viernes, 22 de agosto de 2025

BANGKOK: DESPEDIDA CON DOBLE...TE

 Me esperaba una jornada de viaje de más de 10 horas para volver a la capital. El billete combinado ofrecía un servicio de ferry hasta tierra firme. En el muelle de Chumphon nos iba a esperar un autobús que en un largo trayecto nos dejaría en Bangkok.

 Mientras el barco se alejaba del muelle de Koh Tao me invadió una ligera tristeza. Era mi despedida de la costa y las islas tailandesas con sus paisajes tropicales que iba a cambiar por el asfalto y el bullicio de Bangkok.

 El trayecto en ferry fue pecata minuta al lado de la kilometrada que tocaba hacer en el autobús. Afortunadamente, este era relativamente cómodo, y el viaje no se me hizo excesivamente pesado. Además, hubo una parada en un área de servicio para comer y de vez en cuando atravesábamos ciudades que despertaron mi curiosidad. Estas no eran muy turísticas. Tras el empacho de borregadas que me había metido, me quedaron ganas de conocer algo de la Tailandia más genuina. Pero eso tendrá que ser en otra ocasión.

 Lo normal tras un viaje tan largo, sería llegar al hotel y descansar. Ya habría tiempo para ello más adelante. Lo que me ocupaba la cabeza mientras nos el autobús nos dejaba en la zona de Pinklao, al oeste de Bangkok, era llegar a tiempo a la cita con mi amiga Biw, de la que ya hablé en anteriores entradas. En transporte público hubiera sido imposible llegar a tiempo, así que solo me quedaba el taxi. El primero al que pregunté se debió pensar que acababa de llegar al país, porque me pedía 1000 baths por la carrera. Para que se hagan una idea de la clavada, por un pelín más habría pagado el billete combinado que me había traído desde Koh Tao. Ni me molesté en regatear. Sí lo hice con uno que insistía en cobrarme 600, pero pude rebajar a 400 (unos 10 euros). No parece un precio excesivo, además teniendo en cuenta de que mi destino no estaba cerca. Pero con menos prisas podría haber rascado bastante más. 

 Más económico me había salido el alojamiento que, sin embargo, no presentaba mal aspecto. Además la habitación compartida era amplia y estaba poco ocupada. En tiempo récord, me adecenté, tomé otro taxi (esta vez a través de una aplicación y a precio tailandés) y llegué a mi cita. Hoy tocaba una coctelería. Estos lugares son para mí un sinónimo de beber poco y caro. Así fue esta vez. La cita fue muy agradable, pero me estaba empezando a preguntar las intenciones de mi amiga. Daba la impresión de que estaba interesada en pototear, pero también parecía que quería dilatar los tiempos. Normalmente, si en la tercera cita la cosa no pasa a mayores es una señal de que hay que buscar en otro lado. En mi caso, con el pragmatismo que me caracteriza, era consciente de que no tenía más ases en la manga, ya que el resto de contactos que mostraban interés eran servicios de compañía encubiertos. Pasar una velada con un hembrón de ese calibre, aunque no pasaran grandes cosas, era mejor que estar solo en el hostel o vagando por Bangkok.

 Así que la noche acabó sin grandes hitos que reseñar. Mi alojamiento resultó bastante competente y pude descansar en condiciones. 

 Amanecí en lo que iba a ser mi último día en Bangkok con la idea de quemar mis últimas naves. Mi vuelo salía a las 23:30, por lo que podría haber dejado mis cosas en consigna y ahorrarme la última reserva. Eso es lo que haría mi yo niunclavelista. Pero hay otro yo que lucha hasta el final y no da un balón por perdido. Se impuso el segundo. Y no solo reservé otra noche de alojamiento, sino que lo hice en una habitación doble con cama de matrimonio. Astuciosamente, comprobé que había una a muy buen precio en el mismo hostel. Con mi empatía habitual, en lugar de reservar a través de la aplicación, fui directamente a la recepcionista a preguntar para evitar que pagaran la comisión. Como quiera que me cobraban más, y yo con quien más generoso soy, es conmigo mismo, le mostré a la empleada el hecho de que podía reservar más barato en la aplicación. No como reproche, sino como signo de honestidad en la negociación. Así lo entendió ella, que me aplicó un descuento que nos complació a ambos.

Hay que amortizarla como sea

 Esa misma tarde había quedado para cenar con Biw. Pero viendo su actitud indecisa, trabajé a fondo en la aplicación de pototeo para amortizar mi recién estrenada habitación y sobre todo su amplia cama. Mis intentos fueron infructuosos, aunque estuve tentado de contratar a una profesional del amor de muy buen ver que estaba dispuesta a venirse al hotel por una tarifa ciertamente competitiva. Allí surge el dilema. Si invitamos a cenar a una mujer esperando una recompensa carnal ¿estamos siendo más correctos que pagando un precio tasado por un servicio sexual? No lo tengo claro. Pero lo que a estas alturas de mi vida me resulta evidente es que la segunda opción, además de tener menos incertidumbre, resulta más económica a la larga. Esta y muchas preguntas se me pasaban por la cabeza en un dilema con muchas aristas. El resultado es que en ese momento me decanté por rechazar el servicio y esperé conseguir por otros medios un final de viaje en el que se pudiera encarnar el amor que un país como Tailandia puede ofrecerme.

 Como aún quedaba mucho tiempo hasta la cena, salí a dar mis últimos paseos por Bangkok. La ciudad seguía siendo esa inmensidad caótica y frenética que me encontré a mi llegada. Pero yo no era el mismo. El temor y la cautela iniciales, tras casi tres semanas en el país habían dado paso a la confianza y la calma. Cruzaba la calzada entre los coches sin ponerme tenso, me había acostumbrado a los olores y ya me conocía muchas de las calles que estaba atravesando por última vez. 

 Acudí a una zona cerca del ya visitado Gran Palacio, donde pude comprar recuerdos a buen precio. Entre ellos un Buda pequeño al que venero cuando medito en casa. No quise irme del país sin probar el durián. Este fruto de gran tamaño y color amarillo es conocido por su penetrante y desagradable olor. Me acerqué a los puestos en los que vendían bandejas bastante grandes. Pero yo solo quería probar una muestra, así que le ofrecí 50 baths (1,5 €) a un tendero que me cortó un par de pedazos un poco más pequeños. Me sorprendió su sabor, bastante agradable, que apenas tenía nada que ver con su olor.

  Me despedí también de los templos budistas visitando uno que estaba por la zona. Se trataba del Wat Suthat Thep Wararan Ratchaworamahawihan. Se tarda más en leer su nombre que en visitarlo. A estas alturas del viaje ya no me llamaban mucho la atención. Para mi había sido mucho más significativo el haber estado 3 días meditando intensivamente e intentar mantener esa rutina en el tiempo que visitar un templo, que no es más que un edificio.

Enésimo templo

 Con el peso que en mi conciencia había dejado atentar esa mañana contra el noveno mandamiento, fui a visitar una rareza: una catedral católica en un país budista. La catedral de la Asunción es de un curioso estilo colonial, con elementos que me recuerdan al mudéjar. Los suaves colores del ladrillo con el que están construida contrastan con la solemnidad que suele impregnar la piedra de las catedrales católicas europeas. Al entrar en el templo, noté dos sensaciones. Una fue la de la calma y el recogimiento que tanto escasean en las bulliciosas calles de la ciudad. Y la otra, muy curiosa, fue la de "estar en casa". A pesar de gusto por la meditación y el budismo, y de no compartir algunos postulados de la Iglesia Católica, es parte de mi cultura y de mi forma de ser y manejarme por el mundo.

