martes, 29 de noviembre de 2011

¡Jo, qué día!

La película "After Hours", dirigida por Martin Scorsese, es una de mis favoritas. Cuenta la historia de un oficinista que sale una noche a pototear por el Soho neoyorquino y al que le pasa de todo. En España, el título se tradujo como "¡Jo, qué noche!", que suena un poco ridículo (y lo es). Pero he de reconocer que refleja bien los agobios del protagonista. Salvando las distancias, y en versión diurna y vespertina, mi último día en Nueva York también fue bastante movido.
Por la mañana había quedado con Theresa la psicóloga para correr en Central Park. Este parque es uno de los templos para todo corredor popular que se precie, y correr en él era, por tanto, uno de los pilares de mi viaje. Ya puestos, ¡qué mejor que hacerlo en buena compañía!
Mientras mi amigo se recuperaba de los esfuerzos pre-halloweenianos, me vestí de "romano" y bajé corriendo hasta Central Park. Eran sólo 15 o 20 minutos, que me servían de calentamiento. También, ¿como no?, para ahorrarme el billete de metro. Aún quedaba algo de nieve y mucho del frío del día anterior. En la esquina del parque estaba ya Teresa esperándome perfectamente ataviada para la ocasión. Como la temperatura, por mucho que en Farenheit parezca más, era bastante baja, empezamos a correr sin muchos preámbulos. A todo esto, tenía "in mente" que Colleen, mi amiga que me había ido a visitar, me había invitado a comer a su casa (con su familia, no seáis tan bien pensados) por la tarde. Estaba pendiente de que me dijera a qué hora para cuadrar todo. Eso sí, en mis cálculos no confiaba mucho en las capacidades atléticas de Teresa, y preveía que en media hora ya estaría agitando la bandera blanca. No contaba con que fuera de España correr es algo mucho más igualitario. Así que, a la vez que manteníamos una muy interesante conversación, los minutos pasaban sin que mi acompañante diera muestras de fatiga.
Todo mito tiene algo de mentira. Central Park, no es, para mí, uno de los mejores lugares para correr. Eso no quita para que reconozca su belleza, tamaño y variedad. La verdad es que era un auténtico espectáculo en algunos momentos, con el añadido de la nieve que aún quedaba en bastantes zonas. Pero hay dos factores que hacen que no sea perfecto. La mayoría de caminos son de asfalto, auténtico enemigo de las articulaciones. Además, está muy masificado. No sólo de corredores, que no sería mayor problema, sino de turistas, que tienen todo el derecho del mundo a estar allí, pero a los que hay que sortear continuamente.
Nada menos que 1h 40' estuvimos corriendo. ¡Chapeau por Teresa! Como aún le sobraba algo de tiempo, me enseñó los lugares más interesantes del parque. En esas me llegó un mensaje de Colleen diciéndome la hora en la que teníamos que quedar para la comida. Como no me había contestado en toda la mañana, la había dado por "desaparecida". Eran sobre las dos de la tarde y debía coger un tren en Manhattan Sur a las 3 y media. Tenía una hora y media para volver a casa, ducharme, cambiarme, comer algo (apenas había desayunado) y bajar en metro hasta Penn Station. Como Murphy andaba juguetón, el sms me llegó cuando estábamos casi en la zona del parque más alejada del apartamento. Así que me despedí apresuradamente de Teresa y eché a correr hacia el norte. 80 ó 90 calles de nada que se me hicieron muy cuesta arriba. Las piernas acusaban la paliza que les había dado. Apenas paré 15 minutos en el apartamento y salí pitando al metro. Al ir a comprar el billete en la máquina, un letrero inoportuno me decía que no aceptaba billetes. Lo mismo me pasó en la siguiente boca de metro, y a la tercera fue la vencida. Pude llegar justo a tiempo para ver cómo se iba el metro. Mi escaso margen iba menguando por momentos. Afortunadamente el siguiente metro era exprés, así que pude llegar a Penn Station con 5 minutos de margen. Gracias a que acompañé a Colleen el día anterior fui corriendo directo a la máquina que vendía el billete para esta línea (la estación es enorme). Me costó un poco encontrar el andén, pero aún así pude llegar al tren un minuto antes de que saliera. El trayecto hasta Trenton me permitió tomar algo de resuello y contemplar unas bonitas vistas de paisajes nevados. En Trenton me esperaba mi amiga Colleen, que me llevó en coche a su casa, cerca de Filadelfia. Típica casa americana de suburbios de dos plantas, con gran cantidad de espacio vital per cápita. La acogida fue muy cálida y enseguida me sentí como en casa. La cena (empezó a las 6 pero era cena) no fue todo lo plácida que hubiéramos deseado. A un hermano de Colleen no le sentó muy bien el pollo "Tikka Masala" con espinacas y se retiró en los primeros compases. En cambio a mi, después de una semana a dieta de pizzas de 1 dólar me supo a gloria. Al padre le llamaron un par de veces para que fuera a reparar coches averiados en la carretera y se tuvo que ausentar. Por lo visto, le pueden llamar a cualquier hora del día, los 7 días a la semana y tiene que acudir. Ahí me gustaría ver a los sindicatos, pero ni están ni se les espera.
La conversación pasó pronto de lo humano a lo divino. No en vano se trata de una familia profundamente religiosa.
Mi intención era estar de vuelta en Nueva York a eso de las 10. Mi anfitriona me dijo que con irnos 20 minutos antes de que saliera el tren, llegábamos de sobra. En la ida me había dado la impresión de que el trayecto era un poco más largo. Le insistí para salir antes, y me dijo que llegábamos sin problema, pero que me concedía 5 minutos más. Hubieran tenido que ser 7, porque perdí el tren por 2 minutos. La pachorra caribeña con la que iniciamos el desplazamiento y los "tranquilo que llegamos", se conviertieron en conducción casi suicida y maneras bruscas al volante conforme nos acercábamos a la estación de Trenton. Sólo el haber estado en un ambiente tan cristiano me libró de soltar alguna blasfemia cuando bajé al andén y vi que mi tren había partido. Por suerte, aún tenía otro una hora más tarde y mi amiga tuvo el detalle de acompañarme durante ese rato. Esta vez sí, tuvimos una despedida en condiciones y cogí el tren camino de mi última noche en Nueva York, donde llegué pasadas las 11 y media. Me junté con mi amigo cerca de la estación e hicimos un rastreo por la zona en busca de algún garito donde pototear. En uno de ellos, había una fiesta privada, pero el portero, casi parecía que haciéndonos un favor nos ofrecía una mesa por la que había que pagar 200 dólares. Hay gente que paga eso y mucho más por sentarse en una mesa privada en una discoteca y que le traigan un par de botellas de champagne. Como a nosotros nos va más la cerveza, declinamos la invitación y nos metimos en un bar cercano, dónde sólo había que cotizar los 4 dólares del guardarropa. El garito estaba bastante animado, con bastante gente disfrazada. Lamentablemente no llevábamos con nosotros las máscara que tan buen resultado nos habían dado el día anterior. La música, una mezcla de latina y árabe, no es que nos entusiamara. Y yo tampoco estaba para muchos trotes después un día tan movido. Así que nos retiramos a una hora prudencial. Aún así, entre preparar la maleta y el madrugón apenas pude acostarme una hora. Pero eso no es mayor problema en "la ciudad que nunca duerme".

