo que el ferry pudo zarpar con normalidad. En él volví a encontrarme a Marcello y Herminio, amén de más gente del hostel. Sólo había pasado dos días en Stornoway y ya empezaba a ser un rostro conocido.
Ullapool es una localidad costera bastante pintoresca. Apenas pude quedarme con unas cuantas vistas de la villa desde el barco, ya que el autobús de Inverness nos esperaba en el puerto. Me tomé este trayecto como mi despedida de las Highlands. Paisajes desolados, lagos, montañas y costas rocosas me habían acompañado durante 5 meses. No cabe duda de que es una tierra hermosa, pero también dura y difícil.
Inverness lo tenía ya visto, así que fui al grano y llené mi panza en el ya conocido “Jimmy Chung’s”, buffet libre chino de excelsa relación calidad-precio. Sin tiempo para digerir tan pantagruélico ágape tomé el tren que me condujo a Dundee, previa escala en Perth.
A los pocos kilómetros de trayecto, los paisajes empezaron a cambiar. Nos adentrábamos en la Escocia más genuina, aquella en la que abundan los castillos y las destilerías. Las solitarias praderas de las Highlands dejaban paso a frondosos bosques en los que aparecían con frecuencia castillos y villas. Allí me di cuenta que Escocia es mucha Escocia. Y que yo, a pesar de pasar casi medio año en ella, apenas conocía una ínfima parte. Ese mismo día, la selección de fútbol de Escocia se jugaba su presencia en la fase final del próximo mundial en un partido frente a Holanda que se disputaba en Glasgow. Eso hizo que una gran cantidad de aficionados, vistosamente ataviados dieran la nota de color en el tren hasta Perth. Allí, mientras ellos esperaban el tren que les conduciría a la decepción más absoluta, yo tomé rumbo al este, a Dundee. La ciudad se sitúa en la costa Oeste de Escocia. Por lo que ese día fui de un extremo a otro del país. Un radiante y para mí inusual sol me recibió al salir de la estación. Todavía eran las 6 y media de la tarde, así que había mucho por hacer. En la oficina de turismo me explicaron cómo llegar al hostel. También les pregunté por Broughty Ferry. Había leído que era un barrio costero muy turístico, y me picó la curiosidad. La señora de la oficina me dijo los horarios de autobús, dando por hecho que no era muy lógico recorrer las 4 millas a pie. Pero yo tampoco soy un turista al uso. Aunque en este caso acabé dándole la razón.
El paseo hasta el hostel me sirvió para llevarme una grata impresión de la ciudad. De un tamaño medio, se trata de una localidad con mucha vida, sin llegar a ser agobiante. Mi hostel estaba situado en pleno centro. Se trata de un edificio histórico rehabilitado. El resultado es brillante, ya que conjuga modernidad en las instalaciones con antigüedad y solera en el inmueble. Dejé mis cosas en la habitación y me dirigí rumbo a Brougthy Ferry. Lo que empezó siendo un agradable paseo cerca del mar, se convirtió en un insufrible trayecto por el puerto y por una carretera muy transitada, todo ello escasamente estético. Cansado de tan monótono recorrido vi un camino turístico que circulaba al lado del mar. El problema es que estaba al otro lado de una vía del tren vallada. Eso no iba a detenerme, así que abordé la valla por su punto más bajo y salté a la vía. Apenas toqué tierra, un ruido me sobresaltó. Se acercaba el tren. Casi sin tiempo de reacción me pegué todo lo que pude al muro. Fue suficiente para que el tren pasara junto a mí, pero mi susto fue de los buenos, así como el del conductor, que me dedicó un bocinazo de enjundia. No digo que el nuevo camino fuera tan bueno como para jugarse la vida, pero la verdad es que era muy bonito. Brougthy Ferry resultó ser una apacible villa bastante agradable, gran playa arenosa incluida. Pensé hacer la vuelta en bus, pero el último se me escapó por los pelos. Así que caminata de nuevo. Procuré hacerla rápido ya que quería ir a algún pub a ver el Escocia-Holanda. A estas alturas no me ha entrado el gusto por el fútbol, simplemente quería ver el ambientillo. Y a fe que lo había. El bar estaba hasta las trancas. Yo, por supuesto, también apoyaba a Escocia. Uno no es de nace sino de donde pace. Y además pensaba salir después de baretos, y la gente es siempre más receptiva cuando celebra algo. Partido emocionante, pero casi al final Holanda metió un gol que acabó con las esperanzas de mi país de acogida por volver a un Mundial. Volví al hostel y vi que mi habitación estaba poblada por dos alemanes que iban a su bola y una irlandesa llamada Kina, que, ni mucho menos hacía honor a su nombre. Se trataba de una estudiante que se alojaba en el hostel a la espera de encontrar alojamiento. Había estudiado unos años en Belfast, por lo que me hizo de improvisada guía turística de la ciudad que pensaba visitar pronto. La dejé yéndose a dormir y salí a “prender fuego a Dundee”. Esperaba una noche floja, por ser miércoles y por la derrota de la selección nacional. Pero estaba equivocado. Dundee es una ciudad universitaria, y los miércoles hay bastante pototeo. Di unas cuantas vueltas por las zonas de marcha y me decidí por una discoteca en la que se empezaba a formar cola. En España, si un tío sale solo, lo más fácil es que siga solo toda la noche. Pero esto es Escocia, y la gente es mucho más abierta. Así, esperando en la cola conocí a un par de post-tinajeros que, al ver que estaba solo, me “adoptaron”. Y con ellos estuve toda la noche. La discoteca estaba bastante bien. Muy grande, varias pistas, música dance y lleno de escocesas luciendo sus escuálidos modelitos, melenas rubias y hermosos luceritos. Era lo que necesitaba tras varios meses en el aburrido y previsible Broadford. A eso de las 2 y media cerró la discoteca, pero aún estuve un rato con mis nuevos amigos mientras recenaban en un local cercano. Iban un poco “tajados”, lo que los hacía aún más graciosos. Uno de ellos incluso se ofreció a acompañarme al hostel temiendo que me fuera a perder. Estaba empeñado en que me quedara con una buena imagen de la gente escocesa. Y a fe que lo hizo. No hizo falta que me acompañara.Había pateado mucho por Dundee y no había pérdida. Así que volví al hostel. Estaba cansado, no en vano habían pasado muchas cosas ese día. Pero eso es precisamente lo que estaba buscando cuando planeé mi viaje.

4 comentarios:

Gabriel Puyo dijo...

¿Qué es vivir amigo? Vivir es que te pasen cosas, sentir el hálito de la mismísima vida correr por tus venas... vivir es la intensidad del viaje, la cotidaneidad vuelta intensidad...
eso y otras cosas es vivir, y a fe que tú, amigo, lo has hecho.

Un placer de nuevo leerte.

Abrazos.

Rufus dijo...

Coincido contigo Drazen. Eso es vivir. Pero muchas veces enchufamos el piloto automático, la rutina gobierna nuestras vidas y simplemente sobrevivimos.

Tyrannosaurus dijo...

Tus cronicas se han convertido en imprescindibles. Sin duda, son fiel reflejo de lo que has vivido estos últimos meses, y leyendolas uno parece sentir el viento azotando sin tregua en el Butt of Lewis o el tacto de esas playas de fina arena. Ademas, siempre aportando ese punto de vista personal lo que es toda una seña de identidad.
Espero que ahora que has aterrizado no caigas en la rutina, y que siga intacta tu inspiración literaria.

Rufus dijo...

Gracias Tyranno. Efectivamente, habrá que evitar caer en la rutina, que es uno de los mayores enemigos de la inspiración.