Catedral de la Asunción

 No quería abandonar el país sin darme un último masaje. Busqué un lugar cerca de mi ubicación y descubrí, con deleite, que en el barrio Chino se ofertaba una hora de masaje tailandés por 200 baths (unos 5 €), el precio más económico que había visto. Tiempo me faltó para acercarme por el lugar. El salón no estaba a pie de calle, sino en un piso. Para atraer a la clientela, las señoritas estaban en el portal anunciando el servicio. Cometí un pequeño pero craso error al acercarme a una mujer ya entrada en años a preguntar. Yo pensaba que se limitaba a informar, pero me llevó al local y fue la encargada de darme el masaje. En ese momento había alguna compañera en el portal que estaba de mejor ver, y hubiera sido más apreciada. Pero ya hubiera sido demasiado violento hasta para una persona tan poco dada al bienquedar como yo, decirle que quería que fuera otra señorita la que me diera el masaje.

 El niunclavelismo es un movimiento que no deja de extenderse. Eso explica que el local estuviera prácticamente lleno. Me invitaron a sentarme en un sillón y la mujer se puso manos a la obra. Yo ya llevaba un tiempo en Tailandia y había probado unos cuantos masajes para darme cuenta que eso no era un tailandés reglamentario. Este se hace tumbado en un futón, y no sentado en un sillón. Lo que me realmente me hizo la buena mujer fue un masaje de piernas y pies, y al final me dio un poco por detrás (hablo de los hombros y el cuello, no sean mal pensados). Teniendo en cuenta lo barato del masaje y el tute que le había dado durante el viaje a mis piernas y pies, di por bueno el "engaño" y por bien empleada la hora.

 Me vino bien haber reservado alojamiento ese día porque pude retirarme a descansar un rato antes de la cena. Mi amiga Biw había elegido un restaurante con vistas al río bastante aparente. La cena fue agradable y cordial, pero me daba la impresión de que los avances de anteriores jornadas se habían estancado y la situación había quedado en zona de trincheras. Eran mis últimas horas en Bangkok, había reservado una cama doble y tenía un hembrón con la que ya había tenido cuatro citas. Así que no me quedó otra alternativa que invitarla a pasar un rato en mi hotel y que saliera el sol por Antequera. Si algún día me muero, que no me quede con la duda. Pero la que no dudó fue Biw. Su respuesta negativa no admitía matices. Su argumentos, basados en que tenía que trabajar al día siguiente, serían defendibles si puedes ver a la otra persona cualquier día de estos. Pero yo me marchaba a 12000 km. Al final me quedó la impresión de que a la muchacha le serví de entretenimiento, más que otra cosa, aunque ella no paraba de repetir que buscaba "algo serio". La verdad es que gracias a ella conocí sitios muy interesantes para tener bonitas veladas. Y también es cierto que tampoco es que tuviera que renunciar a otras opciones por estar con ella. Pero el sabor de la derrota siempre es amargo. Aunque en ese momento descubrí una gran ventaja de ser rechazado por una mujer transexual. Si una mujer biológica lo hace, no hay consuelo posible, es desolador. Pero en este caso, conseguí mantener mi puerta a cero, lo cual es un logro importante en la segunda división, una categoría donde nadie regala nada.

La última cena 🙏🏼

 Con el rabo entre las piernas (las mías), volví a mi sobredimensionada habitación doble y recogí mis cosas. Aún me quedaba un rato para tomar mi vuelo. Con pocas ganas de patear Bangkok, me metí un rato en la aplicación de pototeo y saltó la sorpresa en las Gaunas. Una mujer con la que no había podido cuadrar cita, estaba vivamente interesada en quedar. Le comenté mi situación y me dijo que no le importaba acercarse a mi zona. No había conseguido entrar en la UEFA, pero aún me quedaba la Intertoto para arreglar mi temporada.

 Mis citas con Biw habían sido todas ellas en lugares con mucho glamour. En este caso fue todo lo contrario. Entramos en un Seven Eleven y nos tomamos unas cervezas en la calle. Todo tiene su encanto. Mi cita era una mujer de unos 45 años absolutamente sobrepasada por el estrés al que le somete su trabajo y que necesitaba un momento de evasión como el comer. Se bebió dos cervezones de medio litro y porque yo me tenía que ir, que si no, seguía. En cierto modo nos juntamos dos personas en busca de consuelo mutuo: yo por el rechazo de mi anterior cita, ella por una vida y una situación que la desbordaban. Me contó que tenía muchas deudas. Se veía obligada a trabajar muchas horas y aun así apenas le daba. Además estaba separada y con una hija a su cargo.

 Su actitud, mucho más llana y humilde que mi anterior cita, me gustó mucho. No me atrajo tanto su físico, lo cual me dio que pensar. ¿Es más atractiva la feminidad que la condición de mujer? En todo caso, aunque fuera por motivos espacio-temporales, mi última cita no podía dar mucho de sí. Mi vuelo no iba a esperar, así que me despedí de ella con un cálido abrazo, y tomé el metro para ir al aeropuerto.

 El vuelo de vuelta, a diferencia del de ida, no tuvo incidencias reseñables. Esta vez visité el aeropuerto de Amán de día. Sus enormes ventanales ofrecían en lontananza el embrujo del desierto. ¿Futura visita?

 Y así concluyó mi periplo de casi tres semanas por Tailandia. Un país bendecido por la madre naturaleza. Con muchísimos lugares dignos de visitar, unos precios muy competitivos y unas gentes dotadas de un carácter afable y hospitalario. En el otro lado de la balanza, nos encontramos con una cierta masificación en lugares turísticos, y como consecuencia de ello, una pérdida de inocencia en la visión que tienen los locales de los turistas. En definitiva, un destino cómodo, seguro y muy agradecido para el viajero, aunque ya bastante vulgarizado. Si vuelvo, será a zonas menos explotadas y más genuinas.

miércoles, 20 de agosto de 2025

KOH TAO: BUCEO SOMERO Y HOSTEL CLAVELISTA

 Para completar mi trilogía maña de los Kohs (había estado en Koh Samui y Koh Pha Ngan), solo me faltaba la isla de Koh Tao. Lo apretado de mi calendario solo me concedía un día para visitarla. Para maximizar tan escaso lapso temporal, reservé un tour de snorkel alrededor de la isla, que empezaba a las 10 de la mañana. Contaba con llegar a tiempo, ya que, aunque la hora prevista del ferry eran las 9:30, el punto de encuentro estaba muy cerca del muelle. 

 También tuve que ocuparme de reservar alojamiento. Esto fue un poco más complicado. A pesar del gran número de establecimientos de todo pelaje, muchos de ellos ofertaban precios astronómicos. Conseguí una reserva en uno a un precio medio decente, pero cuando me llegó la confirmación me di cuenta de que iba a ocupar una habitación femenina. En España, y tal y como están las cosas, me podría haber sentido mujer por esa noche y hubiera colado, pero no sé si el Tailandia son tan chupiguais. Así que tuve que cancelar la reserva y buscar otro. Casi 30 euros me costó la broma por una habitación de hostel. Solamente en Suecia había pagado tanto por un cuarto compartido. ¿Valdría la pena?

