jueves, 17 de septiembre de 2009

El faro del fin del Mundo


Un día, paseando por Broadford vi con sorpresa la presencia de un camión de una empresa de marisco gallega en el aparcamiento del supermercado. Esa misma semana,el cocinero del hotel me comentó que había un cliente español y que me esperaba en la puerta. Hablé un rato con él y quedamos para tomar algo esa semana. El viernes fuimos con él y su compañero a echar unas cervezas. Lo mejor de estar en un lugar tan apartado y carente de compatriotas era que, siempre que me encontraba con un español, se produjera una gran complicidad. Supongo que en lugares como Edimburgo o Dublín será más difícil que esto suceda.
Se trataba de dos trabajadores de una empresa de Vigo que venían con regularidad a la Isla de Skye a cargar marisco para venderlo en España. Me comentaron que les salía rentable, ya que en Galicia la demanda supera la oferta y no dan a basto. Pero lo que más me llamó la atención es que uno de ellos había vivido unos meses en la Isla de Harris. Decía que, dado su mayor aislamiento con el "Mainland" (no hay puente,a diferencia de la isla de Skye), era un lugar bastante diferente y peculiar.
En un mundo cada vez más estandarizado, cuesta encontrar cosas diferentes. La isla de Lewis y Harris, en cierto modo lo es. Y ya puestos, me sedujo la idea de ir al lugar más apartado de un lugar, ya de por sí apartado. Así pues, mi elección para la única excursión que podía hacer en la isla fue el Butt of Lewis, el punto más septentrional de las Hébridas. También me comentó mi amigo vigués que en Lewis y Harris abundaban las playas de arena, las cuales costaba Dios y ayuda encontar en Skye. Pude comprobar en un mapa que cerca de mi destino había una playa de arena. Por ello podía matar dos pájaros de un tiro.
Tras un frugal desayuno en el hostel, tomé el autobús. Conforme subía al norte, aumentaba la desolación del paisaje y la sensación de estar en "el culo del Mundo". Esa sensación se acentuó nada más bajar del vehículo y ser recibido por un viento casi huracanado. Conmigo se apearon también Sue, una chica inglesa que también dormía en mi hostel, además de Erminio y Marcello, dos simpáticos transalpinos. En un medio hostil, la gente tiende a unirse. y eso hicimos, emprendiendo juntos la exploración de tan peculiar entorno. Primero fuimos a la playa. El viento lanzaba contra nosotros oleadas de arena, dando la sensación de que nos encontrábamos en plena tormenta de arena en el desierto. El esfuerzo mereció la pena, ya que la playa era realmente espectacular. Acostumbrado al desmadre urbanístico mediterráneo, me llamó la atención que una playa tan playa no contara con chiringuitos ni hoteles. Claro que no tienta mucho bañarse en aguas tan frías y con un clima tan poco cálido.
Posteriormente nos encaminamos al Butt of Lewis, extremo norte de la isla, donde hay construido un faro. Una caminata de una media hora por una carretera estrecha y desolada nos condujo a unos acantilados de una belleza dramática. El fortísimo viento acentuaba la sensación de desolación. Viendo ese faro allí, en un extremo de la isla, al borde de un acantilado y azotado por el viento, pensaba que bien pudiera haberse inspirado en él Jules Verne para su novela "el Faro del fin del Mundo".
Volvimos pateando hasta la parada de autobús, pero como aún teníamos tiempo, decidimos ir a Port of Ness, un pueblo cercano.Allí, aparte de una pequeña y curiosa galería de arte nos encontramos otra espectacular playa de fina arena, tras lo cual volvimos "a casa". Y llamo así al hostel, porque, por primera vez en casi cinco meses, tuve la sensación de estar en mi propia casa, tan acogedor era el establecimiento.
Por la tarde, amén de dar un paseo intentando abarcar todos los rincones de Stornoway, teníamos cita con los dos amigos del día anterior. A ellos y a Baptiste se sumó otro inquilino del hostel. Los cinco fuimos a un pub donde tuvimos una muy interesante conversación. Acabamos por definir cada uno nuestra idea de felicidad. En este caso, si esa charla tan profunda,con gente tan agradable no era la felicidad, poco le faltaba.

3 comentarios:

Gabriel Puyo dijo...

Maravilloso relato!

Dina dijo...

Como mola... te veo haciendo de guía turístico en cuatro días.

Por cierto, cuando te encuentras a otro español te alegras... si escucharas una jotica ¿llorarías? (joer, que curiosa estoy hoy)

Rufus dijo...

Gracias Drazen. Si en varios meses en el hotel apenas escribí fue porque mi vida era pura rutina. La inspiración viene cuando en tu vida empiezan a pasar cosas. Y en mi viaje de vuelta me han pasado bastantes.
Dina, cualquier cosa menos estar encerrado en la cocina. Seguramente si hubiera escuchado una jota en Skye me hubiera emocionado. Pero no sé que puede pintar alguien allí cantando jotas. Les van más los gaiteros.