domingo, 20 de noviembre de 2011

Punto de inflexión



Tras el pototeo improvisado y aventurero del día anterior, esta vez íbamos a ir a tiro hecho. Mi amigo había quedado con una neoyorquina que había conocido unos días antes en plena calle. Se trataba de una psicóloga que trabajaba en un centro social en Brooklyn. A mí eso de ir a comer con una psicóloga neoyorquina me sonaba de lo más interesante. Y la verdad es que estuvo bastante bien, a pesar de que Teresa apenas tenía un descanso de 30 minutos para comer y como decía mi amigo, "se ansiaba".Como está estudiando español, la idea era hablar un poco en los dos idiomas. Pero comer rápido apurando el reloj y hablar en español era demasiado para ella, así que casi todo el rato la conversación transcurrió en inglés. Terminado el piscolabis, dejamos a Teresa en su trabajo y estudiamos el plan a seguir. Propuse ir a Queens, ya que era el único distrito que nos faltaba por visitar. Podríamos haber cogido el metro y llegar en media hora. Pero aún era pronto y nuestro espíritu indomable nos empujó a patear. No es fácil orientarse en una ciudad tan grande y menos con nuestros modernos pero poco eficaces métodos. Hacíamos fotos de los planos de metro y los veíamos en la pantalla de la cámara.Además, mi amigo podía consultar un plano de la ciudad en el móvil, y gracias al cual, casi siempre nos columpiábamos y teníamos que volver o recalcular la ruta.
Apenas comenzar el paseo, hubo un detalle que me dio muchísima vida. En las farolas de una calle colgaban unas pancartas que decían "Marathon route". Estábamos pasando por las mismas calles en las que se iba a celebrar la mítica Maratón de Nueva York. Sólo lo poco adecuado de mi vestimenta y el respeto a mi amigo me impidieron ponerme a correr allí mismo y no parar hasta Central Park.
Patea que te patea, con algún que otro rodeo involuntario recorrimos el corazón de Brooklyn, con algunas calles un tanto "escojonadas", pero con cierto encanto. Al rato, nuestra aventura se hizo un punto más épica al comenzar a llover. Un par de horas después, al incipiente cansancio se unía el aterimiento por el frío. Una visita a un "Taco Bell" nos permitió recuperar energías, entrar en calor, y un detalle nada menor en Nueva York...ir al baño. Parece una tontería, pero los baños públicos brillan por su ausencia y viendo lo que me pasó en Kansas por mear en un arcén, ha habido días en los que el nivel de orina embalsada superaba con creces el 90%. Con la moral renovada seguimos pateando hasta llegar al puente Pulaski, que separa Brooklyn de Queens. Las vistas que ofrecían los edificios de Manhattan desde allí entre la neblina eran notables, aunque lejos de lo que aún me esperaba ese día. Apenas entrar en Queens nos encontramos con una auténtica mole: el edifico Citicorp, que por lo que pude leer es el edificio más alto de Nueva York fuera de Manhattan. Poco más ofrecía esa zona, cruzada por vías de tren y con una cuantas industrias abandonadas. La pateada que nos habíamos metido era de enjundia, no paraba de llover y ya era de noche. Si a eso le sumamos que el entorno no acompañaba, decidimos rendirnos e ir a coger el metro. Una vez en la estación vimos que para llegar a casa había que hacer unos cuantos transbordos. En cambio, con una pateada de nada (una media hora), podíamos llegar a Manhattan y coger metro más directo. No dije que no, más que nada porque me apetecía cruzar el puente Queensboro, que pasa sobre la isla Roosvelt, situada entre Queens y Manhattan. Nos pusimos en marcha y al avanzar en el puente y perder la protección que nos proporcionaban los edificios, el viento y la lluvia hicieron nuestra ruta aún más penosa. Cuando nuestro animo más flaqueaba, una imagen nos devolvió a la vida. Los edificios iluminados de Manhattan vistos desde el puente formaban un paisaje absolutamente maravilloso. Entre ellos pude reconocer a mi favorito (el elegante edificio Chrysler). En ese momento me di cuenta de que echaría de menos girar la vista y tomar como referencia los rascacielos de Manhattan. Nueva York había pasado a ser una de las ciudades que ha dejado huella en mi vida.

3 comentarios:

Dina dijo...

¿Por la sicóloga?... ¿te ha dejado huella por la sicóloga? jajajaja
Porque de la pulmonía me imagino que ya estás más que recuperado

J dijo...

Enorme post, Rufus!
Ay ay ay, New York City...
Nueva York y cierra España!
La ciudad que lo tiene todo, te marchas saboreando lo que te acaba de dar y sabes que lo que te queda por descubrir en ella es infinito.

Rufus dijo...

Quién sabe si la sicóloga dejó huella en mi subconsciente y afloró al ver los edificios iluminados de Manhattan. Y de resfriado nada, que ya sabes que mala hierba nunca muere.
Coincido contigo J. Y es una sensación agridulce. Porque has vivido mucho, pero no has podido abarcar todo lo que te puede dar.