 Un breve paseo desde el hostel de Thong Sala me dejó en el muelle. El ferry partió con unos 10 minutos de retraso, lo cual me inquietó un poco. Mi margen menguaba peligrosamente. El resto del viaje transcurrió sin novedad, hasta que nos acercamos a las costas de Koh Tao. A esas alturas iba muy apurado para alcanzar mi tour, pero confiaba en llegar a tiempo. En ese momento, el barco empezó a virar al oeste para mi sorpresa y desesperación. En lugar de ir directamente al muelle de Koh Tao, se dirigió antes al islote de Nangyuan para recoger y dejar pasajeros. Que sí, que es muy bonito y tal, pero a mí me estaba matando ese giro de guión. 

 Ante mi ya seguro retraso, contacté con la agencia del tour. Me dijeron que fuera cuanto antes a la oficina, a ver qué podíamos hacer. Me coloqué estratégicamente de los primeros para salir del ferry y desplegué mi poderosa zancada por las calles del pueblo para llegar a la oficina con evidente retraso. A pesar de las prisas, no pude dejar de observar y sorprenderme por lo bullicioso del lugar, muy alejado de la idea que tenía de una isla perdida y calmada.

 En la oficina me comentaron que el tour había partido sin mí, pero me ofrecieron sumarme a otra expedición a mediodía, de similares características. Esta era un poco más cara, pero solo me hacían pagar la diferencia. Ni tan mal.

  Me dirigí al albergue a dejar mis cosas, ya que aún no podía tomar posesión de mi pieza. Por el precio que había pagado me esperaba un recibimiento con todos los honores. Pero me encontré con una empleada un tanto pasota que, como gesto de magnanimidad me permitió dejar mi mochila en el suelo y me dijo que volviera más tarde a hacer el check-in.

Playa Kohtaoense

 Aún me dio tiempo a dar un voltio por la isla antes del tour. A las afueras del pueblo había una zona un poco más tranquila, con unas playas bastante competentes y muchas academias de buceo. No en vano Kho Tao es uno de los lugares del mundo donde más barato sale sacarse la licencia de submarinismo en aguas abiertas. Pero si luego te gastas fortunas en dormir, ya no sé si cubica tanto. En todo caso, y hasta nueva orden, yo seguiré tan feliz con el tubito y las gafas sin meterme en muchas profundidades.

 A la hora convenida, esta vez sí, me presenté en la oficina. Tras la pertinente identificación y reparto de equipos de buceo básicos, nos montamos en una furgoneta para recorrer los apenas 150 metros que nos separaban del muelle. Para que luego digan que hay una epidemia de obesidad...

 La primera escala del tour fue la ya mencionada y en principio odiada isla de Nangyuan, que había sido la causante involuntaria de mi retraso matinal. No mejoró mi impresión que hubiera que pagar 200 baths por visitarla y que además contara con una afluencia de visitantes que me recordó a la borregada de Phi Phi. Pero una vez que se dispersó la turistada, pude darme cuenta de que estaba viendo una maravilla de la naturaleza. Se trata de dos pequeños islotes unidos por una manga de arena,  que están junto a otra pequeña isla. Nosotros solo teníamos acceso a las dos primeras. Pero era suficiente. En una de ellas se puede subir a un mirador que ofrece unas vistas impresionantes. Podría seguir con la descripción, pero lo mejor es que les ponga algunas fotos para que se hagan una idea.


                                Isla de Nangyuan😍

 La playa era una especie de Manga del Mar Menor a pequeña escala, pudiendo bañarse a ambos lados de la misma. Aproveché para hacer algo de buceo. Algún pececillo se veía, pero en este caso, la enjundia estaba más fuera del agua que dentro. 

¿En qué océano me baño?

 El resto de la jornada transcurrió a bordo del barco, que hizo un recorrido alrededor de la isla de Koh Tao parando de vez en cuando para hacer una incursión submarina. En una de ellas se nos presentaba la oportunidad de ver tortugas gigantes. A pesar de que ya había hecho esta actividad en las Filipinas, me hizo mucha ilusión cuando pude volver a bucear en compañía de estos simpáticos y entrañables quelonios. Además nos hicieron una foto submarina posando ambos, que si encuentro algún día, será adjuntada a la entrada como complemento visual.

 El tour también incluía una comida a bordo tipo buffet que no estuvo nada mal. Así que se puede decir que había podido salvar la jornada a pesar de que empezó a torcerse de buena mañana. 

El golfo de Huesca surcando el Golfo de Tailandia

 El buen humor que traía después de la actividad se disipó cuando pude ver en qué se habían invertido mis casi 30 euretes. Se trataba de una habitación con 8 camas en forma de litera y un baño en el que la ducha no paraba de gotear. Correcto sin más, pero bastante más cutre que la media de los que había utilizado en Tailandia. Y además no tenía cocina ni salón para sociabilizar. Para eso estaba el bar del hostel en la planta baja, que hacía las veces de recepción. Pero yo no pensaba dejarles más dinero de lo que me habían sableado ya. Esa fue la razón para que buscara una cena económica. Y nada más niunclavelista en Tailandia que acudir a un 7 Eleven, comprar un plato precocinado, prepararlo allí mismo y comerlo fuera sentado en la acera. Turismo de alpargata extremo. Y lo que me gusta...

 En la habitación del albergue no se podía estar, ya que se escuchaba contundentemente el ruido de los baretos de la calle de marcha. Así que no me quedó otra que deambular por el pueblo hasta que, al filo de medianoche, se hizo el silencio. Entre mis compañeros de habitación reinaba la sensación de que nos habían tangado el dinero por ese cuchitril. Aun así, una pareja, sin negar la clavada, estaban de lo más contentos. Habían pasado una noche anterior en otro alojamiento de la isla muy apartado sin ningún tipo de servicio, y este les parecía casi el Marriot en comparación. Todo es relativo en esta vida.

  Las actividades acuáticas cansan el cuerpo y relajan, por lo que pude descansar razonablemente bien. Teniendo en cuenta lo que había pagado, no me estaba permitido dormir mal. A la mañana siguiente me tocaba abandonar la isla. No tenía más días y tampoco humor para que me siguieran timando a cuenta del alojamiento. Mi periplo por Tailandia se iba acercando a su fin. Pero tenía asuntos pendientes que aún tendría que abordar.

El viaje estaba llegando a su ocaso

martes, 19 de agosto de 2025

THONG SALA: MEJOR EL POLLO QUE LOS GRILLOS

  Aprendiendo de mis errores previos, había seleccionado cuidadosamente mi siguiente destino. Buscaba una ciudad tranquila y con cierto encanto local. Pero a diferencia de Krabi, quería que tuviera playa. Todo ello me ofrecía Thong Sala que, a pesar de tener la condición de capital insular, se trata de un lugar bastante apacible. Y para asegurar el tiro, procuré reservar alojamiento en una zona tranquila, apartada de los lugares de ocio. Algo de morriña debía estar sintiendo en esos momentos, porque una de las razones que me llevó a elegir ese hostel es que estaba regentado por españoles. Por ello, el proceso de adaptación a mi nueva morada se simplificó muchísimo, y a los pocos segundos de pisar el local, ya me sentía como en casa.