3 comentarios:

Gus dijo...

¿Te cruzaste con esta gente por el Parque Central?

http://www.lavanguardia.com/20110731/54193861085/en-nueva-york-se-pone-de-moda-correr-descalzo.html

Interesante velada con Collen, ¿se despidió de ti con el ya clásico "God bless you"?
Tienes que preparar algo para volver a verla el año que viene, es increíble la racha que lleváis.

J dijo...

Gracias por este memorable post, uno de los mejores que recuerdo en mi larga trayectoria como blogófilo recalcitrante.
Más que un comentario lo que se merece esta entrada es una standing ovation. Plas plas plas plas!
Con las repetidas ausencias del padre de Colleen en la cena y la baja sobrevenida del hermano, ¿te dio de sí para llevarte alguna ración del pollo tikka masala en el tupper?
Esa chica parece una auténtica joya, no le pierdas la pista.
Buen fin de semana y sigue disfrutando de las aventuras que te regala la vida a cada momento.

Rufus dijo...

No vi a nadie descalzo por el parque. No sabía que existía esa moda, hasta que vi esta entrada en otro blog: http://sosakurunner.blogspot.com/2011/11/toda-la-verdad-sobre-el-barefot-running.html
Hay que tener en cuenta que Colleen no es sureña, por tanto no adoptó ese clásico a la hora de despedirse.
Gracias J. Al acabar la entrada vi que me había quedado un poco larga, pero luego pensé que me habían pasado muchas cosas y para contarlas todas había que extenderse.
Pollo no me llevé, pero sí un par de pedazos de un pastel buenísimo que había preparado Colleen.Tuvo el detalle de ofrecerme uno para comer en el avión y otro para LuisCar, que también apreció su calidad.
Pues sí, esta chica , aparte de hacer unos pasteles buenísimos y otras carácterísticas más evidentes a simple vista, habla 4 ó 5 idiomas. No se ven muchas así, no. Espero seguir la racha de verla una vez al año, por lo menos.