 Cuando estoy en un albergue, suelo aprovechar la cocina para hacerme la comida y ahorrar algo de dinero. Pero en este caso, teniendo en cuenta lo barato que es el país, no valía la pena. Dejando aparte la posibilidad de probar platos locales y bien cocinados. Fue el caso de un pollo con salsa de coco con el que me obsequié en un mercado local. Muy sabroso y con el toque justo de picante. Tenía tan buena pinta que incluso un joven turista me preguntó por él y al rato vi como pedía el mismo plato para él y su pareja. 

Suculentos manjares

 Si han leído mi anterior entrada, recordarán que ese mismo día por la mañana, había tenido una cita que, pensaba yo, había pasado sin pena ni gloria. Pues no debió pensar lo mismo la mujer, porque me escribió a mediodía diciéndome que también había ido a la ciudad para ayudar a una amiga suya en un salón de masajes. Me sugirió que fuera a visitarlas. Aunque la cita no había acabado de cubicar, valoré el interés y acudí al lugar. El salón de masajes estaba situado a las afueras, junto a una carretera. Con esa posición tan poco estratégica, es normal que me encontrara a las dos masajistas cruzadas de brazos echándose una cerveza en la puerta del local. Si mi cita hablaba poco inglés, su amiga ni siquiera lo chapurreaba, por lo que la comunicación se tornó harto difícil. Nos pudimos apañar haciendo uso del traductor. Ya que estaba allí, me ofrecieron un masaje. Afortunadamente, contaba con la coartada (real) de que esa misma mañana me había hecho uno en Haad Rin.

 Como por allí no aparecía un cliente ni de casualidad, ya no era necesaria la presencia de mi amiga, por lo que anunció su marcha. Tuvo el detalle de acercarme al centro en su moto. Cabe aclarar que ni los estándares de seguridad ni el orden del tráfico son similares a los europeos, por lo que el breve recorrido a lomos de su moto no estuvo exento de temor. Aprovechando el paso por un mercadillo gastronómico que pillaba de camino, y por el que de repente me mostré vivamente interesado, me despedí de mi amiga. 

 El lugar, aparte de haberme salvado de un posible accidente de tráfico, estaba bastante animado. Aparte de las delicias culinarias, contaba con puestos de venta de objetos de todo tipo y un escenario para actuaciones. De entre todos estos aspectos, el que más me llamó la atención fue un puesto de venta de insectos fritos. Como yo no soy muy partidario de la Agenda 2030, eludí los cantos de cigarra y preferí degustar otras alternativas más tradicionales. Como por ejemplo, unas fresas traídas de Chiang Rai, nada baratas, pero deliciosas (probablemente más que los grillos fritos).

¿Hace una bolsa de gusanitos?

 Ya estaba atardeciendo y me acerqué a la playa de la ciudad. Su ambiente tranquilo, ideal para darse un paseo reflexivo, contrastaba con el bullicio de una calle paralela, repleta de puestos de comida y bebida. En mis paseos por las ciudades tailandesas, apenas daba descanso a mi aparato digestivo, las tentaciones eran constantes.

Ocaso en Thong Sala

 Seguí explorando la ciudad para acabar encontrándome un pabellón (más bien una nave industrial adaptada para la ocasión), donde se celebraba un combate de Muay Thai. Esta variante del boxeo es un auténtico deporte nacional. Aunque ya había empezado la velada, estuve tentado de entrar para saciar mi infinita curiosidad. Pero unos precios bastante clavelistas me disuadieron.

Muay thai: mejor no acercarse demasiado

 Acabé mi recorrido por la ciudad de Thong Sala recorriendo la calle de marcha, porque era solo una. Había bastante ambiente, mayoritariamente de turistas. Sin muchas ganas de sumarme a su diversión, me retiré al hostal. Al día siguiente me tocaba madrugón para abandonar Koh Pha Ngan. Me daba la sensación de que no le había podido sacar mucho partido. La isla tiene bastantes lugares con encanto, pero apenas son accesibles con transporte público. Lo ideal para visitarlos es alquilar una moto, pero tras mi fallida experiencia en Filipinas, lo descarté por completo. También se puede alquilar un taxi, pero como todos ustedes saben, me preocupa mucho la huella de carbono y estos vehículos la dejan muy grande. Tuve el consuelo de visitar la zona de las Fiestas de la Luna, que no me dijo gran cosa, y la capital, Thong Sala. Esta sí me pareció una ciudad interesante. Tranquila, pero con los suficientes alicientes para estar entretenido uno o dos días.

 Aún tuve tiempo para charlar con uno de los propietarios antes de dormir. Me contó su historia de cómo llegó allí y me manifestó algo que yo empezaba a intuir. Mientras la Unión Europea, y concretamente España, son dinosaurios a los que les cuesta moverse entre una maraña burocrática, Tailandia es un país dinámico y en plena efervescencia, donde se dan muchas más facilidades a la hora de crear negocios. O mucho me equivoco, o los tailandeses, a los que hasta ahora hemos mirado por encima del hombro y con cierta condescendencia, nos pasarán por la derecha antes de que lo pensemos, y no habrá quien los pille.

martes, 12 de agosto de 2025

A LA LUNA DE TAILANDIA

 En un intento de restablecer la imagen que me había hecho de  Koh Samui la jornada anterior, había reservado un tour en furgoneta que prometía enseñarnos en una mañana los lugares imprescindibles de la ínsula.

 Antes de partir, quise probar la playa que estaba junto al albergue. Presentaba un intenso oleaje, y una mujer que paseaba por allí me recomendó no meterme al agua. Le hice caso a medias, porque me di un baño, pero lo hice en zonas someras, extremando la precaución y por muy poco tiempo.

Playa de Chaweng. Cuidadín con ella...
 Cumplido el trámite, volví al hostel para recoger mi petate y esperar a la furgoneta del tour. Como suele suceder en estos casos, antes de empezar a ver la "chicha", el vehículo dio unas cuantas vueltas por la zona recogiendo al personal. Todos ellos eran gente alojada en establecimientos con más caché que el mío. Pero una vez en ruta, todos somos iguales a los ojos del Altísimo.

 El primer hito del día fue el templo Wat Plai Laem, con influencias chinas y en el que destacaban dos enormes estatuas, una dedicada a la diosa Guan Yin, que cuenta nada menos con 18 brazos, y la otra a un Buda despreocupado y feliz a pesar de su evidente sobrepeso.

Será por brazos...

 Y si el primer Buda era obeso, el segundo al que fuimos a visitar, era enorme. Nada menos que 12 metros de altura gastaba el angelito. Y por si no se le viera poco, estaba en lo alto de una colina a la que se podía acceder por unas escaleras. Turistada total, con decenas de tiendas de recuerdos, pero buenas vistas sobre la bahía.

Peazo Buda

 Tras estas dos visitas sagradas, la siguiente iba a ser profana y si me apuran hasta obscena. Se trataba de unas rocas en una playa que recuerdan a un símbolo fálico. Hace unos años, me hubiera hecho gracia.

Riéndome por lo bajini🤭

 Un poco más serio fue el siguiente hito: un templo chino dedicado a Guan Yu, un general del año de la polca al que habían dedicado una estatua de amenazador aspecto, tanto por su tamaño (no le iba a la zaga al del Buda ya visitado), como por su expresión de furia, aumentada por el color rojo de su piel. El templo en sí era curioso, de un estilo distinto a los habituales en Tailandia.

Acojona...

 La parte más "friki" del tour fue la visita a un templo que exponía un cadáver. Se trataba de un monje que se pasaba largos periodos meditando. En uno de ellos, que fue muy prolongado, cascó el buen hombre. Y su cuerpo quedó entre dos aguas. "Ni pa ti, ni pa mí". Y así ha permanecido, en un estado momificado pero no se acaba de descomponer. Tanto buscar la iluminación para acabar siendo expuesto como un mono de feria. ¿Estará descansando en paz?

Por suerte, el reflejo no deja ver lo que hay dentro de la vitrina

 Como colofón a nuestro periplo, visitamos un cascada bastante aparente, aunque no apta para el baño. Junto al aparcamiento había unos cuantos elefantes a los que se podía dar de comer y hacer pequeños recorridos montado en ellos. Daba un poco de pena verlos allí encerrados. De hecho, es una práctica en entredicho, y en muchos lugares del país se ofrece una experiencia con este tipo de animales en los que están mucho más libres.

Pobrecico...😢

 Había sido entretenido y variado, pero el tour tampoco me había emocionado mucho. Se enseñaban las típicas cosas para turistas, casi ninguna con mucha solera y autenticidad. Pero en mi caso, sin tiempo y sin transporte propio, fue una buena opción para hacerme una idea de la isla de Koh Samui. Por lo que pude ver, es un lugar tranquilo, para gente pudiente. Me gusta lo primero, pero no cumplo con lo segundo, así que tocaba seguir explorando para encontrar mi lugar ideal.

 Aún tenía un poco de tiempo antes de embarcar a mi siguiente destino, por lo que acudí al mismo restaurante del día anterior. Decidí darle otra oportunidad a la ensalada de papaya. Esta vez se apiadaron de mí, por lo que apenas tenía picante y la pude degustar sin problemas.

 A primera hora de la tarde, una furgoneta me recogió y tras dar unas vueltas por la ciudad haciendo lo propio con otros viajeros, nos llevó a un pequeño muelle. Era un lugar con cierto encanto y muy apacible. Nada que ver con el caótico y bullicioso lugar donde había puesto el pie en la isla el día anterior. 

 Tras una relajada espera, nos embarcamos en un pequeño ferry que, en poco más de una hora, nos dejó en otro muelle bastante minimalista. Estábamos en la isla de Koh Pha Ngan, en su parte sureste. Se trata de la zona de Haad Rin. No sé si este nombre les dirá algo a ustedes. Pero si les menciono las Fiestas de Luna Llena o "Full Moon Party", quizá empiece a sugerirles algo. En una playa de la zona se celebran estos populares festejos en los que la gente se pasa toda la noche bebiendo y bailando.

 Según la astronomía, solo hay una luna llena cada 28 días. Pero esto les debió parecer poco a los hosteleros de la zona, que posteriormente lanzaron la "Half Moon Party" (Fiesta de la Media Luna). No contentos con ello, hacen la fiesta del día anterior y posterior a ambas fechas. Y cuando llegué yo, que no coincidía con ninguna efeméride mencionada, se promocionaba la "Fiesta del Faro". En resumen, se trata de un destino de turistas fiesteros. Yo ya había tenido bastante con Chaweng Beach. Pero como no había encontrado otro ferry a Koh Pha Ngan, me tuve que tragar este también.

Hostel de enjundia

 A pesar de que el hostel que me había tocado en suerte no tenía mala pinta, incluyendo piscina, mi objetivo era salir de allí lo antes posible. Pregunté en la recepción por un transporte a la capital para la mañana siguiente. Me dijeron que a las 12 pasaba una furgoneta por la calle comercial y que "quizá tendría sitio". Los quizás no me valían, así que recorrí el pueblo hasta que en una agencia contraté el transporte para el día siguiente, esta vez sin ningún género de dudas. Ya podía explorar la zona con calma.

 Mi objetivo era visitar la playa donde hacen las fiestas lunares. Con mi proverbial sentido de la orientación, acabé en una playa privada de la que pude salir, no sin cierto azoramiento. A la segunda fue la vencida y pude llegar a la enorme playa. Un gran número de garitos cerrados o medio vacíos daban una idea de lo que se puede montar aquí en las fechas (cada vez más) señaladas. A falta de una fiesta de luna entera, media, o cuarto y mitad, y sin mucho que hacer por la zona, me retiré a dormir. El ambiente del hostel, formado sobre todo por mochileros fiesteros, no me daba mucho pie a la socialización.

Celebrando los 2/7 de luna

 A la mañana siguiente fui a ver la misma playa de día. Su aspecto, un tanto descuidado, y la marea alta, empeoraron la impresión de la noche anterior. Pero había otra razón para volver a ese lugar. La página de pototeo había dado sus frutos e iba a conocer a una chica que vivía junto a la playa. No duró mucho la cita, ya que la chica tenía cosas que hacer esa mañana. Tampoco se puede decir que hubiera mucha química (su inglés era casi tan pobre como mi tailandés). Pero en todo momento reinó la cordialidad. Nunca está de más. Uno nunca sabe cuándo se puede volver a cruzar una persona en el camino.

Resaca tras la fiesta

 Aproveché el resto de la mañana para explorar el área y no quise abandonar el pueblo sin intentar restablecer la mala experiencia que había tenido con el masaje de Chaweng Beach. Esta vez me aseguré de que el atractivo de las empleadas se mantuviera dentro de lo razonable y contraté un masaje de media hora que cubría la zona de la cabeza. Había escuchado que esta modalidad es altamente relajante. Y así fue. En una persona cuya mente no para quieta un momento, con la tensión que ello genera, nada hay más agradable que notar como esas tensiones a las que está sometida su cabeza se van disolviendo. Y más si no hay que estar pendiente de sortear intentos de ofrecer servicios extra. Muy recomendable. 

 Salí tan "empanado" del local, que fui confiado a una agencia para tomar el transporte. Ante la sorpresa de la empleada, me di cuenta de que la agencia donde había contratado el viaje estaba a 100 metros y esta era otra, muy parecida, eso sí. La proverbial amabilidad tailandesa hizo que este despiste se quedara en una simpática anécdota. Ya en el lugar correcto solo tuve que esperar un ratito y partir en busca de aventuras en otro lugar de la isla. Este no me había cubicado, a pesar de que, como ha quedado claro, acostumbro a estar en la Luna.

lunes, 4 de agosto de 2025

PLAYA CHAWENG: CEDIENDO A LOS CANTOS DE SIRENA

  El viaje que por un módico precio había reservado la noche anterior, incluía transporte individual desde mi hotel a un autobús, trayecto por carretera hasta un muelle y pasaje en ferry hasta la isla de Koh Samui, que iba a ser mi siguiente parada.

 Hasta ese momento, mi periplo por Tailandia había estado presidido por el buen tiempo atmosférico. Pero a ese día le dio por llover. Puestos a hacerlo, que me pille dentro de un autobús, como así fue. El viaje, de unas tres horas, incluía una parada en un área de servicio donde pude almorzar a precios de risa y contemplar una curiosa escena: un gato durmiendo plácidamente sobre unos paquetes de galletas en una tienda, sin que al dueño pareciera importarle. 

Aquí hay gato no encerrado

 El trámite para tomar el ferry fue bastante tedioso. Al llegar a la zona de embarque nos encontramos una cola de enjundia, que apenas avanzaba. Nos habían dado un billete para tomar el barco media hora después, pero en la terminal nos informaron de que el billete se podía usar en el siguiente ferry al que pudiéramos acceder. Así que poco a poco nos fuimos acercando y pudimos embarcar con bastante retraso sobre la hora prevista. Pero en Koh Samui no me esperaba nadie, así que no fue un gran problema. 

 Más breve, y mucho más agradable que la espera fue el trayecto en ferry hasta Koh Samui, toda vez que la lluvia había cesado y pude estar en cubierta y observar las bonitas vistas que nos ofrece el Golfo de Tailandia (a mí no me miren, que soy de Huesca).

 El barco nos dejó en el muelle de Nathon, en la parte oeste de la isla. Como en mis viajes me gusta complicarme un poco la vida, mi alojamiento (Chaweng Beach) estaba en la parte este. Así que aún me tocaba encontrar transporte. Varios taxistas se me ofrecieron a precios astronómicos. Buen chico yo para gastarme fortunas en taxis. Así que estuve dando vueltas por el muelle hasta que encontré una furgoneta apropiada para mis propósitos. No se puede decir que el trayecto en el atestado vehículo fuera muy cómodo, pero salió bien de precio, y me dejó en la puerta de mi alojamiento. 

 Cual si de un movimiento pendular se tratase, tras haber estado en un lugar tranquilo y sin playa como Krabi, elegí Chaweng Beach por todo lo contrario, tener playa y mucha animación. Y además mi alojamiento estaba situado al comienzo de la calle principal, donde se desarrollaba la marcha nocturna.  Por si esto no fuera poco,  se encontraba a un paso de la playa. Mi talento natural había dado sus frutos, la jugada prometía ser perfecta.

 El establecimiento elegido no se salía de la humildad que preside mis viajes, pero en este caso tenía un punto de originalidad. Se trataba de un hotel-cápsula, modalidad que ya había probado en Filipinas, con buenos resultados. Aunque pueda parecer un poco claustrofóbico pasar la noche en un habitáculo tan reducido, tiene la ventaja de que ofrece mayor grado de intimidad que las habitaciones comunes convencionales. Eso sí, el acceso a las cápsulas es un poco complicado y no es una modalidad muy adecuada para periodos prolongados de tiempo. 

Minimalismo habitacional

 Lo primero que hice una vez tomada posesión de mi limitado habitáculo fue darme un paseíto hasta la playa. Aunque tenía cierta belleza, no se puede decir que fuera práctica. No era muy ancha, presentaba un oleaje fuerte y apenas había gente paseando por ella, estando huérfana de bañistas. 

Playa Chaweng

 Tras la fugaz incursión playera, recorrí la calle principal de la localidad, en la que abundaban los baretos, restaurantes, tiendas de recuerdos, salones de masaje y casas de cambio.  Ya se acercaba la hora de cenar, pero yo no lo quería hacer a precio de turista, por lo que volví sobre mis pasos y busqué una zona más humilde. El largo paseo dio sus frutos, ya que pude encontrar un restaurán con bastante buena pinta. En él se ofertaba pescado a la parrilla de gran calidad y precio más que razonable.

La única alegría que me dio Chaweng

 Con energías renovadas, volví a la calle mayor. Este paseo me hizo darme cuenta de que lo que es deseado por la mayoría, no tiene por qué ser bueno para mí. Mientras paseaba por la concurrida y ruidosa calle sorteando a las masajistas o camareras que me reclamaban, y viendo los turistas borrachucios, llegué a la conclusión de que ese no era mi sitio, y cuanto menos tiempo pasara en él, mejor.

 Astuciosamente, solo había reservado una noche en la ciudad, por lo que lo único que tenía que hacer era conseguir transporte para pirarme de allí al día siguiente y seguir con mi viaje. Las alarmas saltaron cuando pregunté en una agencia y no tenían hueco para el ferry del día siguiente. Tras un rato de búsqueda, lo único que pude conseguir fue un billete para un barco que zarpaba la tarde del día posterior, pero que no se dirigía a la ciudad que quería visitar, sino a una localidad más a desmano. Ya me apañaría. Lo único que tenía claro es que no quería pasar otra noche allí.

  La jornada estaba siendo menos plácida de lo esperado. No podía quedarme con este sofoco, por lo que busqué un lugar donde recibir un masaje tailandés. Hasta ahora, mis dos experiencias habían sido con un hombre de más que mediana edad y un jovencito invidente. Era claro que ya me tocaba una fémina. Y ya puestos, que estuviera de buen ver. Así que me animé a visitar un salón donde la más fea hacía relojes. Me las prometía muy felices mientras esperaba que la joven y atractiva tailandesa que me había tocado empezara el masaje. Pronto me di cuenta de que había cometido un pequeño pero craso error. La belleza de la mujer no iba pareja a su maestría, que sin embargo era incluso superior a su actitud. El pasotismo con el que ejecutaba sus movimientos contrastaba con el énfasis en ofertarme onerosos servicios adicionales que poco tienen que ver con el masaje tradicional tailandés. En un momento de descuido, y sin previo aviso, sufrí un cambiazo. Generalmente estas situaciones son para peor, pero sorprendentemente no fue así en este caso. Mi masajista salió de la cabina, escuché una conversación, y tras un par de minutos, apareció otra damisela para continuar con la faena. Mi nueva masajista era más recatada que la anterior, y sin que se pueda decir que tuviese un don para el masaje, sí se esmeró más que su compañera e incluso me dio algo de conversación. Cuando creyó que había bajado la guardia, imitando a la anterior, volvió a la carga con los servicios extra, que volví a rechazar ya un poco molesto. Aun así me pude relajar un poco durante el masaje hasta que la amable señorita lo dio por concluido. Ciertamente, el relevo había mejorado la paupérrima impresión que me había dejado la primera parte del masaje. Pero ello no impidió que me diera cuenta de que apenas habían pasado 35 minutos desde mi entrada en tan incómodo lugar, habiendo contratado una hora. Una persona más belicosa que yo, hubiera protestado para prolongar el masaje y completar el tiempo abonado. Pero yo quería salir de allí lo más pronto posible. Me daba mal rollo el sitio y, aunque solo me había encontrado con mujeres jóvenes en el local, no descartaba que hubiera algún individuo oculto más amenazador rondando por el lugar si las cosas se ponían feas. 

 Mientras me estaba vistiendo con toda la presteza que la situación requería, volvió mi masajista dos y me dijo algo que no entendí (o quizá no quise entender). Usó su celular a modo de traductor y me pidió una propina por "haber cuidado de mí tan bien". Pocas cosas hay tan incómodas como recibir la exigencia de una propina tras un servicio, y más si este no ha sido satisfactorio. No dudé ni un instante en rechazar la petición, explicándole que había contratado una hora y apenas había llegado a la media. Pude ver la decepción en su rostro, mientras me preguntaba hasta que punto esta solicitud y las de índole sexual que me había hecho habían sido voluntarias o exigencias de la empresa. En todo caso pude salir del lugar y despedirme de las empleadas en una escena aparentemente cortés, pero dotada de una tensión que se podía cortar con un cuchillo.

 No salí del local con muchas ganas de meterme en una cápsula a dormir, por lo que volví a darme un garbeo por la calle principal. Tampoco es que hubiera mucho más que hacer por allí. Esta vez me limité a andar con paso firme sin apenas desviar la mirada hasta llegar al final de la calle (muy larga, por cierto) y volver. En algunos tramos me recordaba a la ya visitada Soi Cowboy de Bangkok, lugar de inquietante recuerdo. Así que no es extraño que apretara el paso por momentos, buscando la seguridad que me iba a dar mi alojamiento.

La Calle de los Horrores

 Por si no hubiera tenido bastante con los decibelios que dominaban la zona, las cápsulas contaban con un ventilador que no enfriaba mucho, pero que hacía un ruido bastante molesto. Mi compañera del piso inferior hizo buen uso del mismo, lo cual dificultó mi sueño, pero no lo impidió. Los cantos de sirena de la fiesta, la belleza y la juventud me habían desviado de mi camino. ¿Sería capaz de emular a Ulises y conducir mi nave a buen puerto?

martes, 8 de julio de 2025

PHI PHI: BAJO LOS TURISTAS, LA PLAYA

 Si algo ha caracterizado mi viaje por Tailandia, es que se ha ido gestando sobre la marcha. Me gusta la idea de adaptar mis rutas y paradas a las sensaciones que voy experimentando. En cambio, el problema de no tenerlo todo atado es que planificar  al paso es más incómodo que hacerlo tranquilamente desde casa. 
 Mi alojamiento de Krabi, sin ser para echar cohetes, había sido aceptable. Pero solo había reservado dos noches, y necesitaba una tercera. Probé suerte, pero estaba completo. Así que busqué otro de parecido o inferior precio, que estuviera a una distancia caminable. No hubo mucho problema, porque hasta en una ciudad tan sosainas como Krabi no faltaban lugares donde pasar la noche. 
 El único problema es que mi nueva habitación no se podía ocupar hasta las 2 de la tarde, y tenía planeada una excursión que me abarcaba todo el día. Así que me presenté en mi hotel y les pedí que me guardaran la mochila, a lo cual accedieron sin problema, pero sin mucho interés. La dejé en el suelo al lado del mostrador y el empleado no hizo ningún ademán de meterla en un cuarto de maletas o similar. Sin mucho tiempo que perder, volví a mi antiguo hostal, desde donde había apalabrado mi recogida.
 Esta vez, la furgoneta nos dejó en Ao Nang Beach, la localidad que ya había visitado el día anterior. Un improvisado tenderete comercial atendía a los diferentes tours que nuestra compañía iba a fletar. A lo largo del paseo marítimo se producían escenas similares con otros operadores. No íbamos a estar solos en las cálidas y hermosas aguas del mar de Andamán.
 Mientras hacía tiempo hasta nuestra partida, me di cuenta de que una pareja de jóvenes observaba con curiosidad mi flamante camiseta de la S.D. Huesca con la Cruz de San Jorge. Resultó que eran paisanos míos, la chica de Barbastro, y el chico, de Monzón. Somos pocos, pero nos dejamos notar.
 Nuestro destino eran las islas Phi Phi. Bajo un nombre tan pueril, se esconde uno de los archipiélagos más pintorescos con los que cuenta Tailandia. Aunque lo de esconderse, como voy a dejar claro unos párrafos más abajo, no le ha acabado de salir bien. 
 A diferencia de las islas de la jornada anterior, las Phi Phi están situadas a una considerable distancia de la costa. No fue problema para nuestra potente lancha que, en un agradable paseo de unos 30 minutos nos dejó en la proximidades del archipiélago. 
Solaz en las Phi Phi
 La visita propiamente dicha comenzó cuando la embarcación se metió en una bahía que casi formaba un lago en el interior de una isla, rodeada por acantilados. La estampa tan increíble, se vio ensombrecida por dos aspectos: la gran cantidad de barquitos que nos acompañaban y que el patrón nos ofreciera montar en una barca más pequeña para recorrer la bahía pagando un extra. El niunclavelismo fue la nota dominante en nuestra expedición, por lo que nos quedamos amarrados en una parcela de agua limitada, donde pudimos nadar y hacer un poco de submarinismo, aunque no se veía gran cosa. 
 Después nos tocaba el plato fuerte de la excursión: la visita a Maya Bay, hermosísima playa famosa por haber servido de decorado natural a la película "La Playa" (valga la redundancia). Siguiendo con el lenguaje cinematográfico, lo que nos encontramos al llegar al lugar estaba mucho más cerca de la distopía que del lugar paradisiaco que se nos mostraba en el film. 
Borreguismo nivel extremo
 Llegamos a un embarcadero del que partía un camino hecho a base de tablas que era por el que, a modo de dóciles corderitos, debíamos caminar por la senda marcada. El gentío era agobiante y para completar la desagradable sensación, una estridente voz nos conminaba a seguir el paso por megafonía para no producir atascos. Ni en la calle Preciados de Madrid en Navidad he visto tal marabunta humana. Superado el primer y agobiante atasco, se podía malamente andar por la plataforma hasta llegar a la deseada playa. Ciertamente su fama estaba justificada. Un paisaje increíble. Pero por si no fuera suficiente compartirlo con miles de personas, tampoco se permitía el baño. 
Con 5000 personas menos, estaría bonito
 Tampoco había mucho que hacer por allí, así que en poco tiempo, y sin mucha pena, ya estábamos embarcados rumbo a la mayor de las islas Phi Phi. Nos acercamos a un acantilado donde se podían ver monos y de allí nos dirigimos al único lugar que a esas alturas me apetecía ir, a un restaurante de "la capital" de las islas donde se nos sirvió el almuerzo.
 Compartí la colación con mis paisanos aragoneses, que para mayor inri, también son residentes en Madrid. Los abundantes, aunque no muy sofisticados manjares, junto a la buena compañía, sirvieron para darle lustre a una jornada que estaba siendo un tanto decepcionante. 
 Antes de haber comenzado mi viaje por Tailandia, cuando estaba preparando el recorrido, vi que existía la posibilidad de pernoctar en las islas Phi Phi. Pero por lo que pude leer en los comentarios, se trata de un destino "festivo", lo que implica mucho ruido, muchos turistas borrachos y poco descanso. Si a eso le sumamos unos cuantos miles de visitantes diurnos, el resultado es que me complací enormemente de no haber sumado este destino para pasar la noche.
 Ya de vuelta, paramos en la isla de Bambú (Phi Phi estaba cogido por los pelos, pero en este caso sí era turismo nominal con todos los pronunciamientos) donde pudimos descansar un rato en la playa. A pesar de que había bastantes turistas, me pareció un lugar recóndito y solitario, en comparación con las Phi Phi. En todo caso, después de dos tours, a mí ya todas las islas me parecían semejantes, y el paso por Bambú no me aportó demasiado.
 Este fue el último hito de nuestra travesía. En el embarcadero nos separamos en varios transportes que nos condujeron a nuestro destino. Mi furgoneta dejó al resto de los pasajeros por la redolada y me llevó a mí solo a Krabi, lo que confirma el escaso interés turístico de dicha localidad.
 Durante mi excursión había mostrado cierta inquietud por la seguridad de mi equipaje, abandonado a su suerte en el nuevo hostal. Lo que más me preocupaba era el pasaporte, que me había dejado por temor a que se mojara en la excursión. 
 Al llegar al alojamiento, me encontré con mi mochila en el suelo, tal y como la había dejado. Incluyendo su contenido, afortunadamente.
 La habitación era bastante competente. Aunque era compartida, me dio mejor impresión que la individual de los dos últimos días.
 A esas alturas de la tarde-noche, no tenía ni transporte ni alojamiento para el día siguiente. Algo que no es gran problema en un país tan preparado para el turismo como Tailandia. A dos calles, pregunté en una tienda-oficina de turismo y reservé mi transporte (que incluía autobús y barco para el día siguiente). Cumplido ese trámite, reservé alojamiento para mi siguiente destino y pude pasar tranquilo mi última noche en Krabi. Ya llevaba 3 días allí, así que casi le estaba cogiendo cariño al sitio. Me pude fijar en detalles, como el comprobar, viendo algunas mezquitas y mujeres con velo, que la religión musulmana, mayoritaria en el sur del país, empezaba a asomar por estas latitudes.
 La habitación compartida, a falta de compañía se convirtió en individual. Un lujo que aproveché para descansar en condiciones. Después de haberme movido entre multitudes, esa individualidad fue muy agradecida.

lunes, 23 de junio de 2025

TOUR DE 7 ISLAS: ATARDECER DESLUCIDO Y NOCHE BRILLANTE

 A la hora de reservar mi lugar de pernoctación en la zona, tenía dos posibilidades: Krabi  y Ao Nang Beach. La primera era una ciudad más "auténtica" y tranquila, mientras que la segunda era un centro de ocio playero. Cualquier turista medio normal hubiera elegido esta última. Pero yo, aparte de ser un poco rarito, venía de estar 3 días meditando tan a gusto. Probablemente por eso escogí Krabi. Al fin y al cabo, en el mapa aparecía como ciudad costera y pensaba que no habría tanta diferencia. Como dejé claro en mi anterior entrada, la ciudad tenía un encanto más que discutible. No me quería quedar con las ganas de ver lo que me había perdido. Así que, aprovechando que tenía la mañana libre, decidí visitar Ao Nang.

Ao Nang Beach

Para realizar el recorrido contaba con transporte público en furgoneta con bancos corridos. No es cómodo ni glamuroso, pero hace bien su función a un módico precio. Aunque al montarme en el vehículo no las tenía todas conmigo. Vi que el hombre tenía licencia de taxista y al estar yo solo, temía que me fuera a cobrar precio de taxi. Un rato después se empezó a subir más gente y mis temores se disiparon. Tras una media hora de agradable paseo, el vehículo se acercó a la costa y apareció ante mí el maravilloso espectáculo que proporcionan las formaciones kársticas en forma de islas que jalonan esta parte de la costa tailandesa. Si a eso le sumamos que la localidad de Ao Nang, además de estar en primera línea de playa (¡y vaya playa!) está bastante animada, el resultado es que me di cuenta de que había cometido un pequeño, pero craso error, al elegir Krabi como base de operaciones. Aproveché que la turistada todavía estaba durmiendo para darme un paseo por la playa y visitar un poco la localidad, en la que abundaban los garitos de fiesta. También había gran cantidad de comercios, lo que aproveché para agenciarme una mochila estanca que me iba a ser muy útil para la excursión vespertina. Esta transacción comercial fue lo más cercano que estuve al regateo, práctica muy habitual en el país, pero que intento evitar a toda costa. Pregunté el precio en dos lugares y me pidieron 300 baths. Ante mi indefinición, la segunda vendedora me dijo que me lo dejaba en 250 baths (6,5 €). Trato hecho.

Transporte de lujo

 Tan contento con mi mochila volví a la anodina Krabi y busqué un lugar donde comer. Probé el pescado por primera vez en mi viaje, que para eso estábamos en la costa y descansé un poco en el hostal hasta que me pasaron a buscar para la excursión. Una furgoneta de bancos corridos similar a la de por la mañana me recogió y fue dando vueltas por el pueblo hasta que se llenó y se dirigió a un humilde embarcadero desde donde partió nuestra aventura.

 Siete islas en una tarde me parecían muchas. Pero pronto le empecé a ver el truco al asunto. Nuestra primera parada fue en las islas Tup y Mo, dos pequeños islotes unidos por un banco de arena. Con este astucioso 2x1 comenzaba una ruta en la que nos deteníamos en islas con zona de playa llenas de turistas de otras excursiones, donde nos dejaban estar un rato y pasábamos a la siguiente. Ciertamente es toda una experiencia poder visitar esas islas en un entorno tan privilegiado como el mar de Andamán. Pero también es cierto que, una vez visitadas dos o tres, el interés empezó a decaer, por lo menos por mi parte. 

Dos islas por el precio de una

Isla de Poda

 Pero tanto ir de isla en isla, da hambre, por lo que nuestra siguiente visita era esperada con muchas ganas. Se trataba de la playa de Railay, famosa por sus bellos atardeceres. Aunque a mí lo que me motivaba es que era el lugar donde nos daban de cenar. Railay es un enclave al que, debido a la complicada orografía que lo circunda, solo es posible acceder por vía marítima. Ello no implica que sea un lugar solitario. Decenas de barquitos habían tenido la misma idea que nosotros, por lo que la playa estaba tan concurrida o más que la de Benidorm o Salou en agosto. Y para colmo, el cielo estaba nublado, por lo que el atardecer no fue tan lucido como esperamos. Por fortuna, la comida tipo buffet en un restaurante de la playa sí estuvo a la altura de mis expectativas, haciendo bueno el refrán que dice "las penas con pan, son menos".

Esperando al atardecer en Railay

Malditas nubes...

 Una buena colación no está completa si no le añadimos un buen postre. En este caso fue uno muy brillante. Ya de noche, nos alejamos un poco de la playa de Railay y el patrón detuvo el barco en medio del mar. Nos dio una pequeña charla donde nos explicó el fenómeno de la bioluminiscencia. Ciertos microorganismos que habitan en el agua emiten una luz fosforescente. Para apreciarlo basta con mover un poco las aguas. Primero nos sacó un pozal de agua del mar de Andamán y lo volcó sobre la cubierta. Allí pudimos observar estas particulares luciérnagas marinas con cientos de pequeños destellos. Pero aun mejor fue poder sumergirme en el agua y ver cómo al mover el brazo se activaban estos curiosos seres luminiscentes. No se puede decir que fuera una sorpresa, porque estaba anunciado en la actividad, pero sí me llamó la atención el detalle y el grado de luminosidad de los bichitos.

 Con este final tan espectacular concluyó la actividad. Si bien es verdad que el número de islas estaba algo inflado (aparte del 2x1, alguna isla solo se veía a la distancia), es una buena opción para darse un garbeo por el mar de Andamán y descubrir rincones de gran belleza. Eso sí, quien busque parajes recónditos o solitarios que busque en otra parte.

 Como es habitual en estos tours, y se agradece mucho, el transporte me dejó a la puerta de mi hotel. La noche en Krabi no ofrecía muchos alicientes, así que tras una visita a un par de supermercados para cenar, me retiré a mi habitación. Contrariamente a lo que me sucedió la noche anterior, el aire acondicionado que forzosamente tuve que soportar, estaba esta vez apagado, sin opción a manipularlo. O todo o nada. Como soy friolero, agradecí el calor tropical que me indujo a un sueño más que necesario. Al día siguiente tocaba otra excursión, en la que iba tener la oportunidad de tener un curioso encuentro y volver a hacer algo que es complicado en Tailandia: turismo nominal.